viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Sensible o insensible?

Estoy preocupada. Siempre pensé que era una persona sensible y empática, pero desde anoche tengo mis dudas. El asunto es que durante toda la semana uno de los temas de conversación ha sido el anuncio de este año de la Lotería de Navidad. Por un lado, la polémica sobre su rodaje y, por otro, el sentir general de lo bonito y entrañable que era este año. Cuando lo vi, me sorprendió. No me pareció ni tan bonito, ni tan entrañable. Todo lo contrario, me pareció bastante falsote y facilón, y desde luego, nada creíble. Pero no me atreví a decirlo. Ni tan siquiera me atreví a reconocérmelo a mí misma. ¡No puedo ser tan insensible!, y lo aparté de mi mente.

Pero... antes de acostarme revisé mi Facebook, sí, ahora es una de mis rutinas: me lavo los dientes, hago un pis, miro que las niñas estén bien arropadas y consulto el FB. Bueno, pues como iba diciendo... algo me hizo estallar en carcajadas y despertar a mi pobre marido que terminaba de coger el sueñecillo. Fue esto:

En cuatro pasos, la irónica composición fotográfica capta, a mi parecer, mucho mejor el espíritu navideño que cada año nos invade el día del sorteo especial respecto a que la salud es lo que importa, que la edulcorada e increíble historia original. En el escenario real el desgraciado hombre que se queda justo ese día sin comprar el décimo ni se le ocurre aparecer por el bar porque se mete en la cama con una depresión del quince, y si lo hace es porque es masoquista. Por otro lado, al dueño del bar ni se le ocurre darle el décimo premiado, como mucho le invita al café y a correr.

Antes de cerrar los ojos para dormir, pensé en algo que me hizo sentir menos fría y racional. Me devolvió la confianza en mi misma y en mi capacidad emotiva. Un precioso, y este sí, real vídeo sobre la figura de las madres en el mundo que nos toca vivir. Aquí dejo este regalito para los sentidos y para reflexionar sobre la capacidad de entrega y compromiso de las mamás. Con estos minutos de metraje, sí se me saltaron las lágrimas, y más aún, lloré a moco tendido. VER VÍDEO

viernes, 14 de noviembre de 2014

Psicólogos a pie de calle

Esta semana llegó hasta mi una noticia que me hizo mucha gracia y que me ha hecho reflexionar estos días hasta que hoy he constatado categoricamente la revelación que realmente supone la idea que dio lugar a esa información.

Resulta que en Estocolmo, una empresa de taxis ha decidido ofrecer asesoramiento psicológico a cargo de profesionales a los clientes del servicio. El funcionamiento es el siguiente: el usuario contrata por internet un viaje con terapeuta. El conductor del taxi conduce, el cliente habla y el terapeuta escucha y hace su trabajo de asesor psicológico. De esta forma se aprovecha el tiempo y los recursos. La terapia es gratuita, es un servicio de valor añadido que distingue a la compañía, toda una idea de negocio, sobre todo teniendo en cuenta lo carísimos que son los taxis en Suecia, todo un artículo de lujo.

Después de reírme mucho con la historia, me he dado cuenta que, en realidad, esta empresa ha ido mucho más allá de una simple idea de negocio. Lo que ha hecho es abrir el camino para la profesionalización de los psicólogos... ¿cómo denominarlos?... ¿de barrio?, ¿cotidianos?, ¿urbanos?... no termino de dar con el término, la verdad, pero por ahí va la nomenclatura, prometo seguir pensando.

Me explico, ahora que estamos en tiempos de crisis y hay que reinventarse para poder trabajar y seguir pagando las facturas, ¿por qué no seguir la estela de esta idea sueca? (Además, eso es éxito seguro, que ya sabemos todos que los suecos son mu' listos, todo lo que hacen está bien y es un ejemplo a seguir. Sin acritud, ¿eh?). Pues eso, hasta ahora, peluqueras, esteticistas, tenderos y, por supuesto, camareros y conductores de taxis hacían las veces de psicoanalistas espontáneos y altruistas. Pero ha llegado el momento de ofrecer ese servicio con una visión económica, bien sea a través de cobrar el servicio, bien como forma de generar más tráfico de clientes con el reclamo de un trato diferenciado y personalizado.

El perfil de profesiones a las que se puede ligar esta prestación es casi infinito. Hoy mismo la revisora del metro ha ejercido conmigo después de una mañana horrible en la que he terminado poniendo una reclamación en un centro de especialidades médicas de la Comunidad de Madrid. Eso sí, propongo una diferencia con el modelo sueco. Creo que no se trata de unir un psicólogo al servicio que sea. Lo exitoso y eficaz es aprovechar la auténtica sabiduría y sensatez que da el curtirse en las profesiones que se desarrollan a pie de calle. Si además, tiene una formación en psicología, pues mejor aún. Yo lo veo con claridad: "Frutería Manoli. Oferta del día: 2x1 manzanas ecológicas y consejo psicológico" o "Bar Pepe. 1 café, 5 churros y soporte psicológico de nuestro personal por 2,50 euros".

viernes, 7 de noviembre de 2014

Equilibrios en el toilette

¿Quién diseña los cuartos de baño de mujer de los lugares públicos? Ante esta pregunta mi respuesta inmediata es: desde luego, mujer, no es. ¿Qué por qué lo digo? Porque estoy harta de hacer malabarismos para hacer un pis y tener que sujetar a la vez el bolso y las bolsas.

Por increíble que me siga pareciendo, en la mayoría de los servicios no hay un triste ganchito donde dejar colgadas las pertenencias que casi todas las féminas llevamos encima, y que no hay que olvidar abarcan desde un simple bolso a dos o tres bolsas con compras, el ordenador portátil y la mochila del niño que está en el fútbol.

Dejar estas posesiones en el suelo no es opción, las más elementales reglas de higiene lo impiden. Por lo tanto, sólo queda la imaginación y el estudio de la situación en cada caso.

El primer recurso es el picaporte de la puerta, pero no siempre es posible. Muchas veces está roto y se resbala cualquier cosa que se intente depositar sobre él. Otras, simplemente no existe, ha pasado a mejor vida y sólo queda el recuerdo del agujero.

La opción B, e imagino más utilizada, es colgarse el bolso en bandolera, si se puede, y las bolsas repartirlas entre las muñecas, de forma que las manos queden libres para realizar las tareas propias del momento, esto es bajar bragas y pantalones o subir falda, coger el papel higiénico... en fin, lo normal. Evidentemente en todo este ritual los bultos se han resbalado más de una vez.  Reconozco con rubor que, a veces, he tenido que llegar a sujetar el bolso, literalmente, con los dientes. Cada vez que me veo en una de estas escenas pienso en las pelis mudas de Harold Lloyd o en Lina Morgan... vale, no tienen mucho que ver el uno con el otro, pero en esos momentos me siento un híbrido de ellos.

Una duda me corroe: ¿los hombres se enfrentan a desafíos similares en sus cuartos de baño? Digo yo que también necesitarán ganchos para dejar sus pertenencias en un lugar que no estorbe. ¿Y habrá más
problemáticas intrínsecas a su condición masculina y su relación con los servicios en los que no caigo?

viernes, 31 de octubre de 2014

Halloween... otro año más

¡Ay! ¡Qué cansino me resulta esto de Halloween! Todos los años lo mismo... la letanía de argumentos contra la celebración al estilo americano del día de los difuntos. A mi la razón que más me gusta es precisamente la más generalizada, aquella que dice "es que esta tradición no es nuestra". Y yo me pregunto ¿cuándo una tradición comienza a ser tradición? ¿cuántos años han de pasar? ¿la tradición ya nació tradición?. Desde luego, si es una cuestión de tiempo, quienes estén preocupados por este tema pueden dejar de estarlo... sin ánimo de meter el dedo en el ojo, aquí ya llevamos unos cuantos años disfrazándonos de brujas y calabazas.

Otro argumento que también me pirra es el de que es un folclore puramente mercantilista. ¿Y? Pues mira qué bien si nos gastamos unos eurillos en unas cuantas chuminadas negras y naranjas. Reactivar el consumo va bien para salir de la crisis. Unas cuantas familias de comerciantes y productores de chorradillas terroríficas compensan estos días sus cuentas de negocio.

Y los niños lo pasan bien. Vale, no todos. Los hay a los que las brujas y los vampiros les dan miedo, pero también a muchos les dan miedo los payasos clásicos que llevan la cara pintada y nadie va haciendo apostolado para suprimirlos del panorama cultural. Los aficionados al disfraz disfrutan con cada ocasión que se presenta para transformarse, sean niños o mayores. Y si además hay caramelos y chocolate de por medio... ¡viva el hedonismo halloweenero!

El año pasado ya escribí un post sobre este tema. No lo he revisado, pero seguro que contaba algo parecido. Este año no tenía intención de insistir con el tema, que como digo me resulta mu' cansino, y supongo que igualmente puedo yo mostrarme muy pesada... pero ayer tuve un anécdota con una cajera del súper que no me resisto a contar. Mientras que pasaba la compra, y justo después de que me ofreciera golosinas de Halloween en oferta que amablemente decliné porque ya tenía un pequeño arsenal en casa, comenzó un enfervorizado discurso contra calabazas, gatos, brujas e imperialismo yanki. Para reafirmarse en su postura pedía constantemente la opinión de mi hija que se limitaba a mirarla con los ojos muy abiertos. El colofón final de su alegato, tras alabar la belleza de nuestras patrias costumbres de Reyes y Carnaval, fue ensalzar apasionadamente la fiesta de la Almudena que pronto tendrá lugar. No me pude contener, con una sonrisa socarrona en la boca le espeté "¡hombre!, no acabo yo de ver lo de disfrazarse de virgen, pero todo podría ser, claro". La purista de las costumbres españolas, levantó con sorpresa la cara del tomate que estaba cobrando, me sonrió y se limitó a repetirme por undécima vez, pero sin acritud, eso sí que hay que reconocerlo, que pesada un rato, pero rencorosa ni un ápice: "a mi es que lo del Halloween no me gusta nada".

Al salir por la puerta del súper, mi educada hija, que en ningún momento entró en la polémica, me dijo bajito: "mamá, pues a mi sí me gusta Halloween, y esa señora ha sido muy pesada". Tiernamente la abracé con el brazo que me quedaba libre de la bolsa de la compra y le susurré: "a mi también me gusta Halloween, y sí, esa señora era muuuuuuuy pesada".

viernes, 24 de octubre de 2014

Profesiones de riesgo

Tengo claro que hay profesiones que conllevan un auténtico riesgo. Bomberos, policías, mineros y obreros de la construcción son los primeros que acuden a mi mente. Pero después de oír esta mañana una conversación he reflexionado sobre este tema y he llegado a la conclusión de que hay muchos más trabajos con peligro de muerte o lesiones importantes de los que pensamos.

Iba caminando a buen paso, porque para variar llegaba tarde a mi destino, cuando mis oídos se han topado con unas palabras que volaban por el aire y que han captado mi atención. Una controladora de parquímetros del Servicio de Estacionamiento Regulado dependiente del Ayuntamiento de Madrid, le ha preguntado a una compañera: "¿tú qué multa pones?". "Yo la de menos importe. Si pongo la de más, me matan", ha contestado la interpelada.

Automáticamente me he solidarizado con ella porque he visualizado varias escenas en las que los conductores multados daban rienda a todo su enfado ante el desagradable papelito. Verdaderamente mantener el autocontrol ante esta situación es complicado para muchos, por lo que más de uno podría llegar a matar o, al menos, a dar un buen sopapo a la represente municipal.

Pero los controladores no son los únicos que deberían pasar a formar parte de los listados de oficios peligrosos. El colectivo de los funcionarios que están cara al público, también. ¿Quién no ha presenciado alguna vez un intercambio de palabras más que fuerte en alguna institución pública? Es más, yo diría que son pocos los ciudadanos que alguna vez no han sentido ganas de ahogar a algún empleado público, especialmente a alguno de Correos o del Servicio de Empleo Público.

¿Y los médicos? Y no me refiero sólo al riesgo frente al Ébola, tan de moda tristemente estos días, ni frente a otras enfermedades infecciosas con las que muchos tienen que lidiar todos los días. No hay que olvidar el trato directo con los pacientes. Un informe del año pasado de la Organización Médica Colegial señala que entre los años 2010 y 2012, 1.363 médicos sufrieron amenazas, coacciones, maltrato, injurias y vejaciones, y que un 18% de estos casos terminaron con lesiones. Desgraciadamente, alguno de estos casos termina en muerte, como el suceso que tuvo lugar en 2009 en el servicio de urgencias de un centro de salud en Murcia, donde un jubilado enloquecido mató a tiros a una doctora. ¿Y cuales son las causas principales de estas agresiones? El episodio de Murcia parece que forma parte del 12% asociado a no recetar un medicamento propuesto por el paciente. Pero según el informe son varios los motivos. Un  27% se produce por discrepancias en la atención médica; el 14 % por el tiempo en ser atendido; el 9% por discrepancias personales; el 6% por emitir informes médicos no acordes con sus exigencias; el 5% en relación a la incapacidad laboral; el 5% por malestar en el funcionamiento del centro y el 22% por otras causas. De estos datos, destaca además el incremento de los casos motivados por el tiempo en ser atendido con respecto al año anterior, que se duplicó, pasando del 8% al 14%.

La tendencia más generaliza de pensamiento es que el ser humano es violento por naturaleza, pero que a través de la educación ha aprendido mecanismos para controlar su salida, y que, por lo tanto, cuando esa violencia aflora es porque ha superado los mecanismos de autocontrol que tiene. Vamos, que al Homo Sapiens se le han hinchado las narices en demasía. Los filósofos, que parece que han dedicado mucho tiempo a darle al coco sobre cuestiones metafísicas cómo ésta, tienen distintas teorías para explicar los enfados desmedidos y las agresiones de las personas. Dos de las más conocidas son la de Rousseau y la Hobbes. El primero señala que el hombre es bueno por natu­raleza, pero que es la sociedad la que la corrompe. El segundo soltó la famosa frase “el hombre es un lobo para el hombre”. ¿Cuál de los dos tiene razón? Ni idea, yo sólo soy filósofa en mis ratos libres y como tengo pocos, aún no me ha dado tiempo a llegar a este capítulo. Lo que sí puedo afirmar tajantemente es que... ¡me da una rabia que me pongan una multa porque se me ha pasado diez minutos el tiempo del parquímetro, que me entran ganas de matar a la representante en la calle de Anita Botella!.

viernes, 17 de octubre de 2014

Risoterapia en el coworking: abuelito dime tú.

¡Qué gran invento el trabajo fuera de casa! Corremos como locos por llegar a tiempo, lanzamos improperios en los atascos diarios, nos quejamos por mil detalles desesperantes de los trabajos... pero... nos relacionamos con otras personas que sienten y padecen igual que nosotros. La hora del café, un momento de desahogo con el compañero... ¡ah!, eso es la verdadera retribución en especie.

Durante varios años tuve mi oficina en casa. Tenía muchas ventajas, no voy a mentir, pero echaba muchísimo de menos el ambiente de un entorno laboral. Reproduje algo parecido con Facebook y con el mail. Me tomaba pequeños descansos y chateaba, comentaba y me mantenía en contacto con gente a través de las nuevas tecnologías. Pero no era lo mismo. Eso sí, he de reconocer, que gracias a eso descubrí una nueva capacidad e interés en mi vida: "contar historias".

A la vuelta de mi estancia en Suecia, y teniendo en cuenta mis nuevas necesidades profesionales, busqué un lugar en el que plantarme con mi ordenador. Encontré un fantástico coworking, un espacio de trabajo compartido. Hace ahora un año que empecé a escribir aquí casi a diario, y cada día confirmo que es la mejor decisión que he tomado en los últimos años. Por un precio muy moderado disfruto a la vez de las ventajas de una oficina y de un trabajo individual en el que no tengo que rendir cuentas a nadie más que a mi misma.

Esta mañana he comprobado una vez más lo estupendo que es tener compañeros reales con los que compartir inquietudes y risas. La conversación ha empezado de forma banal a modo de "¿qué tal? ¿todo bien? Hace un par de días que no te veíamos". Tras informarles que no había tenido ningún problema serio y que lo que pasaba es que había estado de revisiones médicas con mis hijas y mis padres, la charla ha derivado en el cuidado de los ancianos, una de mis grandes preocupaciones de estos días. Lo que ha empezado como una conversación seria, ha derivado en un parloteo terapéutico, en auténtica risoterapia. Me he sentido comprendida, reforzada en mis ideas, acompañada... porque, casi con incredulidad, he constatado que hay muchos padres como los míos. Ya se sabe que mal de muchos, consuelo de tontos . ¡Gran verdad!, al menos para mi hoy.

Resulta que mi padre no es el único yonki (término agudamente utilizado por una de mis compañeras hacia su progenitor) de las medicinas. Mi creador, y muchos de los de su quinta, comparten obsesión por controlar toda su medicación. Distinguen cada medicamento por colores, cajas... y no admiten ni una ligera intromisión o consejo para su organización. "Ellos saben lo que hacen"... son su tesoro. Todos los abnegados hijos tememos por una intoxicación fortuita fruto de una posible confusión de sus ojos o su capacidad cognitiva. Y no digo nada de los almacenes altamente abastecidos de medicinas que existen en los domicilios de los abuelos... modelo logístico deberían ser.

Además, somos varios también los que sufrimos, sí, digo bien, pa-de-ce-mos, los recitales diarios de la posología de las medicinas. Nuestros padres nos reciben en casa con un beso y a continuación comienzan con la canción de los fármacos: "a las 11 me toca el Seguril; a las 2 las gotas de los ojos; a las 4 la pastilla para el corazón; a las 6 el Sintrón; a las 8 la pastilla de la tensión; a las 10 un Gelocatil para los dolores y a las 12 una para dormir". Las horas de las medicinas son sagradas y la puntualidad es imprescindible. En casa de mi padre, el Sintrón es a las 6 o'clock, y en el de María a las 5 o'clock, aún más british.

Por supuesto los mejores doctores son ellos. Son quienes mejor se conocen y quienes mejor saben cómo proceder de forma preventiva. Que sienten un poco de molestia en la garganta, nada mejor que un trago del jarabe para la tos del nieto, y si la caja de antibióticos tiene para 15 días nada de dejar el tratamiento al séptimo como dijo el doctor (aunque es posible que no le oyera/escuchara por la sordera y/o la falta de interés), se termina uno la caja caiga, quien caiga.

¿Y los post-it y las notas esmeradamente colocados en lugares estratégicos como la nevera o los muebles de la cocina? En ellos coexisten citas para médicos, horarios de medicinas, dietas, teléfonos de utilidad y emergencia... Sin duda la decoración más cool y funcional que se puede lograr para la tercera edad.

Muchos abuelos coinciden asimismo en lo demoniacamente terribles que son las corrientes y las ventanas abiertas. Hay que abrigarse hasta las orejas y la camiseta interior es una prenda imprescindible. Los jóvenes siempre andamos acatarrados porque vamos con todo al aire.

En lo que difiere el modelo de antepasado es en el modo de afrontar dolores, miedos y aprensiones. No obstante, hay dos grandes grupos. Los que somatizan todos los sufrimientos de sus colegas de edad, pero luego se vienen arriba cuando el médico les dice que están como una rosa; y los que presentan dolencias variadas pero que cuando el galeno les indica que no son importantes o que no hay base médica que las justifica, se sienten defraudados por no tener motivo real para quejarse.

Después de hablar con mis compañeros un buen ratillo sobre nuestros mayores y lograr unas cuantas carcajadas contándonos nuestras experiencias, me siento mucho mejor. Así es más fácil ser optimista y positivo y aceptar el paso de la edad. ¡Viva la terapia de grupo!

viernes, 10 de octubre de 2014

Puentes digitales

"Darío, hijo, ¡al ataque!", así de directa y entusiasta se ha mostrado hoy una vital abuela que estaba junto a mi en una tienda de The Phonehouse. Se había comprado un smartphone última generación y estaba decidida a utilizar todas y cada una de sus funciones. ¡Olé ella y su energía! La tecnología no es un rival para ella, es un reto. Su aspecto de abuela clásica con pelo de peluquería, joyas de oro y bolso tipo Chanel ocultan un alma moderna y tecnológica. 

Darío, un joven de veinti-pocos, con aspecto simpático e imagen de nieto modélico, ha sonreído a la vivaz anciana y ha acatado dulcemente su orden. ¡Olé él y su paciencia! Con agrado y ternura ha ido repasando con ella las opciones del móvil. Calmadamente ha esperado a que la mujer apuntase, con boli y en un cuaderno, todos los pasos.

Las risas y los gestos de complicidad entre ellos eran enternecedores. Y algunos de los comentarios de uno y de otro, desternillantes. 

Un detalle que me ha encantado ha sido la foto que había puesto la buena señora de fondo. Y lo había hecho hecha solita, antes de la clase práctica que estaba recibiendo. No hay nada como la motivación. Era un apuesto hombre posando para ser fotagrafiado. El color sepia, el corte del traje y el aspecto del modelo no dejaban dudas a que aquel hombre era alguien muy importante en su vida... un marido, seguramente, pero bien podría ser también un amante, un amor imposible, un hermano o quizás su padre. Me he quedado con curiosidad, lo reconozco. Me habría encantado preguntarle, pero ya había sido demasiado cotilla poniendo orejas y ojos a todo lo que hablaban Darío y ella mientras yo esperaba mi turno para ser atendida por otro dependiente.

Los puentes digitales para unir generaciones están ahí... sólamente hay que querer utilizarlos. Yo me apunto. Quiero que me enseñen y enseñar. 

viernes, 3 de octubre de 2014

Son primerizos...

Parece un delito. Pero no lo es. Todos los que somos padres hemos pasado por ahí. Es como si nos olvidáramos de ese pequeño detalle, porque cuando nuestro retoño ha crecido nos sentimos expertos. Y no digo nada como tengamos un segundo... veteranos en grado superlativo. Nuestra maestría es directamente proporcional a los meses que cumplamos como padres, y se va multiplicando por el número de vástagos que vamos teniendo. Los progenitores con tres meses de carnet parental son mucho más entendidos en la materia que los que cuentan con sólo mes y medio de experiencia, y los responsables de tres críos más que los de dos, ¿¡qué duda cabe!?. 

El tonito de la frase "son primerizos", varía. Nunca es simplemente descriptivo, siempre denota juicios de valor y no son precisamente de admiración. O bien implica lástima (¡pobres, son primerizos!), o condescendencia (¡claro, son primerizos!) o autosuficiencia  ( como son primerizos...) o es despectivo (es que son primerizos) o prepotente (normal, son primerizos...). 

Me divierte ver esta situación. Conste que yo formo parte del engranaje, fui primeriza y ahora soy curtida mamá de dos nenas de siete y dos años. Pero cuando veo la estampa desde fuera me hace mucha gracia. Los novatos se sienten superados por los consejos de los maestros y a la vez agradecidos. Y los eruditos papis muestran su orgullo por sus lecciones gratuitas y ternura hacia sus alumnos.

¿En qué se nota si un padre está en uno u otro lado de la balanza? En mil detalles, como la forma de coger al niño, la firmeza del paso al avanzar con el carricoche, el número de cosas que llevan para dar de comer o cambiar al crío... pero en lo que más se aprecia la diferencia es en la ingenuidad y en la ironía. Mi sonrisa sale al ver a unos padres primerizos presumir de leer un libro mientras el bebé duerme o cuando alardean de haber asistido a una exposición de pintura en un museo paseando con el tierno infante roque en cochecito. ¡Soñad, hermanos, soñad con un futuro maravilloso en el que el niño, gracias a un esmerado y bien trazado plan educativo, os deja seguir participando de actividades culturales adultas... pobres, son primerizos! Ahora que lo pienso, es posible que haya que añadir otra variable sociológica más a esta escena en concreto... siempre que algún primerizo se ha vanagloriado de tener momentos de lectura o actividades culturales ha sido justamente eso, un primerizo, no una primeriza... ummm, ésto da que pensar... ¿son más ingenuos los primerizos o es que las primerizas (las pobres) no tienen ni un segundo para ellas mismas? Queridos primerizos (ambos los dos) bienvenidos a mundopadres ;)

viernes, 26 de septiembre de 2014

La vida sigue igual

No soy nada fan de Julio Iglesias, pero quien siga mi blog ya sabe que la música inspira muchos de mis comentarios, y esta canción del buque insignia de la canción melódica española es casi perfecta para poner melodía al post.

Esta semana un amigo mío de los tiempos del colegio, José Manuel Veguillas, ha presentado su primera novela.  Por cierto, que ya aprovecho para recomendar su lectura. Toda la información la encontraréis aquí http://www.edicionesatlantis.com/catalogo/4/que-ves-en-este-claro/952/. Vuelvo a centrarme en el motivo de comentario, que me disperso y luego mi marido se ríe de mi porque dice que soy como mis padres... Bien, pues a Veguillas, como le llamábamos en el cole, hacía más de diez años que no le veía y que no sabía nada de él. Estas cosas de la vida, perdimos el contacto. Y, ¡oh!, ¡maravilla!, lo recuperamos por Facebook hace menos de un mes. Además de ponerme al día de su vida ciberneticamente, me invitó a la presentación de su libro.

Tanto mi marido como yo le queremos un montón y queríamos estar allí apoyándole y disfrutando con él de "su  momento". Con la complicidad de mi hermana, que nos hizo de canguro, pudimos asistir.

El encuentro no nos defraudó ni un poquito. Nos lo pasamos genial. Y lo mejor, la sensación de déjà vu que experimentamos. Fue como si no hubiesen pasado los diez años de distancia. En el local no sólo estaba Veguillas, varios amigos más de la etapa colegial a los que igualmente hacía años que no veíamos, y de los que sólo teníamos contacto virtual, estaban allí. Pero casi exactamente igual, porque no negaré que alguna pequeña diferencia de peso o escasez de pelo había, pero pequeña, pocos gramos más, pocos pelos menos. Y en el caso concreto de uno de ellos, afirmo tajantemente, que estaba igual, igual. Y cuando digo igual, quiero decir exactamente eso, IGUAL. Hasta llevaba la misma cazadora vaquera con la que siempre le he conocido, y nuevecita, ¿eh?. ¿Cómo lo hará? Tengo que preguntárselo la próxima vez que le vea... o quizás mejor por Facebook. Ya veré.

El tema de la ropa y el aspecto físico no son los únicos que no han experimentado cambios. El de la forma de ser y el sentido del humor también siguen intactos. Como si estuvieran en formol. Nos echamos las mismas risas por las mismas tonterías que antaño.

Me encantó el "relaxing reencuentro whith cervecitas" que nos tomamos. ¡A vuestra salud, amigos!

¡Ah!, y ahí dejo la letra de la canción de Julito y el enlace a YouTube para los más romaticones, para que veáis que, como decía, va bastante bien a esta entrañable velada.


Unos que nacen otros moriran
Unos que rien otros lloran
Agua sin cauce rio sin mar
Penas y glorias, guerras y paz

Siempre hay porque vivir
Porque luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuaran
La vida sigue igual

Pocos amigos que son de verdad
Cuantos te halagan si triunfando estas
Y si fracasas bien comprenderas
Los buenos quedan los demas se van

Siempre hay porque vivir
Porque luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuaran
La vida sigue igual

viernes, 19 de septiembre de 2014

¿Me está vacilando?

Todos nos hemos hecho esta pregunta en más de una ocasión. La mayoría de las veces sabemos la respuesta, o sí o no. Pero hay un pequeño número de ocasiones en las que realmente no podemos dar un dictamen. En cualquier caso cuando planteamos esta cuestión, sea cual sea la situación, siempre queda uno con sensación de desazón e inquietud. A nadie le gusta que le tomen el pelo, aunque sea un poquito y en el transcurso de un ambiente distendido y de amigos. El que diga lo contrario creo que miente descaradamente.
Pero el colmo de los colmos es cuando verdaderamente no sabes si te están vacilando y, por si fuera poco, nunca lo sabrás. En esos momentos no es desasosiego lo que invade el cuerpo, no, va más allá del nerviosismo y la zozobra... yo diría que es rabia contenida.

Esta mañana he experimentado una de estas situaciones. Ha tenido, eso sí, un matiz que ha suavizado mi frustración, y es que ha sido una experiencia grupal, y ya se sabe aquello de "mal de muchos... consuelo de tontos". Pues sí, a esta tonta le ha consolado no ser la única en la sala que no sabía si la estaban gastando una broma o no.

Me encontraba yo esperando mi turno para ser atendida en Rodilla pensando felizmente en saborear un desayuno de dos sandwiches fríos y un zumito de naranja cuando oígo al señor tras el que iba decirle a la camarera: "serán muchos para mi solo, para comer, la oferta de 12 sandwiches". Inmediatamente me he desconectado de mis pensamientos y me he fijado con detenimiento en él. Era alto, fuerte, pero no gordo, trajeado y sin ningún aspecto de ser un vacilón profesional de esos que abundan por el mundo. Su tono tampoco dejaba ver tonito de choteo. Todo parecía indicar que lo preguntaba totalmente en serio... ¡pero 12 sandwiches de Rodilla para una sola persona!... Las camareras han tenido la misma duda que yo. Estoy segura. Nos hemos intercambiado miradas en las que nos pedíamos con los ojos opinión. Una de ellas con gran profesionalidad y educación e intentando no soltar una gran carcajada, le ha dicho "pues depende de lo que usted coma". Él ha sonreído de forma neutra y ha comenzado a elegir los sandwiches.

Ser o no ser... esa es la cuestión que diría Shakespeare. Cada uno que piense lo que quiera. Nunca sabremos la respuesta.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Blogger maruja

Tener un blog hace que tu ego engorde. No quiero mentir. Me gusta, no, me encanta que me lean. Y cuando me dicen que mi blog o un post les ha gustado, me pongo contentísima y mi autoestima sube como la espuma. Por eso me encantaría que me leyese más gente. Pero esto del mundo digital tiene su intríngulis. Es bastante complicado publicitar y hacerse conocer, o al menos, a mi me lo parece.

Inquieta por este tema le pregunté a una conocida mía, periodista en activo en un importante periódico, cómo podía lograr más seguidores. Me aconsejó que me posicionara como una experta en un tema. Que me especializara. Que las generalidades no venden.

Yo me quedé triste, la verdad, porque a mi lo que me motiva es escribir sobre las cosas que llaman mi atención. Yo quiero escribir este blog y no otro. Quizás en el futuro sienta la necesidad creativa o espiritual de tener uno sobre ¿qué sé yo? instrumentos musicales indígenas, que parece un tema suficientemente especializado como para convertirme en una bloggera de referencia si me lo curro con ahínco. Pero a día de hoy ya digo que no, que me quedo aquí, que aunque no tenga miles de seguidores los que tengo me quieren y les gusto.

Sin embargo, no puedo evitar seguir pensando en este asunto. Y creo que he llegado a una solución-conclusión. Me voy a posicionar como como una bloggera maruja. Mi blog es un blog dedicado al marujeo... culto, instruído... lo que quiera, pero finalmente marujeo. ¿O no?. Cualquiera de mis post podrían ser tema de cafetito matutino con una mamá o papá del cole (no voy a discriminar a los hombres, en esto del marujeo tienen también mucho que decir) o con un compañero de la oficina. Y, digo yo, si hay una especialidad de blogs de mamás, y otra de estilistas, y otra de cocina, y así suma y sigue... ¿por qué no crear y sentirse orgullosa de uno de marujas ilustradas? Además, ahora está muy de moda, ser mujer, trabajadora y hacendosa ama de casa. Si está reinvindicado hasta por las más feministas, que quien no hace las magdalenas caseras para la familia o no cuece el pan ecológico en la panificadora de casa es una inconsciente que pone en peligro la salud familiar... Sobre el tema del tiempo y el estrés que genera esto de ser maruja ilustrada ya hablamos otro día.

Ahí queda dicho, me autodenomino como "maruja bloggera".

martes, 9 de septiembre de 2014

¡Feliz Año Nuevo!

Hola a todos. Ya estoy de vuelta. En estos meses estivales no he perdido la cabeza... creo. No me he vuelto loca, ni despistada. Sé que estamos a 9 de septiembre. Pero es que hoy empieza de verdad el año, al menos el mío, y creo que el de casi todos. Hoy ha empezado el cole

Desde esta mañana comienzan a descontar los días hasta el año que viene. El 1 de enero es anecdótico, es un mero trámite formal para medir el tiempo a nivel mundial, pero emocionalmente el año se inaugura con la vuelta al cole. Cuando éramos pequeños porque nos reencontrábamos con nuestros amigos y profesores en las aulas, y ahora, que somos mayores, porque nuestros cachorros estrenan curso.

No tener hijos no significa que se tenga otra sensación. Todo en el ambiente predispone a esta percepción: las noticias y reportajes de radio y televisión sobre el primer día de cole, el bombardeo de nuevas colecciones en los quioscos de prensa, la publicidad de todo tipo de actividades y cursos, las fotos de los hijos de los amigos vestidos de uniforme en Facebook... nada que envidiar a la resaca de la auténtica Nochevieja.

Como no puede ser de otra forma al principio de año hay que hacer buenos propósitos que posiblemente no se cumplirán. Yo me he propuesto llegar a tiempo al cole con mi hija, pero ya he empezado mal, hoy hemos llegado tarde. También aspiro a hacer realidad esa utópica frase de conciliar la vida familiar y laboral. Por supuesto planeo comer saludablemente y olvidarme de bocadillos y sandwiches al mediodía. Obviamente tengo la determinación de hacer deporte y lograr un rato diario para mí.

Dentro de un año haré recuento de proyectos logrados y veremos si puse mis objetivos muy altos. Algo me dice que posiblemente así sea... quizás será por aquello de que "la experiencia es la madre de todas las ciencias", y sería el primer año en cumplir estos deseos. Por eso no sé si decir "Feliz Año Nuevo" o "Feliz Día de la Marmota". Admito apuestas. El resultado en 12 meses.

viernes, 20 de junio de 2014

Recuerditos del veraneo

¡Me piro de vacaciones! Cuento ya las horas... y eso que aún no sé destino. Sí, no es broma. Todavía no hemos planificado nada. Circunstancias familiares nos han obligado a esperar hasta el último minuto. Hemos optado por no agobiarnos e impregnarnos del espíritu hippie. Nada de planes, vamos a la aventura... o casi. Quiero decir, todo a la aventura que se puede ir con dos niñas pequeñas. Para nosotros este sentimiento de libertad no va mucho más allá de reservar apartamento dos días antes de salir, pero eso ya es mucho.

Tengo ya mi mente en aperitivo playero, caminatas tranquilas por el paseo marítimo mientras comemos un helado, acariciar la arena mientras me abandono al calor y la melodía del mar... 

¿Y las compras vacacionales? ¡Qué delicia!... que si unas chanclas, que si un pareo, que si una camisola... En este punto, sin embargo, hago un paréntesis. Aprovecho para hacer un llamamiento de ayuda en pro de la estética. Queridos lectores recordad: ¡mucho ojo con los souvenires veraniegos que compréis!. Esta mañana en un bar en el que me he dado el gusto de tomarme un café con churros, bueno, gusto, gusto... he decir que no ha sido porque estaban asquerosos, he visto algo que no me cabe la menor duda que fue adquirido en una tienda de recuerdos. Al principio no daba crédito a mis ojos. Mi mente se negaba a dar el visto bueno a aquella imagen. No podía ser cierto lo que veía. Pasada la estupefacción, y tras confirmar con mi marido que lo que había detectado no era un producto falso de mi imaginación, hemos estallado en carcajadas. ¿Qué era? Tatatachán... un abrebotellas hecho con algo muy similar a los testículos de un ciervo. Sí, sí... no miento ni exagero. Supongo que por la parte que no veíamos pondría algo así como “Recuerdo de Sanperiquín del Monte”.

En fin, no soy nada aficionada a comprar chorradillas de recuerdo, pero si me quedaba alguna gana, hoy ha desaparecido para siempre.


¡Felices vacaciones y volveré en unas semanitas!

martes, 17 de junio de 2014

Marchando una de...¿qué?

En tiempos de crisis echarle la culpa del fracaso de un negocio, es fácil. Pero hay que ser honesto y ver que muchas veces no es esa la causa. Hay casos más discretos y difíciles de señalar, pero algunos son flagrantes. Esta mañana he visto uno. Aquí pongo la foto para dejar constancia.

Vamos a ver Sr. Gil (intuyo que el dueño se debe apellidar así y le gusta tanto que le traten de Don que decidió ponerlo como parte del nombre de su negocio), como decía... Sr. Gil como recoge el sabio refranero popular "quien mucho abarca, poco aprieta". ¡¿ Cómo no iba usted a tener que cerrar el negocio?!

Vamos por partes, que aquí hay mucho que comentar.

Lo primero, o es bar o es pub, ¿pero las dos cosas a la vez? No termino yo de verlo.

¿Comida japonesa? ¿Llamándose Don Gil? Será cuestión de marketing, no lo discuto, pero si eres un amante de la gastronomía nipona, o buscas probar por primera vez este tipo de cocina, no escoges un restaurante con nombre tan español. Tampoco me queda claro si la comida japonesa era sólo en servicio a domicilio o también en local. O si los otros productos ofertados en el lugar se sirven a domicilio, me refiero a los refrescos, los pinchos de tortilla y los combinados, que se sobreentiende que hay, ya que es un bar y un pub.

El gusto en la elección de logotipo e imagen escapa a mi capacidad de descripción. Feo creo que se queda corto. Podría completarse con adjetivos como estereotipado, rancio, manido...

Normal que un cartel de "Se alquila" anuncie el final del negocio. Lo siento por Mr. Gil, que posiblemente puso en marcha este ecléctico lugar pensando que había dado con una fórmula magistral de unión de tendencias de restauración... pero como diría ese gran filósofo televisivo, Emilio, el portero de Aquí no hay quién viva, "un poquito de por favor... y de sentido común".

Yo creo que si Chicote pasa por esta calle y repara en "El Bar Pub Don Gil" se cae redondo al suelo ante el disgusto de ver allí un caso imposible de reconducir.

viernes, 13 de junio de 2014

Lecciones de moda con Súper Coco

Vaya por delante que "para gustos hay colores", pero dentro de eso hay unos mínimos de estética. Hoy he visto por las calles de Madrid algunos ejemplos que me han hecho ver la necesidad de orientación en criterios de vestimenta. He pensado en pedir ayuda a alguien sensato y objetivo: Súper Coco. Sus lecciones nos ayudaron en la infancia, ¿por qué no en la madurez? Amablemente ha aceptado mi petición. Un momento, creo que ahí llega...

... ¿es un pájaro? ¿es un avión?...nooooo... es... ¡¡¡Súper Coco!!!

Hola amiguitos, hoy vengo a explicaros la diferencia entre vestir bien e ir hecho un adefesio. Estad bien atentos:

- NO es bonito llevar escotazo en la espalda y que se vea todo el sujetador. Ni siquiera aunque sea del mismo color que la camiseta. Queda mal. Es antiestético. No es grunge. Da aspecto de desaliño y poca higiene.

- NO es bello ver la hucha del culete, incluso cuando no hay pelillos. Los pantalones sientan bien en su sitio, no caídos tipo cagao'.

- Marichalar no es un ejemplo a seguir.

¡Adiós amiguitos, hasta otro día!

¡Muchas gracias por tus sabias palabras, Súper Coco!


jueves, 12 de junio de 2014

Cómo cambian los tiempos

Cuando yo era pequeña tener un pueblo e ir de vacaciones allí era normal y muy habitual, pero poco glamuroso por no decir que nada. Lo que molaba era ir a la playa, y si además era un complejo moderno y lleno de hormigón, mejor que mejor. ¡Ay, esos hotelazos grandes y con balconadas metálicas sí que eran la imagen viva del triunfo económico y su merecida recompensa vacacional! Ahora recuerdo con una mezcla de añoranza, tristeza e ironía la envidia que me daban algunos amigos que llegaban al pueblo tras quince días de descanso en la playita con sus padres. Venían tan morenos... y contando lo bien que se lo habían pasado... O la vuelta al cole, donde las historias playeras ocupaban los primeros días. Los niños de pueblo éramos muy frecuentes, ya digo, pero ante los niños de playa bajábamos un pelín la mirada... éramos los "pobretones" del cole.

Hay que reconocer que ir al pueblo tenía su gracia. Llevar las vacas al prado por la tarde, hacer excursiones a la sierra, ir a comprar el pan a la camioneta que llegaba cada día, bañarse en el río, jugar en la plaza hasta la una de la mañana, no pisar en casa más que para comer... Actividades sencillas, pero no por eso menos divertidas.

La vida veraniega en el pueblo a veces se hacía incómoda. Pongo por ejemplo la falta de agua corriente, la existencia de un único teléfono que implicaba compartir las conversaciones con la operadora y la comunidad rural al completo, la ausencia de cuarto de baño o las calles sin asfaltar. ¡Qué idílica y bonita la vida en el campo!

Poco a poco, y sin saber muy bien cómo, la realidad se ha ido transformando.

Los pueblos fueron actualizando sus comodidades y perdiendo su identidad. Hacia el final de los 80 las zonas rurales parecían mini ciudades. Ir al pueblo se convirtió en una prolongación de la vida en las ciudades, seguía sin ser glamuroso, pero era cómodo y barato. El hormigón, los balcones de aluminio y los ladrillos de dos colores pintaron un paisaje en el que la piedra, la madera y el adobe se vieron exiliados, fusilados y enterrados.

Diez años después el turismo rural empezó a calar. Como explicaba un profesor mío de historia, el hombre cuando tiene cubiertas las necesidades básicas empieza a demandar el lujo. El campo no iba a ser una excepción. En las conversaciones de cafetería la palabra pueblo estaba casi prohibida. La gente iba a una zona rural estupenda o a un pueblecito encantador. Las casas rurales aventajaron en popularidad a los hoteles de playa. Lo más guay era irse un fin de semana a una.

Una vez más la evolución no se ha detenido y ahora ya no vale con irse a una casa rural.  Ahora hay que buscar o la más integrada en el rollito retro rural, esto es que por ejemplo tenga pozo en vez de agua corriente, o la más lujosa, con pongamos por caso sesión de yoga nocturno bajo las estrellas con monitor personal. Así es como desconectamos del estrés diario y nos mimetizamos con la Madre Naturaleza.

¡Quién me iba a mi a decir que lavar la ropa en tajuela en el arroyo con mi madre era la germinación de una actividad rural de gran encanto y tradición, que libera la mente de la ansiedad y nos aleja de nuestros problemas cotidianos! En mi recuerdo figura mi entusiasmo infantil por lavar con esmero la ropa y juguetear con el agua, pero también el agobio y el duro trabajo de mi madre para hacer una buena colada.

¡Vivir para ver!, que dicen los ancianos en los pueblos.

martes, 10 de junio de 2014

Duda maternal

¿Mis hijas son unas macarras de parque o todos los niños son así? Me corroe la duda. Quiero hacer un sondeo entre los padres.

Mis descendientes son dos encantadoras niñas de 7 y 2 años. A mi me parecen angelitos, princesas, cachorritas... en fin, una larga lista de adjetivos cariñosos. Pero claro, soy su madre y por definición soy subjetiva y defenderé sus cualidades hasta la muerte.

Sin embargo, que sea madre no quiere decir que esté ciega. Cuando observo a las niñas en el parque no puedo evitar sorprenderme en varias ocasiones con sus reacciones. Mis dulces pequeñinas se defienden como fieros animalillos. ¡Pobre de aquel que se atreva a arrebatarles un juguetillo!, no saben con quién se la están jugando.

Mi instinto como madre educadora me lanza a recriminarles, y explicarles que hay que compartir. Ellas me miran con ojos atónitos y sin palabras me dicen: "¿pero de qué hablas? ¿no ves que aquí no funciona la cosa así? Aquí o eres el más fuerte o te quedas sin juguetes".

Y ahí es cuando comienzo a titubear en mis planteamientos de diálogo y pacifismo. Creo que si mis hijas pudieran explicar este fenómeno con palabras de adulto dirían algo así como que la frase compartir es vivir, en el parque es un eufemismo. Allí el que no defiende su territorio está perdido, porque compartir parece ser una acción unidireccional. Arrebatar sí que es un verbo que describe correctamente el modus operandi de la mayoría de los infantes. Por eso, o te pones chulito o te comen el terreno.

Supongo que serán lecciones de vida, pero a mi me estresa. Nunca sé cuándo debo intervenir y cuándo dejar que ellas solucionen el conflicto. No quiero que mis hijas sean unas camorristas, pero tampoco que sean las que siempre salen perdiendo.

Los progenitores de los pequeños bravucones ayudarían muchas veces a reconducir las situaciones, pero muchos se dan, literalmente, la vuelta para no verlo y no tener que mediar. Bajo la excusa de "lo mejor es que lo arreglen ellos solitos" delegan sus obligaciones como educadores en otros padres o directamente en los niños.

¡Qué maravilloso e idílico es el momento parque!


jueves, 5 de junio de 2014

Con rulos y a lo loco

Las viejecitas son muchas veces una caja de sorpresa. ¿Quién podría imaginar que una octogenaria puede marcar tendencias de belleza? Desde luego, si la primera que se viene a la mente es la Duquesa de Alba, ya digo yo que nadie. Pero más allá de la aristócrata existen ancianitas muy glamurosas.

Siempre me han espeluznado las abuelitas que llevan el pelo malva. A más de una la han echado una espuma o un plis demasiado morado para evitar el amarilleamiento de las canas y lucen una cabellera que podría pasar por ser una peluca de carnaval. Sin embargo, hay que reconocer que todas las señoras que me he cruzado con semejante look lo lucían con una elegancia envidiable.

Ayer por la tarde me quité mentalmente el sombrero ante otra longeva fémina. Estaba sentada en una terraza tomándose una caña. Sus modernas gafas de sol la protegían de la poderosa luz del astro rey. Una sencilla camiseta negra y un discreto collar de perlas adornaban su busto. Desafiante, pero relajada, miraba hacia los viandantes y charlaba con sus acompañantes, dos varones ligeramente más jóvenes que ella. Hasta este punto, todo reflejaba una estampa bastante habitual y no especialmente llamativa o resaltable, pero es que... estaba con los rulos puestos. Eso sí, jamás había visto unos rulos mejor colocados y coordinados en cuanto a color y tamaño. Estaban perfectamente combinados en tonos morados y fucsia. Eran grandes por delante e iban disminuyendo hacia la nuca. Más que un instrumento para lograr la belleza capilar, en su cabeza estas pequeñas herramientas de peluquería mostraban todo su poderío como tocado. Si algún ojeador de pasarelas pasó por allí ayer, seguro que en la próxima edición de los grandes encuentros de moda y belleza los rulos, así dispuestos, tendrán un papel más que destacado y marcarán tendencia.

No me atreví a sacar el móvil y pedirle un selfie con ella, pero su imagen quedará en mi memoria para siempre. No digo más que mi ídolo de estilo y glamour ha dejado de ser mi adorada Audrey Hepburn. Ahora, su lugar lo ocupa esta anónima veterena.

miércoles, 4 de junio de 2014

¡Ella nooooo quería, oiga!

Están ahí. Y son una tentación para mi. Me están diciendo: "cómprame", "cómprame"... Es como el canto de las sirenas.

¿Soy yo la única que se siente irremediablemente atraída por la ropa y los complementos que se exhiben en los escaparates? Noooooo, sé que no. Somos muchos los que picamos en cada cambio de temporada y compramos algún que otro trapito o baratija.

Si además el día está soleado como hoy, es casi, casi imposible no dejarse seducir por esa camisetilla tan mona que sólo cuesta 17 euros y que me sentaría genial con los vaqueros blancos.

Pero, no. Soy fuerte. Tengo otras prioridades y no la necesito.

Además... (voy flaqueando, lo sé)... las rebajas están ahí mismo. A la vuelta de la esquina, y seguro que aguanta. ¿Y si hago como hacía mamá? Paso a la tienda, cojo la camiseta y estrategicamente la coloco al final de la percha, detrás de las demás. Fijo que así la encuentro el primer día de rebajas. Se ve mucho menos. Ummm, no. Creo que aquí esa técnica tan elaborada de mamá, no sirve. Aquí los mostradores son menos y más visibles que en El Corte Inglés.

En fin, me voy a dar un caprichito. Que me lo merezco, no me vaya a quedar al final sin ella...

- Hola, ¿me puedo probar esta camiseta?

- Claro

- ¡Uy!, ¡Qué bien me queda! ¿Me la puedo llevar puesta?

martes, 3 de junio de 2014

Abandonarse a la superficialidad

Es el momento de ser frívola con un tema candente. Por supuesto que tengo mi opinión sobre la monarquía, la abdicación del Rey, la república. Y ayer hasta le di a mi hija de 7 años una lección de historia de España, que yo calificaría de magistral, sobre todo teniendo en cuenta que traté de ser lo más objetiva posible y adaptarla al lenguaje y entendimiento de su edad. Quedé contenta, la verdad. Y ella también debió estarlo porque me pedía que le contara "más historias de España" y que le ayudara a buscar en internet información que leer. ¡Bien!, parece que estoy inculcando correctamente el gusto por la historia y la lectura a mi retoño.

Pero hoy no me apetece dar mi visión aquí del rey y la monarquía. Sería larga y es de esos asuntos de los que prefiero hablar más que escribir, porque unos argumentos llevan a otros y es más enriquecedor una conversación que una chapa escrita.

Sin embargo, mi deformación profesional como periodista me impide no tocar el tema de actualidad. Aunque sea de refilón. No me puedo resistir a compartir en mi blog lo bien que me lo pasé ayer con la abdicación de nuestro monarca. Fueron varias las carcajadas que solté a lo largo del día al consultar mi Whatsapp o Facebook. ¡Qué creatividad e imaginación tiene la gente! ¡Y qué rapidez de reacción! Sospecho que si muchos de los autores de las composiciones dedicasen la misma energía a tareas más productivas su entorno laboral, se vería muy beneficiado. Pero hay que reconocer que son agudos de verdad.

Cada vez que pensaba en revisar el Whatsapp esperaba casi ansiosa el chascarrillo fotográfico de última hora. Algunos son geniales, otros bastante bastos y facilones.

Tengo una duda, ¿será cosa del carácter chistoso español o es un rasgo común a cualquier nacionalidad? ¿Belgas y holandeses serían igual de creativos cuando abdicaron sus reyes?

Ahí va una pequeña recopilación de los fotomontajes para que queden como galería de risoterapia.















miércoles, 28 de mayo de 2014

Tres pasajeros en un taxi

No me gusta admitirlo, pero la suerte existe, la buena y la mala. Hoy he viajado en taxi con las dos.

Al principio estaba convencida que a mi lado se había instalado la mala suerte. No podía dejar de pensar en la campaña publicitaria de una empresa de seguros que personifica este concepto. El personaje dice: "soy La Mala Suerte. Me gusta jugarle bromas pesadas al destino. Puedo causar accidentes con tan sólo un suspiro. Desafortunadamente para ti, me encanta lo que hago. Así que prepárate, porque en cualquier momento podría cruzarme en tu camino"

"Pues ya está"- he dicho para mis adentros mientras recordaba la burlona cara del actor encargado de dar vida a La Mala Suerte -  "Me ha tocado".

Nada más entrar en el coche mis alarmas internas han saltado. El conductor del taxi era seguidor de música reggaeton. Cuándo le he indicado la dirección a la que quería ir se ha dado la vuelta en una difícil contorsión y bajando las gafas de sol de espejo con un movimiento de nariz me ha preguntado "¿dónde está eso?". Actuando de forma rápida, le he dado una dirección más sencilla que quedaba cerca de mi destino final. El trayecto era corto, pero hemos tenido dos percances. En el primero casi atropella a un anciano que cruzaba correctamente por el disco en verde. El pobre hombre se ha llevado un buen golpe con el capó. Obviamente mi taxista se ha oído una buena tanda de improperios, a los que simplemente ha respondido con un lo siento. Dos minutos después, y tras una carrera desenfrenada por las calles de Madrid cogiendo el volante con una sola mano, un coche dirigido por un conductor que ha decidido no dejar escapar, aunque lo ha divisado en el último minuto, ha atizado un golpecillo al morro del taxi. Indignadísimo, el taxista ha salido del auto y ha revisado la chapa del vehículo con un mimo que para sí habría querido el ancianito atropellado tres minutos antes.

En algún momento del que no soy consciente, debió apearse La Mala Suerte, y subirse La Buena Suerte, porque finalmente he llegado sana y salva a la calle en la que le dije que me dejara. 


lunes, 26 de mayo de 2014

Lo importante es participar

Hoy he asistido a una auténtica lección de deportividad, tolerancia y respeto. Mi admirado protagonista ha sido el profesor de gimnasia de mi hija. Las referencías que tenía de él ya eran estupendas. Mi pequeña me da el parte de cómo se desarrollan las clases y escucho también los comentarios que hacen de él el resto de los niños del cole. Las veces que he hablado con él me he sentido cómoda. Su descripción es sencilla, lo que se dice un hombre normal y con cara de buena persona.

En los próximos días el curso de mi hija va a jugar un partido de fútbol contra otro colegio de la zona. En el encuentro van a participar todo la clase, niños y niñas, sin distinción. El foco de interés puesto por este maestro, y desde luego apoyado por la dirección del centro, es fomentar el trabajo en equipo y la competición por diversión. El énfasis está puesto en la conocida, pero cada vez más utópica frase de "lo importante es participar". Cada día, recuerda a sus alumnos que el encuentro tiene el único objetivo de divertirse con otros niños, no de ganar o perder. La naturaleza humana de los pequeños les impide compartir esta visión. Ellos quieren la victoria. Pero son los cachorritos de Primaria, los más pequeños. Las lecciones tardan en calar, pero la perseverancia tiene su recompensa, estoy segura.

Fiel a su planteamiento del deporte esta mañana, este docente, de forma espontánea e inconsciente, ha actuado de forma consecuente a su planteamiento del partido escolar. Los niños estaban en fila para ir al gimnasio. Él ha llegado con su amable sonrisa para recogerlos. Varios de los alumnos formados llevaban camisetas del Real Madrid y uno la del Atlético. A los seguidores del Madrid les ha dado la enhorabuena, y al del Atlético una palmada en el hombro acompañada de "así me gusta, con orgullo". Yo, que estaba allí, le he preguntado: "¿Eres del Atleti?". Y me ha contestado: "No, del Numancia".

Ese es el espíritu: diversidad de aficiones, respeto, alegría y orgullo.

viernes, 23 de mayo de 2014

Bienvenido al mundo rosa, papá

"¡Nunca pensé que pudiera ponerse una lavadora entera de ropa rosa!", así de asombrado se sentía mi marido la otra tarde al echar la ropa a lavar. Sí, soy una afortunada, mi pareja sabe utilizar la máquina lavarropas, de forma efectiva, sin mezclar colores. Mi trabajo me ha costado inculcarle que poner lavadoras es un acto que lo realizan los humanos de forma voluntaria y no es un hecho ejecutado por ninguna divinidad. Pero tras un periodo de entrenamiento, es justo reconocer que se ha convertido en un experto.

Me hizo mucha gracia el comentario, porque pensé que ya hacía años que había asumido que vivía en un mundo rosa. Pero su fascinación al constatar el otro día que todas y cada una de las prendas que había seleccionado para lavar eran rosas, delató que no era consciente de que vive envuelto en el "pink power", a pesar de estar rodeado de Kitty, las Princesas Disney y las Monster High.

La relación que se establece entre un padre y una hija es muy especial. Muy tierna. Muy bonita. Y se mantiene para siempre. Yo soy muy llorona y cualquier peli un pelín ñoñota me hace soltar el moquillo. Pero el padre de mis hijas es un tío duro que no lagrimea en ningún film, por triste que sea. La única vez que le he pillado limpiándose las lágrimas fue al ver este magnífico anuncio de Volkswagen, que capta a la perfección los sentimientos de un padre con su adorada descendiente https://www.youtube.com/watch?v=ROW1n86cfWg Y es que... padre no hay más que uno.

jueves, 22 de mayo de 2014

La sinceridad aplastante no mola

"A mi me gusta mucho la sinceridad. Yo soy muy sincero y digo las cosas como las pienso". Pocas frases me revientan tanto como esta. Y además, afirmo que es falsa. Es más me atrevo a decir que quienes tan alegremente sueltan la frasecita en cuestión son unos mentirosos. Porque la sinceridad les gusta con respecto a los demás, no hacia ellos mismos.

Es cierto que a la mayor parte de la gente nos gusta la sinceridad. Y que la mayoría somos muy sinceros y decimos lo que pensamos. Pero cuando uno suelta la sentencia a modo de preámbulo de un discurso... prepárate porque van a decir algo que al interlocutor no le va a molar nada. Suelen ser observaciones, críticas o consejos demoledores. Y si en vez de preámbulo es un epílogo... intenta controlar tu respuesta verbal y/o la mano para no soltar un sopapo al sincero charlatán. Estoy segura que si la escena se invirtiese, al autoproclamado sincero le sentaría igualmente mal el comentario.

En un par de días he tenido que soportar un par de estos gratuitos consejeros. El motivo es mi foto del carnet de identidad. En noviembre cumplirá los 10 años y por fin podré cambiarlo, pero mientras tanto tengo que convivir con él. Mi look era muy moderno y actual... hace 10 años. Una dependienta de El Corte Inglés y otro de Tiger decidieron ser aplastantemente sinceros, y uno en preámbulo y otro en epílogo me destrozaron mi ego al insistir en lo mal que estaba en la instantánea de hace una década y en que ahora estaba mucho más estupenda. Vale, ahora estaré guay del Paraguay y agradezco esa sinceridad, pero me hunde pensar lo rematada que debía ir allá por el 2004. Me hace reflexionar si para los habitantes del 2024 a día de hoy seré un loro matao' a escobazos. Reconozco que en las dos ocasiones me dieron ganas de replicar que me sentía muy afortunada de haber superado con nota mi mala imagen, y que esperaba que ellos también pudieran lograrlo porque a día de hoy llevaban un peinado que no les favorecía nada. Me habría encantado ver si mi sinceridad era tan bien recibida como ellos afirmaban apreciar, pero no me atreví, porque yo, soy sincera, pero también empática.

martes, 20 de mayo de 2014

Cambio y corto o... no corto

Creo que ya he comentado otras veces que para mi ir en el autobús es una lección sociológica. Observar a mis compañeros de viaje es un hobbie y durante los repetitivos y tediosos trayectos entretengo mi mente en desarrollar sesudas teorías sobre el comportamiento humano. Debo ser algo así como una Kant-amañanas busoniana, porque estoy segura que si Kant hubiese vivido en nuestros días habría sido usuario del bus y gran parte de su famosa teoría se habría generado en este medio de transporte. Sólo me comparo con él en eso, que quede claro. Soy consciente de que mis teorías tratan asuntos menos profundos y espirituales, y desde luego no influyen nada en las corrientes filosóficas mundiales. Pero me gusta dar el rollo con mis hipótesis, digo... compartir mis observaciones.

Hoy he advertido que hay dos tipos de conversadores de móvil en el autobús.

Están los que parecen mafiosos dando órdenes por teléfono: "Sí, ya voy. En diez minutos estoy ahí. Ten preparado todo". Conversaciones cortas y en clave, para que las personas que oyen el monólogo no obtengan información valiosa de su vida.

El otro modelo es el que habla largo, tendido y... muy alto, dando toda clase de detalles sobre mil cosas distintas como la última quedada con sus amigas, las malas relaciones que mantiene con su jefe o la planificación del partido de fútbol con los amiguetes.

Yo confieso que pertenezco más bien a este último supuesto. Es por falta de tiempo. Intento no hablar en el bus porque no me gusta ir retransmitiendo mi vida, pero muchas veces, si no hablo en el bus, no puedo charlar un ratito con mi hermana o con alguna amiga. Sopesando si prefiero mantener el contacto con los míos y de paso entretener a algún pasajero o cortar la comunicación con mis seres queridos, suelo escoger la primera opción, pese a la vergüenza que reconozco que siento. Para compensar miro al suelo o al infinito por la ventana mientras intento concentrarme en la conversación.

martes, 13 de mayo de 2014

Señor juez, no me di cuenta de lo que hacía

¡Cómo es la vida moderna!. ¡Qué prisas!, ¡qué estrés!...

Cada vez que pienso ésto y me doy cuenta que lo estoy haciendo, automáticamente pienso también que me queda un paso menos para la jubilación porque el comentario es típico y tópico de un par de jubilatas tomándose un café. Pero, como casi siempre, tienen razón, porque serán abueletes, pero a observadores no les gana nadie.

Si una pareja de estas me ve esta mañana en el supermercado, fijo que me habrían aplicado la frasecita para justificar mi actuación. Yo lo hice, por aquello de no sentirme tan mal, y para intentar defenderme de mi criminal conducta.

He raptado un carrito de la compra. Ha sido sin querer, lo juro, señor juez. Bueno, he de confesar, que como yo le digo a mi hija cuando me lo dice, "no ha sido sin querer, ha sido sin cuidado, que es distinto". Estaba yo pensando en si comprar pavo al natural o braseado y, justo ahí debió ser que abandoné mi carrito y empecé a echar productos a otro que me quedaba más a mano. Me he dado cuenta al pagar en la caja. Iba descargando cosas sobre el mostrador para que la cajera me las pasara por la registradora cuando, a mitad del carro, veo leche de soja, garbanzos envasados, salsa curry... "¿Qué es ésto? ¡Yo no he cogido nada de todo eso! ¡Aghhh!, me he equivocado de carro. Horror. ¿Dónde he dejado el mío?", he pensado inmediatamente. Con sonrisa nerviosa le he explicado a la cajera lo que me había pasado. Ella estaba un poco robotizada, y lejos de mostrar la simpatía que yo esperaba y necesitaba por mi despiste, me ha mirado con desinterés y no ha dicho ni mú. Con una terrible vergüenza he dejado el carrito con los productos ajenos junto a la caja por si alguien lo reclamaba, he pagado y he metido mis cosas en mi carro casero. Le he dejado aparcado y he vuelto a entrar al súper en la esperanza de encontrar mi carrito original, para no tener que volver a hacer esa parte de la compra, y de no encontrarme cara a cara con el dueño del carrito raptado. ¡Albricias!, lo encontré... justo al lado del pavo. Sólo, paciente y abandonado. Nadie lo había cogido por error... Para evitar pasar el sonrojo de repetir cajera he optado por otra ante la que he puesto cara de control normal de compra.

Siento mucho el trastorno que sin duda he causado al dueño del carrito retenido. Soy consciente que habrá tenido algún que otro pensamiento maléfico contra mi familia, pero es que... ¡cómo es la vida moderna!. ¡Qué prisas!, ¡qué estrés!... la cabeza no nos da para más, y pasa, lo que pasa, que vamos pensando en tantas cosas, que nos despistamos sin remedio.


lunes, 12 de mayo de 2014

Achilipú

... apú, apú, apú,
Achili, achilí, achilí, chili,
Achilipú, apú, apú, apú...

Desde anoche llevo con esta cancioncilla metida en la cabeza. La culpa la tiene un anuncio de la televisión tipo "Teletienda". El protagonista es el "Acutrue sonotone", un audífono recargable que es la solución a todos los problemas de sordera... vamos que ahora la invitación de "abuelo, el sonotone...", debería cambiar a "abuelo, el acutrú..."

¿El ataque de risa que nos dio a mi marido y a mi (sobre todo a mi) al ver el anuncio se debió al cansancio acumulado de todo el día o a que realmente era hilarante? Ni idea, pero para mi, que si se hubiese tratado de una parodia humorística no habría resultado tan gracioso. La finalidad de vender el producto no sé si se logrará con este comercial, pero desde luego hacen pasar un buen rato a telespectadores críticos e irónicos como nosotros.

Cada vez que el locutor decía el nombre del audífono, un golpe de nuestra risa lo coreaba. Lo entonaba de forma tan contundente: ACUTRÚ, que en vez de esa palabra parecía que decía ACHILIPÚ, e inmediatamente a los labios nos venía el resto de la canción: APÚ, APÚ...

Por si solo, el nombre y la locución no sería tan jocoso si no estuviera acompañado de imágenes y comentarios acordes. El aparato funciona con una batería recargable que se conecta a la electricidad con un cargador similar al de los móviles. La imagen mental que se nos formaba viendo el sonotone del abuelo junto con su móvil prehistórico, recargándose a la vez, no tiene precio. Además, el aparatillo va acompañado de un cepillo para la limpieza de "de la caca de la oreja" como llama mi hija a la cera del oído. ¡Aghhh, qué grimilla!, que será todo muy natural, pero que cuándo uno lo piensa, no puede evitar que el tema dé un poquitín de asquete.

Quizás es que yo ahora estoy muy sensibilizada con este asunto porque mi padre tiene problemas de oído y estamos empezando a conocer el mundo de los audífonos. Como todos los problemas de salud, no es una cuestión para tomarse a broma... la mayor parte del tiempo, ¡¿pero un ratito?!, sí, que hay que coger fuerzas y unas risas recargan la energía positiva pero bien.

Sin embargo, dejando de lado el momento distendido, me quedé preocupada con los peligros, las trampas y el poder de la publicidad. En el anuncio era todo tan perfecto y "científico"... La repetición de las bondades del objeto quedan impresas en el cerebro y es difícil ver más allá de lo que te están presentando. La capacidad crítica y comparativa del espectador queda prácticamente anulada. El Acutrue no sé si será bueno o malo. Habrá que preguntar a los especialistas. Pero me sorprendió mucho el precio: 46 euros. Aunque hay de distintos importes, los presupuestos más habituales están sobre los 1000 euros. Por eso un nuevo temor y duda acudió a mi ¿A qué nos enfrentamos a un timo publicitario o a una sobrevaloración de estos aparatos? ¿Cuánto debería costar realmente un sonotone?

jueves, 8 de mayo de 2014

Todos los bebés no son guapos

Hay verdades que cuesta reconocer. Parece que si lo hacemos somos unos insensibles. Pero no es así. Lo que es, es. Y nada más. Uno de estas dolorosas afirmaciones es que no todos los bebés son guapos. Los hay de todas las condiciones, igual que los adultos. No pasa nada por reconocerlo. Los vamos a querer igual, sean guapos o feos. Pero es que los hay preciosos, los hay normalitos, los hay feos y los hay que... asustan.

La llegada de la primavera plaga las calles de carricoches. El ambiente me recuerda al principio de la película de Disney "Bambi", cuando se presenta a las distintas crías del bosque, recién nacidas, con sus mamás. Su despertar al mundo es tierno y lleno de belleza. Todas son entrañables. Las mamis, orgullosas, arropan a sus retoños, y el resto de habitantes les miran con interés, curiosidad y ternura.

Esta mañana mientras esperaba a que cambiara a verde un semáforo para cruzar acudía a mi memoria esta escena. Se respiraba vida. El buen tiempo, la luz, varias mamás empujando carritos por la calle... Mientras dejaba que la energía positiva del ambiente entrara en mi, percibí que una de estas madres se situaba junto a mi. Inmediatamente mi cabeza se giró en busca del tierno bebé que sabía que encontraría echado en el carro... ¡Aghhhh!, en encanto se rompió en un segundo. La banda sonora noña y edulcorada quedó interrumpida por interferencias chirriantes. "¡No es posible!", pensé. Para asegurarme, parpadeé, y al abrir los ojos confirmé, para horror mío, mi primera impresión: aquel bebé era mi amigo Felipe.

Felipe, no te lo tomes a mal. Como varón adulto no estás mal. ¡Hombre!, Paul Newman no eres, pero tampoco eres el feo de los hermanos Calatrava. Sin embargo, reencarnado en recién nacido te aseguro das un poquito de miedo.

Sí, rotundamente, sí.  El niño de esta mañana era feo. Muy feo. Y asustaba. ¿Qué se le va a hacer? Seguro que a su madre le parece precioso. Y a sus abuelas, ni te cuento. Pero el resto de los mortales no tenemos una venda de amor ciego. Y, de verdad, que era igualico que Felipe y me hizo temblar al encontrarme con su cara. Es una experiencia para pasarla. Contarla ayuda a sobreponerse del trauma. De verdad. Ya me encuentro mejor, y voy superando el susto.


miércoles, 7 de mayo de 2014

Mierdecillas de colección

¡Pero qué a gusto me siento en mi centro de trabajo!, me falta ponerme las zapatillas de andar por casa. Soy una afortunada. La gente que me rodea es encantadora y como soy mi propia jefa pues yo me lo guiso y yo me lo como. Me enfado conmigo misma o me felicito, según el día o el momento, pero ahí terminan mis malos rollos laborales.

Comparto espacio con currantes de distintas profesiones. Mi puesto está en un co-working, una especie de oficina grande con varias salas y mesas. Un lugar donde bulle la creatividad y la energía positiva porque la gente cree en sus proyectos y tienen muchas ganas de "tirar pa'lante". La colaboración forma parte del lenguaje común, igual que la camaradería.

Elegí este centro porque me dio buenas vibraciones desde el principio. Carlos y Gonzalo, los responsables del lugar, son encantadores. Han puesto en marcha un co-working original y acogedor. The Shed Coworking (www.theshedcoworking.com) tiene una preciosa decoración inspirada en el mundo nórdico. En la habitación principal hay un pequeño cobertizo de madera ideado como sala de reuniones que rompe la monotonía de cualquier oficina tradicional.

Pero co-working tiene vida propia, no se deja aplastar por la decoración planificada y perfecta. Y eso me gusta. Me hace sentir que vivo en la realidad y no en una nube de ficción. Percibo que esta oficina es una continuación de mi historial profesional, y que es un paso más adelante en mi carrera.

Hasta hoy no me había parado a pensar en el motivo de esa sensación. Hoy lo he descubierto. He mirado a mi alrededor en un momento de descanso y una sonrisa ha acudido a mi rostro al ver dos pequeñas figuritas de La Cenicienta que ha puesto en la mesa una de mis compañeras. Acto seguido mis ojos se han desviado al regalo del Día del Padre de mi compañero de al lado. Después he levantado la vista y he divisado un muñequito de el Capitán Spock colocado en un altillo de otro puesto. Minnie y uno de los pitufos vigilan de cerca el trabajo de Elena. Varias botellas de Solán de Cabra salpican las mesas. Una caja metálica vacía descansa sobre una estantería... Pequeños objetos personales que nos hacen sentir bien y que fuera de los habitáculos laborales no tienen lugar en nuestras vidas. Esas "mierdecillas de colección" podrían formar parte de una exposición sobre el trabajo y dicen mucho de la personalidad de cada dueño. Puestas en común dan sentido y humanidad a los centros de trabajo. Son como un sello de garantía. Cuando en uno no hay, mosquéate, que muy buen rollo no hay por allí.


martes, 6 de mayo de 2014

¿Reír o llorar? Esa es la cuestión

Hay épocas en la vida en las que todo parece torcerse. Cuando echas la vista atrás no aciertas a saber en qué instante fue. Simplemente, en un momento dado, te das cuenta que tu ordenada vida está patas arriba. No has hecho nada para propiciar esta situación, sólo ocurrió. No puedes dominar nada, no puedes controlar nada. Tu posición es sobrevivir de la mejor forma posible. ¿La fórmula? Nadie la conoce con exactitud, pero sí que hay consenso en uno de los principales ingredientes: el humor.

No es fácil mantenerlo, pero es esencial. Con humor todo es mucho más llevadero y, ¿dónde va a parar?, mucho más divertido, ¿o no?. Hay que aprender a dar la vuelta a la tortilla.

Soy consciente que llevo un rato escribiendo tópicos, muletillas y lugares comunes, pero es que he descubierto que son ciertos y es la forma más sencilla de trasmitir lo que muchos sesudos profesionales del moderno "coaching" hacen a través de elaborados discursos.

Amigos, al mal tiempo, buena cara. Yo suelo buscar la inspiración en cosas que me hacen reír. Algunas son tan contradictorias como revistas supuestamente serias. Hay reportajes que no tienen precio, como uno que relataba la historia del diseño de un conjunto de bolsas de viaje de la marca Louis Vuitton creadas para solucionar los inconvenientes de espacio de un modelo de coche BMW. ¡Gran problema solventado, a Dios gracias, por el ingenio de los diseñadores de bolsos!.

¿Y los programas de tele? Ahhh, esos son una fuente inagotable de inspiración para la risoterapia. Me atraen especialmente los referidos a las relaciones personales. Hay una biblioteca importante. ¡Y unos casos... que hacen palidecer a los problemas propios!. Marta y Pili eran compañeras de piso. Pili, la insensible, no respetaba los tiempos de estudio de Marta antes de los exámenes y daba rienda suelta a sus proezas sexuales con su pareja. Los jadeos y sonidos de placer se escuchaban a la perfección en la habitación de la abnegada estudiante, que ni con cascos se podía concentrar. Como castigo y venganza, Marta, tomó la decisión de pinchar los condones que su amiga guardaba en la mesilla. El resultado de tan innoble acción fue que Marta se quedó preñá y con una hija nacida fruto de la venganza y no del amor. Todo un drama, dramático digno de inspirar a un Shakespeare moderno.

¡Ay! Estos sí que son problemas, y no los de "andar por casa" ;)


viernes, 4 de abril de 2014

Mirada imperturbable

11.15 de la mañana. En un hospital madrileño del Servicio Madrileño de Salud...
...una joven ciudadana llega al mostrador de recepción de citas de una de las consultas externas. No hay nadie atendiendo.

11.17 Llega la administrativa que atiende el mostrador. La joven ciudadana le entrega la hoja de citación de su madre en la que está impresa la hora de la consulta: 11.10 de la mañana.

Administrativa: "Llega usted un poquito tarde, ¿no le parece?"

La joven ciudadana no dice nada, se limita a poner "sonrisa social"

Administrativa: "Bueno, bueno, veré cuándo encuentro un hueco para llamarla. Siéntese y espere"
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Una hora antes...
... la joven ciudadana pasa por casa de sus ancianos padres para recogerles y acompañarles al médico. Su octogenario padre le informa autoritariamente que no hace falta que compruebe la planta donde tienen la cita médica. Al llegar al hospital esperan impacientemente uno de los cuatro ascensores que les llevarán a la planta 1. Se masca el nerviosismo de la población hospitalaria por pillar sitio en el ascensor... calientan bastones, bolsos... Por fin llega el elevador. Planta 1. El anciano, con paso lento pero decidido, se planta ante una ventanilla cualquiera de la planta y pide ser informado del lugar de la cita. El administrativo amablemente le explica que no es allí... "es en la planta... -1". Vuelta a coger los ascensores. Planta -1. El ochentón asalta a un empleado de seguridad y le reclama información sobre el lugar de la cita. El buen hombre da unas indicaciones muy precisas. Afortunadamente, porque la gerencia del hospital debió olvidar señalizar esas consultas... La vetusta pareja caminan lentamente. Bastones, años y condiciones físicas les impiden ir más rápido.
Por fin llegan a la consulta: 11.15. ¡Cinco minutos tarde respecto a la cita! El matrimonio, agotado por el paseo, hace caso a su hija y se sientan en la sala, delegando en ella la gestión de la entrada en consulta.
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Pensamientos de la joven ciudadana mientras escucha la frase "Llega usted un poquito tarde, ¿no le parece?" y pone sonrisa social:

"Contrólate, contrólate... la cabeza va ha empezar a darte vueltas de 360 grados, voy a soltar baba verde y los ojos se me van a inyectar en sangre como a la niña de "El Exorcista". Será imbécil la tía ésta. Si llevamos una media de espera en tooooodas las citas a las que hemos acudido en el último mes de hora y media. ¿Y qué pasa con el cartelito que tiene detrás que amablemente informa que la hora de la citación es orientativa y que se tenga paciencia? Es orientativa sólo para el paciente, claro. Me la como, ¡me la como!. Ommsss, paciencia, paciencia. No discutas. No quiero terminar con una camisa de fuerza en el pabellón psiquiátrico después de ser reducida por el servicio de seguridad del hospital. Y ante todo ¡por Dios!, que papá no se entere que me han recriminado llegar 7 minutos tarde, bueno que en realidad han sido 5, porque esta tía no estaba en su sitio. Respira, respira ¡no hiperventiles!. El poder está en tu mente. No discutas, no discutas. Muy bien, muy bien... lo estás haciendo muy bien. Sonrisa social, eso es. Eres una gran alumna de Bizcochito. ¡Qué gran serie "Ally McBeal"! Nunca sabrá esta mujer lo agradecida que debería estar a esta comedia americana. Para que luego digan que el trabajo administrativo no es un trabajo de riesgo... eso si se tiene en cuenta que hay empleados a los que les gusta vivir al límite".




jueves, 3 de abril de 2014

¿Familia vs trabajo?

Odio la expresión "conciliar vida personal y laboral". Semánticamente es correcta y sociológicamente también. Pero siempre me chirría porque no puedo evitar pensar que en realidad mi vida personal no está enfadada con mi vida laboral ni viceversa. Entonces... ¿qué necesidad hay de conciliarlas?

No se me ocurre otra manera de resumir en cinco palabras lo que realmente siento en este asunto. A lo mejor es que no existe otra forma. O quizás es que estoy empanada porque estoy física y mentalmente agota' de tratar de conciliar a mis vidas.

Mis padres son muy mayores y mis hijas bastante pequeñas. Estamos en pleno proceso de ITV's médicas. Vida familiar. Mis objetivos profesionales forman parte de mi. Vida laboral. ¿Qué hago? ¡¡Ahhhhgggg!! Sentirme mal por no ser una superwoman y llegar a todo con energía y buen humor. En fin, una hace lo que puede, y en la mayoría de los casos hasta creo que consigo "casar" todo con bastante dignidad y sonrisas.

Estos días he estado alejada del blog. He tenido que priorizar: o dormir o escribir. El sueño se impuso. Es posible que en los próximos días siga bastante desconectada de la hoja de papel digital. Pero eso no quiere decir que no esté trabajando. Como dice mi madre que, como ya he comentado en otras ocasiones, es muy sabia, "no hay mal que por bien no venga. Las anécdotas y escenas que estoy recogiendo estos días prometen post interesantes y divertidos. Para que no se me olvide nada voy con mi libretita siempre cerca, que no todo es digital en esta vida y para apuntar donde esté papel y boli que se quite la tecla del móvil.

¡Ah! y con la intención de entretener mi mente utilizo las interminables esperas de las consultas médicas en pensar en un término que resuma con menos acritud y más salero la relación de los asuntos familiares y los laborales. Por el momento no lo he conseguido, pero no pierdo la esperanza.


jueves, 27 de marzo de 2014

Mi asesora de imagen

No soy ninguna famosa, ni una rica heredera, pero tengo asesora de imagen. Y es muy buena. Soy una gran afortunada y no pienso compartirla con nadie. No es egoísmo, es por una simple cuestión legal. Mi asesora es menor de edad. No, yo no estoy infringiendo ninguna ley, y tampoco se trata de un caso de explotación infantil.

La respuesta a este acertijo es que mi asesora es mi hija mayor. Siete años tiene la profesional de la imagen, pero lleva ofreciéndome este servicio, de forma desinteresada y espontánea, desde la tierna edad de tres. Desde luego, no es una prestación gratuita. Lo cobra en especias, pero no es consciente de la retribución: yo soy su asistenta mientras recojo sus juguetes, su peluquera, técnica de spa, "la negociadora" en las trifulcas con su hermana... Nuestro tácito acuerdo encaja en aquella mítica frase de Hannibal Lecter en "El silencio de los corderos", "quid pro quo".

Mi descendiente tiene un gran sentido de la estética y es muy estilosa. Es coqueta, coquetísima. Se pone todo lo que pilla desde que era un mico. Fulares para simular largas melenas, mantas a modo de chal, faldas superpuestas para hacer un traje de novia... y lejos de resultar combinaciones imposibles, se convierten en airosos montajes que ya quisieran muchas producciones de revistas de moda. Cuenta con dos cajas de disfraces, pero casi nunca se disfraza de algo típico como bailarina de flamenco o Blancanieves. Ella prefiere la fusión. Se transforma en La Reina de las Flores, en un alienígena o en una doncella hippie con una facilidad pasmosa y un diseño que ya quisiera la mismísima Ágatha Ruiz de la Prada, porque eso sí, colorista, es.

La primera vez que dio muestras de su talento fue con poco más de tres años. Una mañana salía yo de nuestro dormitorio conyugal vestida para ir a un evento laboral, esto es bastante más arreglada que para ir al parque. Mi retoño me soltó cuando yo caminaba con paso seguro por el pasillo para coger el abrigo: "mamá, no combina esa blusa con esa falda". Me detuve, me miré y... tenía toda la razón. No había acertado nada en la elección de prendas. Quiero pensar que mi decisión obedeció a falta de sueño y no de gusto.

En varias ocasiones me ha recordado que voy mucho más mona con "zapato de pinchito", nombre con el que en mi casa se conoce al calzado de tacón desde que ella acuñara este término la primera vez que fue consciente que su mamá se ponía en los pies algo más que zapatillas de estilo deportivo.

Anoche me hizo descender de mi mundo de obligaciones adultas. Ese mundo en el que no existe el tiempo para asuntos superficiales e intranscendentales como la belleza femenina cotidiana. Mientras la ayudaba a cepillarse correctamente los dientes, me tomó amorosamente la mano y la miró con aire de experta. Suavemente, con mucha ternura y comprensión, aunque eso sí con un punto de guasa me recriminó: "mamá, tienes fatal las uñas. Ese color... mamá. Pero fatal, fatal. Tienes muy estropeada la pintura". Me miré las uñas y ¡oh, cielos! ¡cuánta razón tenía!. "Es verdad, hija,.. es que no me ha dado tiempo", me excusé con torpeza y vergüenza, igual que hace ella cuando le pillo en  una falta tipo lavado de dientes incompleto. Además de sorpresa por su observación, experimenté una grata sensación de agradecimiento por su preocupación hacia mi estética. Me sentí querida y protegida, una sensación muy reconfortante. Otra vez "quid pro quo", "yo te cuido, tú me cuidas", "yo te quiero, tú me cuidas".

En cuanto las niñas se fueron a la cama, yo cogí el set de manicura y me senté a arreglar el desastre detectado por mi asistente personal. Soy una madre-clienta disciplinada que sabe aprovechar los consejos de sus profesionales de confianza.