Todos llevamos un cotilla dentro. No lo
vamos a negar. Eso sí, hay distintos grados y tipos. Existe un amplio
abanico de modelos que combinan estas dos características. ¿Quién
no conoce a alguien altamente interesado en la vida de los demás que
pregunta directa y constantemente? ¿Y esa persona calladita pero
que observa todos los movientos de su entorno y no se le escapa una?
O aquella otra que con una sonrisa en la boca va tejiendo un clima de
confianza en el que le informas hasta de la talla de bragas que
utilizas. También están los despistados que no se enteran de nada y
pasan de todo... hasta que alguien suelta una frasecita tipo “sabes
que fulanita se ha liado con...” y entonces, o abren
desmesuradamente los ojos y comienzan a atender, o contestan: “sí
¡hombre!, si eso es más viejo...” Y así podría estar
describiendo modelos un buen rato. Pero me voy a centrar en uno que
me hace mucha gracia y que es bastante nuevo en el catálogo: el
cotilla de las redes sociales.
Me encantan. Son los voyeur digitales.
Esos contactos que nos aceptaron no para compartir, sino para
cotillear. Están ahí, su presencia se siente y se ve. Síííííí,
se ve. Facebook, por ejemplo, es muy chivato y sabes cuando está
conectado un usuario que es tu camarada social-media.
Las redes sociales son el escenario
perfecto para cotillear. Creo que eso nadie lo pone en duda. En
Linkedin no sólo buscamos profesiones y ponemos nuestro curriculum
para buscar o cambiar de trabajo. Allí mostramos nuestro perfil
profesional y consultamos el de nuestros contactos. O dicho de otra
forma nos pavoneamos de lo magníficos currantes que somos y
curioseamos a otros colegas.
Facebook es inmejorable para ver las
andanzas de nuestros amigos, su forma de pensar o cómo cambian de
look. Twitter es aún mejor para el mundo del cotilleo porque no es
necesario aceptar al amigo, basta con que te quieran seguir.
Instagram es la vida en imágenes.
Cada cual que utilice las redes
sociales como guste. Faltaría más. Ahí reside el éxito de este
fenómeno mundial, en la libertad. Aunque he de reconocer que estos mirones digitales me dan un poco de rabia, pero sólo un poco, ¿eh?.
Si todos hiciéramos lo mismo las redes sociales no existirían. Si mirásemos, pero nadie escribiera sería la nada cibernética. La gracia de ésto es compartir, y compartir es dar y recibir. A veces he pensado en borrar a alguno de ellos. Sobre todo a alguno a los que he mandado mensajes privados para hablar con ellos y no me han contestado. En esos momentos mi asombro ha sido, lo diré de forma fina, muy elevado e incluso he intentado justificar mentalmente su silencio achacándolo a problemas técnicos de las aplicaciones. Finalmente, el momento de incredulidad, enfado y justificación ha dado paso a la reflexión y he dejado las cosas como estaban pensando que si les hace feliz saber de mi, no les voy a quitar esa ilusión porque ¿somos amigos, no?.
En fin, que este post se lo dedico a
todos esos amigos que sé que están ahí, al tanto de mi vida, pero
que prefieren no contarme nada de la suya. ¡Hooooola amigos! Y como
solían encabezar las cartas nuestros abuelos, pero actualizado a tiempos modernos: “Espero que al
recibo de la presente os encontréis bien. Yo, como ya sabéis, bien, gracias”.
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