jueves, 27 de marzo de 2014

Mi asesora de imagen

No soy ninguna famosa, ni una rica heredera, pero tengo asesora de imagen. Y es muy buena. Soy una gran afortunada y no pienso compartirla con nadie. No es egoísmo, es por una simple cuestión legal. Mi asesora es menor de edad. No, yo no estoy infringiendo ninguna ley, y tampoco se trata de un caso de explotación infantil.

La respuesta a este acertijo es que mi asesora es mi hija mayor. Siete años tiene la profesional de la imagen, pero lleva ofreciéndome este servicio, de forma desinteresada y espontánea, desde la tierna edad de tres. Desde luego, no es una prestación gratuita. Lo cobra en especias, pero no es consciente de la retribución: yo soy su asistenta mientras recojo sus juguetes, su peluquera, técnica de spa, "la negociadora" en las trifulcas con su hermana... Nuestro tácito acuerdo encaja en aquella mítica frase de Hannibal Lecter en "El silencio de los corderos", "quid pro quo".

Mi descendiente tiene un gran sentido de la estética y es muy estilosa. Es coqueta, coquetísima. Se pone todo lo que pilla desde que era un mico. Fulares para simular largas melenas, mantas a modo de chal, faldas superpuestas para hacer un traje de novia... y lejos de resultar combinaciones imposibles, se convierten en airosos montajes que ya quisieran muchas producciones de revistas de moda. Cuenta con dos cajas de disfraces, pero casi nunca se disfraza de algo típico como bailarina de flamenco o Blancanieves. Ella prefiere la fusión. Se transforma en La Reina de las Flores, en un alienígena o en una doncella hippie con una facilidad pasmosa y un diseño que ya quisiera la mismísima Ágatha Ruiz de la Prada, porque eso sí, colorista, es.

La primera vez que dio muestras de su talento fue con poco más de tres años. Una mañana salía yo de nuestro dormitorio conyugal vestida para ir a un evento laboral, esto es bastante más arreglada que para ir al parque. Mi retoño me soltó cuando yo caminaba con paso seguro por el pasillo para coger el abrigo: "mamá, no combina esa blusa con esa falda". Me detuve, me miré y... tenía toda la razón. No había acertado nada en la elección de prendas. Quiero pensar que mi decisión obedeció a falta de sueño y no de gusto.

En varias ocasiones me ha recordado que voy mucho más mona con "zapato de pinchito", nombre con el que en mi casa se conoce al calzado de tacón desde que ella acuñara este término la primera vez que fue consciente que su mamá se ponía en los pies algo más que zapatillas de estilo deportivo.

Anoche me hizo descender de mi mundo de obligaciones adultas. Ese mundo en el que no existe el tiempo para asuntos superficiales e intranscendentales como la belleza femenina cotidiana. Mientras la ayudaba a cepillarse correctamente los dientes, me tomó amorosamente la mano y la miró con aire de experta. Suavemente, con mucha ternura y comprensión, aunque eso sí con un punto de guasa me recriminó: "mamá, tienes fatal las uñas. Ese color... mamá. Pero fatal, fatal. Tienes muy estropeada la pintura". Me miré las uñas y ¡oh, cielos! ¡cuánta razón tenía!. "Es verdad, hija,.. es que no me ha dado tiempo", me excusé con torpeza y vergüenza, igual que hace ella cuando le pillo en  una falta tipo lavado de dientes incompleto. Además de sorpresa por su observación, experimenté una grata sensación de agradecimiento por su preocupación hacia mi estética. Me sentí querida y protegida, una sensación muy reconfortante. Otra vez "quid pro quo", "yo te cuido, tú me cuidas", "yo te quiero, tú me cuidas".

En cuanto las niñas se fueron a la cama, yo cogí el set de manicura y me senté a arreglar el desastre detectado por mi asistente personal. Soy una madre-clienta disciplinada que sabe aprovechar los consejos de sus profesionales de confianza.

miércoles, 26 de marzo de 2014

¡No me tires, guárdame!

El otro día entré en Zara Home. Me cautivó. Me lo habría llevado todo. Los colores, los diseños... era todo tan bonito, tan cálido. Mi hogar es mi refugio, y me encanta que esté bonito, actual, cómodo y acogedor. Por eso la decoración de la casa me gusta. Y tengo tentaciones por todas partes, porque está de moda.

Es casi imposible no comprar cada día alguna chorradilla para la casa. Y se corre el riesgo, como en mi caso, de empezar a llenarla de demasiadas cosas.

Por eso me ha entrado un ataque de limpieza y he decidido deshacerme de todo aquello que sea inservible. Ahora bien, ¿es que hay algo inservible? Categoricamente, NO. A todo le encuentro utilidad. Y a aquello que no se la encuentro me entran remordimientos porque son recuerdos. Es como si cobraran vida y me miraran con ojitos tiernos rogándome que les siga acogiendo. ¿Conclusión? Me da miedo que mi casa empiece a parecer la un enfermo con el "Síndrome de Diógenes".

Se me ocurre que ahora que estamos en tiempos de crisis y parece ser que toca reinventarse en el terreno laboral propongo un negocio a algún valiente emprendedor: una empresa de vaciado de basurillas en el hogar. Los empleados responsables de esta tarea deben carecer de sentimientos y actuar firmemente, sin atender a los sollozos y súplicas de los clientes. Sin piedad, sin corazón, sin miedo al futuro. Así debería ser el perfil de los trabajadores de tan necesario servicio.

martes, 25 de marzo de 2014

R.I.P, Suárez

Dicen que "Dios nos libre del día de las alabanzas" y estos días he constatado la verdad que encierra esta frase. Suárez ha muerto. Paradójicamente su muerte ha servido para "revivirle".

Realmente siento su fallecimiento. He llorado por él. Me da mucha pena porque era de la familia. Mi padre es como Antonio Alcántara, un incondicional de Suárez. Yo, al igual que María, la hija pequeña de los Alcántara, crecí viendo a Suárez a través de los ojos de mi padre. Cuando tuve edad de ser crítica y tener mis propias ideas políticas seguí apreciando la labor del abulense en la democracia española.

No tuvo una tarea fácil. Era un hombre de centro y estaba en el medio de todo. Mal lugar para vivir con tranquilidad. Estar en el centro es casi como estar en el limbo. Se recibe caña por todas partes y más en un momento histórico como el que le toco lidiar: llevar a España a la democracia, ahí es nada.

Sacar a un país de una dictadura es una tarea colosal, una odisea. La exaltación de los sentimientos y los recuerdos de vivencias pasadas no hacen fácil el mirar al futuro aparcando rencores y practicar el perdón. Todo lo contrario. Por eso creo que tuvo tanto mérito.

Le admiro profundamente. Yo, que ante un pequeño incidente doméstico puedo pasarme la noche sin dormir, no alcanzo a comprender qué haría este hombre para conciliar el sueño y mantener la sonrisa con todos los Miuras que tuvo que torear. ¿Cómo era capaz de asumir las críticas, unas constructivas y otras no, y no perder el entusiasmo ni su ruta de trabajo?

Suárez es una figura de ciencia ficción. Me refiero a que realmente no le conocemos. Salía en la tele, hablaba por la radio y se leía sobre él en periódicos y revistas, pero eso no significa que le conozcas. Sin embargo, a muchos nos caía bien. Nos daba buenas vibraciones.

Yo, que a veces pienso que soy un poco Forrest Gump (no mentalmente, pero sí en cuanto a que por casualidades de la vida me he visto envuelta en situaciones de película y es como si me hubieran metido allí con una técnica digital) conocí personalmente a Suárez. Sí, puedo unirme al grupo de los pedorros que estos días presumen de haber estrechado la mano del presidente.

Fue un encuentro breve y no diré que fortuito porque fui a por él. Yo era una entusiasta estudiante de periodismo y él daba una conferencia en la facultad. Al término de la charla los catedráticos le escoltaban y yo, siguiendo las enseñanzas de uno de mis profesores me dirigí a mi presa haciendo caso omiso a las manos que trataban de frenarme. Mi objetivo era claro: transmitirle la admiración y el apoyo de mi padre.

Con un poco de timidez provocada por la vergüenza que me realmente me daba mi actuación, pero con bastante energía propiciada por las ganas que tenía de conocerle y hablar unos segundos con un personaje histórico, le toqué en el brazo. Fue un instante que ha quedado grabado en mi memoria para siempre.

Lo primero que sentí fue el tacto de la chaqueta. Era áspero. Me pilló por sorpresa, me esperaba un género suave correspondiente a un traje caro "digno" de un expresidente. Pues no. Al fijarme más en detalle me di cuenta que era modesto y austero, casi diría que de la época de la Transición, como los que aún se ponía mi padre, en buen uso pero con unos años. "Carácter castellano y herencia de posguerra hasta en los detalles de la vestimenta, igual que papá", pensé.

Al sentir mi mano, se dio la vuelta para ver quién detenía su marcha. Me encontré con una mirada limpia, profunda, inteligente y curiosa. No estaba enfadado, ni fastidiado por mi atrevimiento. Me obsequió con una amplísima sonrisa y terminó de conquistarme. Se paró haciendo caso omiso a los docentes que le instaban a seguir. Me dio la mano y dos besos y pude darle mi mensaje, que agradeció con un asentimiento de cabeza justo antes de que un enjambre de periodistas en ejercicio me apartaran y casi me fulminaran para brearle a preguntas sobre la reciente victoria de José María Aznar en las urnas.

Separada ya de él, vi como amablemente capeó el temporal y respondió educada y comedidamente todas las cuestiones que le plantearon.

Allí quedó, congelado en mi memoria. Y así me gusta pensar en él. Puedo prometer y prometo que es uno de los momentos de mi vida que recuerdo con más orgullo.

Sé que no le conozco. Pocos le conocieron realmente, como a todos. Solo nuestro entorno cercano sabe cómo somos realmente. Me gusta tenerle idealizado. Como mucha gente, estoy tremendamente desencantada con políticos y figuras públicas. Por eso necesito "creer" en alguien, por eso estoy feliz de haberle conocido sólo de pasada, lo justo para confirmar mis impresiones subjetivas y no llevarme una decepción... aunque mi corazón me dice que Suárez no era de los que defraudaban.


viernes, 21 de marzo de 2014

Vienen con una tablet bajo el brazo

Así es. Ahora los niños no vienen con un pan, traen un dispositivo digital. Puede ser una tablet, un iPad, un móvil Android o un iPhone, lo que sea, pero nada de trigo, electrónica pura y dura. Sus pequeños deditos aprenden a arrastrarse por las pantallas táctiles antes que escenificar Los Cinco Lobitos.

En el parque, en una cafetería, sentados en un banco en la calle... ves bebés que no han aprendido aún a andar, pero que miran fascinados vídeos de YouTube. Es indiscutible que cada niño tiene sus aficiones y sus habilidades muy marcadas, y que no a todos les gusta el Universo tecnológico. Mis dos hijas son muy distintas. La mayor es igual que yo, prefiere un papel y un rotulador y es bastante torpe con todo lo que huele a instrumento mecanizado. Pero la pequeña... ¡ah!, la pequeña es Doña Tecnologías, como bien la rebautizó Rosa, su Ángel de la Guarda, la persona que cada día la cuida y juega con ella.

Mi niña es un crack de las nuevas tecnologías. Tiene dos años y maneja la tablet y el móvil al mismo tiempo. Sabe buscar a sus adorados Caillou, Pocoyó y Mickey en YouTube. Y además no le sirve cualquier capítulo, ella tiene claro el que prefiere ver en cada momento y lo selecciona sin problema. Por supuesto conoce cómo llegar y utilizar la aplicación de hacer puzzles y jugar con los Angry Birds. Pou es su mascota virtual y amorosamente le hidrata con constancia maternal, vamos, que le da agua quiera el bicho beber o no. Le cambia la vestimenta, le pone a "mimir" y activa y desactiva los sonidos. En una ocasión debió considerar que Pou estaba tan primoroso que había que compartirlo... con mis contactos de Facebook y publicó una foto de su compañero de juegos en mi perfil.

Imagino que la simpatía y el amor que tiene hacia sus primos llevó a mi descendiente a enviar un Whatsapp a su primo mayor. Ciertamente el mensaje no tenía mucho sentido para nosotros, pero suponemos que es transcripción directa del lenguaje balbuceo-bebé que utilizaba en aquel momento. Es posible que si vuelve a enviar otro Whatsapp estos días sea mucho más legible, porque ya habla con mucha más corrección castellana.

Como mi vástago es una mujercita de su tiempo, las compras por internet no tienen secretos para ella. Decidida a dar todo a su Pou, compró 12 euros en dinero-pou para poder pagar muuuuuucha agua y mitigar así la sed de su amiguito.

La alta capacidad tecnológica detectada en nuestra hija y su llamativo interés en estos asuntos, nos ha hecho plantearnos a mi marido y a mi la necesidad de aplicar la política del tijeretazo no vaya a ser que la niña, en un descuido, se cuele en el sistema informático del Banco de España y tengamos un problema de desfalco. ¿Cómo le íbamos luego a explicar al Sr. Juez que no tuvimos nada que ver en el asunto y que fue una niña de dos años, que no sabía lo que hacía, la responsable? Eso no se lo cree nadie... lo de que no sabía lo que hacía, digo. Y como somos sus padres y no somos chivatos, fijo que terminábamos nosotros en la cárcel. Hemos aprendido la lección y por temor a actos delictivos en un futuro cercano hemos puesto un bloqueador infantil para impedir que compre por internet. Sin embargo, la cara de concentración que pone cuando salta me hace temer que esté barruntando como hackearlo. Como ejercicio de entrenamiento la vemos practicar todos los días desbloqueando los móviles de la familia. Doña Tecnologías no descansa, es un gran ejemplo a seguir respecto a la autoformación continua.

jueves, 20 de marzo de 2014

Feliz "Día de la Felicidad"

Muchas veces tardo un rato en pensar el título del post. Hoy no. Hoy era fácil. Simplemente quiero desearle a todo el mundo un feliz día en una jornada como hoy.

Esta mañana he oído en la radio que hoy era el Día Internacional de la Felicidad, y me ha hecho mucha gracia porque no sabía que se celebraba oficialmente. He investigado por internet su origen. Esta es una de las partes que más me gusta de escribir, documentarme. Me enriquece y me encanta.

Resulta que esta efemérides es muy joven, tan sólo tiene dos años de vida. Nació por iniciativa del Reino de Bután, un pequeño país asiático. Según explica la Wikipedia, este estado "reconoce la supremacía de la felicidad nacional por encima de los ingresos nacionales desde principios de los 70, cuando adoptó el concepto de un Índice de Felicidad Nacional Bruta para sustituir al Producto Interior Bruto". La Asamblea General de la ONU decretó la conmemoración de hoy para "reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno".

Como concepto me parece precioso. El Reino de Bután tiene un nombre tan exótico y unas ideas tan "felices", y nunca mejor dicho... que dan ganas de irse a vivir allí, a ese lugar que parece tan zen... pero no, no me voy a ir, que también he leído que aunque es un país democrático no reconocen el sufragio femenino.

Señores de Bután, ésto es una gran incongruencia. Me da a mi que más de una mujer de Bután no es muy feliz con esa prohibición. Digo yo, que aunque no sea por convencimiento moral, al menos sí debería ser por cuestión estadística, pero deberían permitir, ya mismo, el voto femenino, que, seguro, así aumentaría el Índice de Felicidad Nacional Bruta.






miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Felicidades, papá!

Cuando era pequeña, en el cole siempre preparábamos un regalo para el Día del Padre. Hace años que cambié las manualidades por algo comprado. El amor que le pongo es el mismo, pero las habilidades no.

Este año he decidido hacer una combinación. Esta mañana le he comprado un libro para regalarle entre los tres hermanos que somos. Lo he elegido con mimo y me he tomado mi tiempo, porque quería que fuese perfecto para él.

Pero además, le quiero obsequiar con este post. Una pequeña manualidad hecha para él, como cuando era pequeña. Le quiero regalar mis palabras.

Mi padre es un hombre castellano. Recio y fuerte. Muy honesto y honrado. De él he aprendido a ser responsable y cumplir con mis compromisos. Tiene un genio vivo y explosivo que hace temblar las paredes de la casa, pero aunque impresiona verle enfadado no asusta porque, incluso durante sus enfados, sus ojos reflejan bondad.

Sí, mi padre es muy bueno. Ha jugado conmigo, me ha aconsejado y me quiere incondicionalmente. Me encanta perderme en sus abrazos y sentir lo mullidito que está. Su carcajada es difícil de arrancar, pero oírla es música celestial. Hemos discutido mucho porque los dos tenemos mucho carácter, pero siempre está ahí.

La edad le ha quitado paciencia y le ha entregado laxante para la lengua. Dice exactamente lo que piensa en cada momento. A mis hermanos y a mi nos hace pasar momentos en los que nos gustaría que la tierra nos tragara, pero se lo perdonamos igual que él nos perdonó nuestros atrevidos comentarios infantiles cuando éramos pequeños.

Hoy he retrocedido en el tiempo y me veo a mi misma entregando ilusionada a mi padre una cajita de cerillas forrada con tela. "Ya sé que no fumas, papi, pero seguro que te sirve para encender una fogata en el pueblo". Y sí, mi padre, aquel papá alto y fuerte de mi niñez, encendió una preciosa fogata donde asó unas moragas riquísimas que nos comimos los cinco, mi familia al completo. Para que luego digan que los regalos del Día del Padre son inservibles.


martes, 18 de marzo de 2014

El poder está en tu mente, no en tu cuerpo

"Mens sana in corpore sano". Animada por esta frase me he lanzado al mundo del Tai Chi y el Chi Kung.

¿Qué que es eso? Pues confieso que soy incapaz de describirlo correctamente y con detalle sin acudir a la Wikipedia. Lo voy a hacer de una forma resumida y posiblemente no muy exacta. Pido perdón por adelantado a los puristas y especialistas en la materia, pero mi objetivo es no tardar mucho en contarlo y que se entienda. Vamos que lo que voy a dar es una explicación "de andar por casa". En la actualidad son actividades deportivas de la familia de las artes marciales que centran su atención en la respiración, la concentración y el ejercicio físico.

¿Molón y exótico, no? A mi me encanta. Mi cuerpo se ha librado de las contracturas y me siento ligera como un pájaro.

Pero ésto debe ser como tomar drogas, porque podría ser la protagonista de aquel anuncio de la campaña antidrogas que estaba filmado en dos partes: "Así es como te ves" y "Así es cómo te ven". Estoy segura que yo me veo chachi, pero mi profesor, y todo el edificio en el que se alberga mi oficina, me ven más bien como si fuera Chiquito de la Calzada o, como dice otra de mis compañeras de fatigas, la abuela de Shin Chan.

Todo empezó hace un par de meses. Un grupito de trabajadoras del centro de coworking en el que estamos liamos a un compañero especialista en estas artes para que nos diera clases. Argumentamos que no teníamos tiempo en otro momento de hacer ejercicio y que necesitábamos con urgencia ponernos en forma. Además, el estrés de la vida diaria nos mata, ¿qué mejor que un poco de filosofía oriental para alimentar nuestro espíritu? Nuestro compañero cedió a nuestra demanda. Y aquí estamos, ocho semanas después practicando al aire libre en el patio de la comunidad de vecinos. Fijo que lo flipan, pero nadie que pasa por allí mueve un músculo al vernos en las más elásticas posturas. Visto desde fuera debe ser algo así como un cuadro abstracto.

El pobre profesor no hace carrera de nosotras. Pero moral no nos falta y alumnas entregadas somos a rabiar. ¡Hasta estamos aprendiendo a contar en chino! Estoy de acuerdo con otra de mis compañeras. Según su teoría nosotras hacemos algo así como "copla oriental fusión", que arte y poderío le ponemos un montón. Y no digo nada cuando utilizamos el abanico chino. Ahí somos igualicas, igualicas que un cruce trangénico entre el grupo Locomía y Miguel Bosé con su versión de los 80 de "Amante Bandido".

No desesperaremos, que "el que la sigue, la consigue", y seguro que practicando, practicando llegaremos a ser "Tai Chi Chi Kung Master". De momento estamos en el nivel "Pequeño Saltamontes".

viernes, 14 de marzo de 2014

Devotos incondicionales

¿Cuándo tenías veinte años, qué es lo primero que hacías cuando entrabas en casa?, me preguntó una vez, no hace mucho, una observadora amiga mientras tomábamos café. Yo, desconcertada, la miré y la dije: "No sé, ¿a qué te refieres?". "¿Tú, cuando llegabas a casa, no preguntabas nada más pasar el umbral de la puerta me ha llamado alguien?". "¡Anda!, pues es verdad", contesté divertida recordándome a mi misma preguntando con ansiedad cada vez que pisaba el hogar paterno.

Al mirar a mi alrededor en la cafetería en la que estábamos y ver a todo el mundo con el móvil cerca o enfrascado en leer y enviar Whatsapps, comprendí las razones que le habían llevado a mi amiga a plantearme la cuestión. "Cómo nos ha cambiado la vida internet y el móvil ¿eh?", apostilló mi compañera de desayuno.

Sí, las relaciones sociales ya no son lo que eran. Me hace muchísima gracia ver como en un bar se reúnen un grupo de amigos y todos tienen el móvil entre las manos. Unos consultan Facebook, otros actualizan su estado en sus distintas redes sociales, otros mandan Whatsapps... De vez en cuando, se miran y comentan sobre sus actividades con el móvil. "Bueno", pienso, "al menos, han hecho el esfuerzo por salir a la calle, vestirse y estar un rato con los amigos, aunque sea así". El problema gordo surgirá, supongo, el día que no seamos capaces de vencer siquiera la pereza de salir.

El otro día quedé con unos amigos y pasamos varias horas sin consultar los móviles. Fue genial, ¡qué libertad!. Creo que deben añadir un día más al calendario mundial de los días festejados: el Día sin móvil.

jueves, 13 de marzo de 2014

¿Todos somos Bárcenas?

Me gustaría afirmar categóricamente NO. Pero termino de vivir una escena que me ha hecho plantearme esta pregunta.

En la oficina en la que trabajo ha entrado una chica joven, con cara despistada, vestida con una camiseta y unos pantalones de algodón manchados de pintura. Por encima llevaba una bata blanca, de médico, con el logo impreso del hospital madrileño de La Paz, que también tenía manchas de pintura. Por su aspecto he deducido que estaba pintando algo similar a un mural en alguna de las fachadas del edificio. Uno de mis compañeros, en tono jocoso le ha preguntado: "¡Anda!, ¿ahora te has hecho doctora?". "¿Por qué lo dices? ¿Por la bata?", ha contestado ella con una sonrisa. "No. Es que mi cuñada la ha mangado del hospital", dijo con desparpajo terminando la explicación. Una explosión de risas ha estallado en el despacho. Y ella animada ha añadido: "¿qué pasa?, ¿no hacen eso todos los funcionarios?. Y da gracias, que, de milagro, las sábanas de mi cama no son del hospital". Algo me dice que más que ser un milagro lo que ocurre es que las sábanas del hospital no son objeto de deseo porque "rascan, mamá" y además, una cosa es una bata para pintar y otra la ropa para la piltra, que siempre gusta un poco de glamour para dormir.

Esta anécdota me ha hecho reflexionar. Si realmente miramos en nuestra conciencia, quién más y quién menos ha mangado en el curro. Sí. Admitámoslo: un boli por aquí, unos cuantos folios por allá, una carpetita, unas vendas, una bata... Bueno, pues eso, amigos míos, es robar. Al nivel que podemos y que tenemos, pero robar. Igualico, igualico que Bárcenas. Bueno, vale, no es lo mismo. A lo nuestro lo podemos llamar "hacer un mini-barcenitas", pero está mal, aunque no lo identifiquemos así porque son pequeñas cosas de poco dinero. Muchas veces se toman por el simple hecho de no molestarnos en ir a la tienda de la esquina a comprar el boli, pero tampoco es tanto esfuerzo, y lo que ocurre es que te dejas llevar por lo fácil.

Con esta reflexión no estoy disculpando en absoluto a Bárcenas. Que conste. Me parece un chorizo de tomo y lomo. Y además un prepotente. Espero que puedan demostrar todo lo mangante que es y que se tire muchos años en la cárcel.

Lo que pretendo con este post es compartir mi inquietud filosófica sobre dos aspectos.

El primero es la banalización de los pequeños hurtos laborales, que socialmente están incluso bien vistos. Pero si damos por bueno ésto, ¿con qué autoridad moral podemos criticar otras malversaciones?

Y el segundo es: si está a nuestro alcance afanar una bata y lo hacemos, ¿qué ocurriría si podemos acceder a desfalcar millones de euros?, ¿lo haríamos?. La tentación es fuerte en los dos casos, ¿qué motiva el ceder a ella en uno de los escenarios y no en el otro? ¿la moral o el miedo al castigo?

miércoles, 12 de marzo de 2014

Cosas de niños

No todo lo que hacen los niños se puede pasar por alto con la frase y la actitud "son cosas de niños". Hay conductas que no pueden obviarse tras esta frase. Hay que observarlas, estudiarlas y ayudarles a corregirlas tanto desde casa como desde el cole, más cuando también pueden estar ocultando problemas serios en los niños.

Perdón por esta reflexión de entrada que he soltado, es que estoy sensible con el tema por motivos que no vienen ahora al caso en este post. Pero es que me han dicho esta frase últimamente unas cuantas veces y he llegado a aborrecerla y a soñar con ella.

Pero ayer me reconcilié con ella, porque efectivamente hay muchos comportamientos que son "cosas de niños", y muchos de ellos son muy divertidos y te hacen adorar y desear la espontaneidad de los peques.

Ayer, en el parque, mi hija, sin ningún pudor, cogió un pañuelo de papel, hizo un torniquete y se lo metió en la nariz para sacarse un moco. Una de las amigas del parque le preguntó: "¿tú te sacas así los mocos?". Ella respondió: "sí". Y ya está. Así fue la conversación. Tono tranquilo, nada de sarcasmos. Lo único que hicieron fue preguntar con curiosidad y responder con naturalidad. Yo me imaginé esa misma situación entre adultos y nada que ver. Habría sido algo así como me doy la medio vuelta para sacarme este moco que me está matando y que nadie me vea. El otro que hubiese estado al lado habría mirado también de medio reojo y habría pensado "qué asco, lo que hace este tío". Luego sonrisa social por parte de los dos y cada uno por su lado. Pero el segundo se lo habría contado en un descanso de café de oficina a su compañero con un prólogo tipo "qué tío más guarro he visto hoy..."

Hace poco viví otro capítulo hilarante de "son cosas de niños". Esta vez fue en la piscina. Mientras se cambiaban, las niñas empezaron a discutir y argumetar el nombre con el que se conoce a la vagina en sus casas. Chochito, rosita, chochete... en fin, un gran abanico de sinónimos fueron expuestos por las académicas infantiles de la lengua.

Hace poco he leído que los niños se ríen unas 200 veces al día, mientras que los adultos sólo 15. Son cosas de niños... y me encanta ser testigo de ellas. Si realmente les prestamos atención posiblemente nuestra cuota diaria de risas subirá de 15.

martes, 11 de marzo de 2014

Soy feliz

Hoy he tenido una lucha con mi programa de correo electrónico y he ganado.

¡He ganado a Yahoo!, ¡¡¡yuhuu!!!.

¡Qué onomatopéyico todo! Y no me he puesto a bailar y a saltar en mitad de la oficina porque una tiene una fama de mujer bastante cuerda y centrada que mantener.

Era una batalla que llevaba meses aplazando. Lo reconozco, me daba miedo. Estaba segura que la iba a perder.

 La historia se remonta a mediados del año pasado, cuando Yahoo decidió ofrecerme una versión mejorada y más moderna. Yo, ilusa de mi, piqué. Le di al botoncito de actualizar y... la cagué.

¡Qué meses más infernales he pasado! Todo mi mundo postal-digital se vino abajo. Se autodestruyó, y yo casi con él. Mi correo me hacía luz de gas. Me quería volver loca, y casi lo consigue. Los mensajes me desaparecían, las conversaciones se aliaban en mi contra, no podía afirmar con rotundidad si mandaba los mensajes, quién era el destinatario... Pero lo peor fue la espeluznante desaparición de pestañas. ¡Cuántas lágrimas virtuales he derramado por ellas, mis grandes aliadas! ¿Dónde estaban, dónde las tenían retenidas? Y sobre todo, la gran pregunta: ¿POR QUÉ? Ellas, que no hacían daño a nadie. Que su única función es ayudar a gestionar las contestaciones de correos de forma rápida y ordenada. ¿Qué intereses ocultos estaban detrás de su volatilización? 

Mi falta de tiempo me impedía plantar cara al enemigo. Sabía que sería una larga escaramuza. Esta mañana decidí que no podía seguir evitando el combate. El sol que luce en la ciudad me ha dado la energía suficiente. He respirado hondo y me he lanzado. Sorprendentemente ha sido más corto de lo que pensaba. Debo haber pillado al enemigo distraído. No se esperaba mi maniobra y la sorpresa ha sido mi gran baza. Paciencia, tenacidad y orgullo me han otorgado la victoria. Mi correo vuelve a ser el que era. Luce con esplendor y yo respiro aliviada mientras me recreo pensando en el tiempo que he vuelto a recuperar. ¡Ah, pestañas de mis entretelas, ya os tengo otra vez a mi lado!

jueves, 6 de marzo de 2014

Las bibliotecas existen

Pero se nos olvida. En la época de los e-books, las tablet, los iPhone, las iPad, los smartphones... y no se si me olvido de algún familiar de los dispositivos digitales, que seguro que sí porque yo muy tecnológica no es que sea... poca gente acude a las bibliotecas. Todavía hay gente que va a las librerías y compra libros. Aún son menos los que van a la sección de CD's y DVD y adquieren algo. Pero las bibliotecas... casi son un lugar de culto, bueno, menos en época de exámenes, ahí todavía cuentan con aforo lleno y chavales sentados en el suelo.


Yo estoy entre los que las habían olvidado. Pero últimamente las he redescubierto. Reconozco que ha sido porque he ido buscando una conexión WiFi, pero ha servido para recordarme que están ahí y que son muy útiles. Un universo palpable de información al alcance de cualquiera. Necesitan, eso sí, una remodelación, y no me refiero sólo a enseres y equipos informáticos, que también. Para volver a ocupar un lugar en el corazoncito de los ciudadanos requieren una adaptación a los tiempos modernos. Así, sin pensar mucho, se me ocurre que podrían ofrecer charlas y cursos interesantes (pero interesantes de verdad, que hay algunos planificados que dan terror); actividades para enganchar a los niños a la lectura; promoción de libros que tenga la biblioteca; club de lectura...

Pero la esencia de las bibliotecas está intacta. El olor a historias por leer sigue ahí. Los ojos que se van tras un título, la opción de coger el libro y ojearlo no es algo del pasado. Sigue siendo igual de atractivo y especial. Presiento que las bibliotecas se van a convertir en una reserva natural de libros. Mi miedo es que la transición a los tiempos modernos no se haga bien, o que ni siquiera se haga. Temo que se conviertan en edificios tristes y grises medio desmantelados. O que desaparezcan sin más. Ellas pueden lucir con luz propia, pero necesitan un esfuerzo de imaginación y energía, amén de fondos económicos, claro está. 

miércoles, 5 de marzo de 2014

Ya llega la primavera

The spring is coming... ¡Ah!, ¡qué recuerdos me trae esta frase!. El primer año que viví en Suecia la oí un millón de veces, y casi siempre en los breves momentos en los que salía el sol entre aguacero y aguacero. Me divertía muchísimo el optimismo de los suecos que en cuanto que veían un rayito de sol, aunque fuese a 10 ºC, se quitaban el abrigo y se ponían a tomar el sol en cualquier banco o terraza. Mientras tomaban un café y miraban al astro rey comentaban "the spring is coming...". Pocos minutos después solían llegar las nubes y el gris volvía a reinar sobre la ciudad. Este ritual empezó a finales de febrero y, si no recuerdo mal, hasta mediados de abril no llegó el tiempo primaveral sueco, es decir, bastante sol, pero sin perder de vista la lluvia.

Esta mañana, cuando he salido a la calle mi primer pensamiento ha sido "the spring is coming...". El sol lucía, no hacía aire y la energía invadía el ambiente. He sonreído mientras me decía a mi misma que había sido una buena alumna de la cultura sueca y que había interiorizado la frase y el sentimiento. "¡Bien, por fin un buen día!", he pensado. Y no me he equivocado. Hace un día precioso. He tenido que hacer unos recados por el centro y he disfrutado de admirar la arquitectura de muchos edificios y del olor y el color primaveral que impregna hoy a Madrid.

Una vez más he recordado mi estancia en Suecia y la sabiduría de sus ciudadanos. Disfrutar de las pequeñas cosas, saborear los deseos y ser optimistas. Una buena receta para ser feliz y vivir sin estrés.

martes, 4 de marzo de 2014

Atracción fatal

Han puesto una peluquería al lado de casa que me tiene fascinada. El local tiene una disposición muy bonita porque hace esquina. Supongo que para aprovechar la luz natural y siguiendo las tendencias de moda, todas las paredes que dan a la calle son de cristal. Así se puede ver un interior moderno y actual.

Lo cierto es que no termina de convencerme a mi tanta transparencia en una pelu, porque para ser sincera no me encuentro muy favorecida cuando me dan tinte, estoy despeluchada y una mezcla de color indefinido, tipo chocolate, cubre mi cuero cabelludo; o cuando unos papeles plata adornan mi cabeza modelo árbol navideño. Eso por no hablar del momento en el que salgo del lavabo y parezco un patito mojado.

Sí, definitivamente no es mi mejor momento. Y sin duda no me apetece compartirlo con nadie y menos con los viandantes del barrio, entre los que también se encuentran mis vecinos, detalle que no hay que olvidar. Pero en fin, asumiré que ésto es el estilo actual.

Hasta aquí todo entra dentro de la normalidad de las peluquerías. El detallito que me hace no apartar la vista de su acristalada fachada es la exposición fotográfica que han calzado a modo de reclamo publicitario. Algo me dice que no han contratado un escaparatista para la decoración. El trabajo lo ha asumido sin duda el dueño del negocio.

No le conozco personalmente, pero no hace falta. Ya se ha encargado de lucir palmito para todo el barrio. No sabemos su nombre, porque en un arranque de timidez el empresario ha preferido guardar este dato en secreto y jugar solamente con su imagen. Varón, unos 55 años, delgado, cara alargada, poblado bigote, barba de tres días, pelo largo bastante grasiento recogido en coleta (no parece haber probado mucho sus lavabos) y vestido con camisetas descoloridas de algodón y vaqueros. El jefe posa con distintas estrellas del espectáculo, de lo que se deduce que es algo así como "El Max Factor Español" en versión peluquero, no maquillador, o quizás también, que la versatilidad parece una de las virtudes de este hombre. Sonriente se sitúa al lado de Jesús Vázquez, Paula Echevarría, Marta Sánchez... y... Miley Cyrus. Mr. Peluquero debe tener un trabajo en la tele y aprovecha su empleo para solicitar a los famosos fotos junto a ellos. Los semblantes de las atrapadas celebrities varían desde la sonrisa espontánea a la más forzada, pasando por varios niveles.

La historia de fotografiarse con los famosos está muy arraigada en la cultura española. Quién no ha estado en algún restaurante o mesón en el que tras la barra cuelga un bonita instantánea donde se ve al cocinero con una sonriente mueca junto a personajes de la altura de Aznar, Zapatero, Raphael o el Rey. Mr. Peluquero debió pensar que es una gran idea y que trasladarla a su negocio le otorgaría fama vecinal. En mi humilde opinión, creo que más bien le ha hecho un flaco favor. La pelu siempre está vacía, que lo veo yo por los cristales. Los potenciales clientes deben pensar: "quita, quita, no vaya a pedirme este hombre una foto y yo con estos pelos".

lunes, 3 de marzo de 2014

El diablo sobre ruedas

¡Carnaval, carnaval! ¡Carnaval, te quiero!. Tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu... ¡en el mundo entero!.

Me encanta el carnaval porque me vuelve loca disfrazarme. Y mira tú por donde que fui a casarme con un tinerfeño. La lástima es que en Madrid no se viven mucho los carnavales. Son mejor en cualquier pueblecillo perdido que en la capital. Pero, en fin, siempre nos terminamos buscando la vida y muchos años hemos disfrutado de una fiestecilla por aquí o por allí.

Este año mi excusa fue la fiesta del cole de mi hija. Mi marido no pudo venir porque estaba en una larguísima a la par que interesantísima reunión de trabajo al más puro estilo español, es decir: vamos a hablar todos a la vez y alto para que se me oiga por encima de los demás.

Allá que me fui a ver a mi retoño de 7 años actuar transformada en una teenager americana de los '60 bailando y cantando "Rock around the clock" de Bill Haley. Yo, haciendo gala de madre de la artista y enamorada de los carnavales, me puse un vestido negro que recuerda ligeramente a uno de charlestón, unos zapatos negros, un collar de perlas largo y... un tocado con pluma en la cabeza que le robé a la niña de su caja de disfraces. Ideal, quedé, ideal. Eso sí, era de las pocas madres enrolladas que perdieron el sentido del ridículo. Pero me sentí muy acompañada por los profesores. Verles embutidos, -literalmente, digo- en trajes galácticos de Abba (el grupo sueco, sí), no tuvo precio. Algunos estaban más próximos al look escandinavo, pero otros... ¡mamma mia, una y otra vez, no sé...! ... describirlos... El director, en concreto, era más un primo lejano de Obelix o de Bigote Arrocet que un doble del cantante rubio del famoso cuarteto. Tampoco creo que pueda olvidar al profe de gimnasia. En realidad era el único al que el trajecito en cuestión le sentaba bien, que tanta flexión se tiene que notar. Pero como en vez de ponerse una peluca de corte sueco, se plantó un gorro de tejano y unas botas de tacón cubano y punta, pues el resultado, especialmente cuando bailaba, era que parecía un boys escapado de una despedida de solteras. Pasamos un buen rato, y creo que inolvidable también.

Ayer, mi marido y yo tuvimos una experiencia que prefiero achacar a los carnavales antes que a la realidad... Íbamos por la noche en el coche y al mirar al coche de al lado vimos al mismísimo Satán. Era un señor que parecía el Demonio. ¡Qué mal rollo! Porque además, como decoración del espejo llevaba colgada una bruja. Pobre hombre, también es mala suerte que se pareciese al Ángel Caído. Pero poner ese adorno y actuar poniendo muecas y caras de risa satánica, teniendo en cuenta que iba solo en el coche, ya no es una cuestión de suerte... eso es premeditado. ¡Menudo mal rato pasamos! En cuanto que el disco se abrió, mi marido aceleró y dejamos atrás el diablo sobre ruedas, no siendo que no fuera un señor disfrazado y fuera el mismisimo "demoñio".