martes, 6 de abril de 2021

Vacuna, esperanza y alegría

Junio de 2019, esa es la fecha de mi último post. Casi han pasado dos años. ¡Guau! Increíble. 

Desde entonces han ocurrido muchas cosas en mi vida, y en la de todos. Una de ellas ha impactado sobre la totalidad de los ocupantes del planeta. La Pandemia. ¡Qué fuerte! Sí, sí, digo bien, ha afectado al cien por cien de los habitantes de la Tierra, entendiendo además por habitantes cualquier tipo de forma de vida, incluso a las amebas. La Pandemia -con mayúsculas, porque aunque ha habido otras, nunca se había vivido una de forma tan global- ha modificado tanto la vida de los humanos que los cambios de hábitos han afectado en cascada a todo el globo terráqueo. 

Esos cambios en unos casos han sido para bien (véase que los niveles de contaminación han descendido), en otros para mal (ni me entretengo en nombrarlos que ya los sabemos todos y me entran ganas de llorar). Ahora bien, mi pregunta es: ¿cuánto tiempo se van a perpetuar esos cambios? Sí, ya sé es la pregunta del millón. Todo el mundo quiere la respuesta y nadie la tiene. Bueno, yo creo que tengo una bastante aproximada: el menor tiempo posible. Y es que la inmensa mayoría de las personas estamos deseando volver a nuestra zona de confort, la que conocíamos antes de la Pandemia.

¿Habremos cambiado? Creo que poco. Recuerdo los primeros días, cuando más despistados estábamos. Éramos como hormigas a las que han borrado el camino. En ese punto una especie de borrachera colectiva hacía brindar al sol y repetir como un mantra: “saldremos mejores y más fuertes”. ¡Ja! Yo debo ser muy pesimista o muy cabrona porque la verdad es que nunca me lo creí y tampoco fui de las que lancé la proclama. Yo me refugié en ver memes por WhatsApp y reenviarlos como una loca. Mejor reírme con la triste realidad que dejarme arrastrar por la desesperación. ¿Frívola? Puede. ¿Superviviente a la locura? Seguro. No hay nada más cierto que unas buenas risas son el mejor ansiolítico.

A día de hoy la esencia del mundo no parece haber cambiado mucho con respecto a junio de 2019, la fecha que escribía al principio. El egoísmo, las luchas políticas, la desigualdad económica y social, los extremismos… siguen igual o peor. Y a eso añadirle una crisis económica y un aumento del paro que ni te cuento. Por no hablar del número de muertes y el daño físico y psicológico que está dejando tras de sí el maldito Covid y los confinamientos.

Supongo que cualquiera que haya sido capaz de llegar hasta este punto de la lectura sin echarse a llorar, estará a punto de hacerlo. La conclusión no puede ser otra que: ¡vaya mierda! Pero aquí es donde mi angelita buena me da un tirón de oreja para que le haga caso a ella -sí yo tengo angelitas, no angelitos- y deje de escuchar a la diablesa y me recuerda que esta mañana he vivido un momento mágico que me ha hecho muy feliz y que me ha hecho recuperar la confianza en que dejaremos atrás esta pesadilla.


Hace un par de días me pusieron la segunda dosis de la vacuna anti Covid. Ayer estuve un poco pachucha con la reacción, pero hoy me he levantado totalmente recuperada. Para celebrarlo he ido al Dunkin Donuts después de dejar a mis hijas en el cole. ¿Hay algo más americano que eso? Pocas cosas, desde luego. 

Aclaro que ahora estoy viviendo en New Jersey, en Estados Unidos y que vivir aquí muchas veces implica tener la sensación de estar dentro de una comedia de situación americana. Sin embargo, desde hace trece meses esa sensación se había diluido muchísimo por la Pandemia, y era más bien una sensación de vivir en una película distópica. Pero hoy he vuelto a experimentar con fuerza la impresión de ser la protagonista de una sitcom. Y me ha encantado. Me ha hecho revivir. 

Es verdad que hoy estaba muy contenta por tener la vacuna puesta. La sensación de seguridad que da hace respirar. Y posiblemente yo hoy veía el mundo de otra forma. La realidad distópica sigue ahí. Los comercios medio cerrados, los carteles en los que se recuerda la obligación de entrar con mascarilla, la mayor parte de los restaurantes y cafés con cartulinas que indican que sólo se sirve para llevar… Pero el Dunkin Donuts tenía una actividad normal de las 9 de la mañana, con sus clientes entrando y saliendo con sus bolsas de donuts y sus cafés. 



He llegado, he aparcado mi coche típico de madre americana en la mismísima puerta. La madre (porque era madre, fijo) del coche de al lado y yo nos hemos puesto las mascarillas antes de salir (la suya más fashion, todo hay que decirlo, con brillantitos y todo; la mía una KN95 más segura que glamourosa), nos hemos mirado de reojo y nos hemos medido las fuerzas mentalmente como si fuéramos a batirnos en duelo por los donuts. A continuación hemos salido del coche y ella me ha tomado la delantera, pero a mí un amable y sonriente yankee me ha sujetado la puerta cortesmente y ¡me ha saludado! No, no pienso que el buen hombre estuviera intentando ligar. Lo que me ha llamado la atención es que hasta ahora todos íbamos taimados y sin casi mirar a quienes nos cruzábamos, mucho menos sujetar la puerta y exponernos a reducir el espacio a menos de dos metros, y la puerta te caía en las narices, seguro. 
Pero el micro mundo que he visto esta mañana era el de mantener medidas de seguridad aunque dejando el miedo de lado. Y al entrar en el café ha continuado la sitcom. John (llamemosle así por ejemplo), el encargado de la oficina de donuts parecía escogido en un casting. Era un americano cercano a los sesenta, con su gorra bien puesta, alto y con acento de New Jersey. Ha bromeado conmigo, al igual que con todos los clientes y estoy segura que es vecino del barrio y que conoce a toda la comunidad por sus nombres y problemas, como Ted Danson en Cheers.


En fin, que me ha encantado vivir esos minutos de libertad pandémica y experimentar la esperanza de volver a pisar terreno conocido en “el menor tiempo posible”.