Soy verde, soy ecológica, soy
defensora del Medioambiente. Pero no me gusta reciclar. Seamos
honestos ¿quién se divierte separando basura orgánica de
inorgánica, vidrio de cristal, papel de plástico...? Yo reconozco
que lo aborrezco. Me aburre, me da pereza y además, me pone nerviosa
porque nunca estoy segura de estar haciéndolo bien. Siempre tengo la
sospecha de que he echado algo en la basura de plástico que debería
haber ido a la normal, y muchas veces no sé si un envase es vidrio o cristal.
Pues a pesar de todo eso, reciclo. Ya
digo que no sé si bien o mal, pero lo hago. Soy una buena ciudadana
que quiere dejar lo mejor posible el planeta a sus hijas. Con estas
premisas golpeándome en la cabeza me animo cada día a seguir con la
tarea.
Al principio de casarmos era complicado reciclar. Vivíamos en un mini apartamento en el que había que decidir: o poner de
elemento decorativo los cuatro tipos de cubos de basura
necesarios para seguir las normas del reciclaje español o engrosar la lista de enemigos del medioambiente. Durante los primeros años de
vida en pareja el sentido de la estética ganó la partida al deber
medioambiental.
Cuando nuestra fortuna mejoró y nos
mudamos a un piso más grande, el orgullo cívico acudió a nuestra
casa. No dudamos en reciclar. No recuerdo que habláramos
explícitamente del tema, pero aún conservo la sensación de que
ambos estábamos de acuerdo. Por eso siempre me causa estupor que mi
conyugue olvide sacar y/o preparar el reciclaje. Esta parte del
proceso es la que más odio. El plástico lo recoge la comunidad como
parte de la basura tres veces en semana. El papel y el vidrio va por
nuestra cuenta.
En nuestra casa, la bolsa amarilla puede ir creciendo hasta límites
insospechados sin que nadie, excepto yo, parezca reparar en el
volumen que está alcanzando. Idem para vidrio y papel. A veces hago
la prueba de esperar pacientemente para ver si “alguien” toma la
iniciativa de cambiar la bolsa amarilla y bajar papel y vidrio.
Siendo muy generosa puedo asegurar que esta situación se ha
producido en contadísimas ocasiones.
Yo estaba convencida de que era algo que
sólo ocurría en mi casa. Pero mira por dónde que el otro día la
madre de una compañera de colegio de mi hija contó exactamente lo
mismo. Desde ese día he empezado a pensar que este pasotismo ante el
crecimiento de basura de reciclaje es un rasgo diferenciador más
entre hombres y mujeres. Claro que también puede ser casualidad que
nos hayamos encontrado dos mujeres con la misma problemática
doméstica. En cualquier caso, aquí queda mi reflexión.
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