jueves, 31 de octubre de 2013

Una especie para tratar con cuidado

Están por todas partes. En la parada del autobús, en la cola del pan, en la carnicería, en el centro de salud... Son los ancianos impacientes. Una especie que lejos de estar en extinción va en aumento gracias al envejecimiento de la población. Según datos del Instituto Nacional de Estadística los mayores de 65 años es el grupo de edad que más está creciendo en España. En 2012 el porcentaje de población mayor de 64 años respecto a los menores de 16 alcanzó un 108 por ciento. Escalofríos me entran al pensar lo que puede ser de nosotros como sea proporcional el incremento del número de abueletes nerviosos.

Conste que me siento con autoridad moral para criticar y chotearme un poquito de ellos porque he de confesar que mi padre, al que adoro, es uno de estos individuos. Por eso también sé lo que es sentir bochorno público cuando le da por hacer una demostración y voy con él. Es decir, que vivo esta problemática desde los dos ángulos, y no sé cuál es peor.

Esta tarde he asistido a una hilarante demostración de ansiedad senil. He ido a la carnicería y había tres personas por delante de mi: un chico joven que ha sido la alegría del carnicero porque se ha llevado media tienda; una señora mayor, muy asentada ella; y una estirada dama de unas setenta castañas que ha estado a punto de hiperventilar y sufrir un infarto. Mientras que repetía insistentemente "esa pechuga que queda es mía" se movía cual Chiquito de la Calzada pegada al mostrador y señalando el ansiado manjar de pollo. La pobre lo ha pasado fatal porque era la tercera en el orden de atención y pensaba que o bien el forzudo muchacho o bien la apacible señora se iban a arrepentir en el último momento e iban a añadir una pechuga más a su lista de la compra. Para más emoción he llegado yo, que iba detrás de ella, pero su cerebro ni lo ha procesado. Lo único que ha visto es a una madre con una niña pequeña con pinta de comepechugasdepollo. Y eso ya ha podido con ella. Debía estar imaginando un complot con el carnicero según el cual me iba a quedar con la pechuga. Las miradas de odio hacia nosotras y los grititos informando que la pechuga era para ella han sido toda una lección de vehemencia histérica. Los presentes en el local hemos tenido que hacer verdaderos esfuerzos por aguantarnos la carcajada, y los carniceros han dado una gran lección de paciencia y profesionalidad.

Por si fuera poco, la buena mujer estaba tan alterada que ha pedido dos filetes de ternera gallega. El carnicero le ha informado que esa no era la que ella solía llevar. "¿Está usted segura que quiere de ésta? La que lleva usted habitualmente tiene un corte muy bueno", le ha dicho muy educadamente. "¿Qué pasa, no puedo llevar de ésta?", ha contestado ella muy soberbia. "Sí, claro que puede. Pero es gallega", replicó él. "¿Y? ¿Qué pasa?", insistió ella. "Nada, no pasa nada. Pero es que tiene otro sabor diferente al que usted suele llevar", le explicó. "Bueno, pónganla y ya está", zanjó ella. Después de pagar y a punto de salir, la anciana se ha quedado mirando la pieza de ternera que habitualmente compraba y le ha dicho al carnicero: "Este corte es muy bueno. Creo que es mejor que el que me llevo". El carnicero con mucho temple le ha respondido: "Sí, eso es lo que le quería decir, pero usted ni me ha escuchado". "Vaya, creo que me he equivocado en la elección", ha dicho a modo de despedida, y se ha ido. El pobre hombre ha meneado la cabeza de un lado a otro mientras decía con tristeza: "ya verás como mañana me llama para decirme que no le ha gustado nada la ternera gallega". En ese instante, el auditorio por fin ha dado rienda suelta a la risa y como buenos marujos que somos todos hemos comentado los mejores instantes de la actuación. "¡Ay!, ¿qué sería de nosotros sin estos buenos momentos?", ha dicho alguien. Y es verdad.

martes, 29 de octubre de 2013

La canción del piojo

Por más que lo pienso no encuentro nada rítmico en la palabra "piojos". Repulsivo sí, que es oírla y la cara de asco que se nos pone a todos es inmediata. Pero ¿rítmica?. Pues debe serlo. ¿Cómo se explica de otra forma que cancioncillas como "Filvit mamá, Filvit mamá, una vez a la semana y los piojos no vendrán" o el más reciente hit "El desalojo del piojo", las tarareemos padres, abuelos, tíos y niños sin ningún rubor?
 
Estos días en los canales infantiles, como muy avispadamente señalaba la hija de una amiga, desaparecen los anuncios de quitamanchas para hacer hueco a los de juguetes y a los de champús y lociones para combatir la pediculosis (que repelús da también este sinónimo, que no sé el motivo, pero me trae a la memoria los callos de los pies). 
 
Cada vez que veo un anuncio relacionado con los inmundos bichejos que viven en el cuero cabelludo humano no puedo evitar acordarme de una anécdota. Ocurrió cuando mi hija mayor era muy pequeña y estaba en su primer año de guardería. Por aquel entonces tenía muy poquito pelo y muy cortito. Los primeros síntomas empezaron un viernes, pero con eso de que los bebés no hablan y se expresan a su manera pues no la entendíamos. Llegó a casa de la guarde como todos los días, aparentemente contenta. Al ratito se puso bastante nerviosa y así, sin ton ni son se daba, de repente y sin venir a cuento, una torta en la cabeza con bastante fuerza. Las primeras veces pensé: Uy, hoy viene con "el a mi burro, a mi burro le duele la cabeza..." muy metido en la cabeza. Pero después de que lo hiciera varias veces empecé a agobiarme. Cuando regresó mi marido y le hizo una demostración, le comenté que lo llevaba haciendo toda la tarde y que estaba preocupada: Ya sé que es un poco exagerado, pero ¿y si la niña es un poco autista? Porque se está metiendo unas leches... Mi marido me miró con sorpresa y con sonrisa comprensiva me contestó: no mujer... cómo eres..., será el "a mi burro a mi burro"... Cuando él la vio hacerlo varias veces, comentamos: ¿estará llamando nuestra atención? Y acordamos no hacerle caso para no fomentar su actitud. Aquel fin de semana la niña estuvo nerviosa e irritable, pero como casi siempre que un niño está así, lo achacamos a la salida de dientes.
 
El domingo por la tarde la abuela paterna vino a vernos y, al final de la tarde mi marido se puso a bañar a la pequeña. Yo estaba colocando un poco la habitación cuando gritó con cierta angustia: Nuria, la niña tiene algo en la cabezaA lo que respondí: ¡ay, Dios mío, piojos!. La abuela dijo: ¿¡¡Quéee!!? ¡¡¡No puede ser!!! Y yo repliqué: sí, si puede ser. Hace un par de semanas había un cartel en la guarde que informaba que había habido un par de casos y que estuviéramos atentos.
 
En ese momento empezó LA CACERÍA, toda una labor de equipo. El objetivo era suprimir el comando itinerante descubierto en la cabeza de mi hija.
 
Mi marido tras detectar "al bicho", me pasó la patata caliente de "atraparlo". La abuela confirmó que el sospechoso era, efectivamente, un delincuente convicto de la familia de conocidos extorsionistas "LOS PIOJOS". Y yo, a mi vez, le pasé a la abuela la patata caliente de "suprimir" al delincuente. Le aplicamos la pena de muerte sin ningún remordimiento. El terrorista capilar, fue ejecutado a las 9.15 horas del domingo 25 de mayo de 2008.
 
Después, y como afortunadamente mi hermana me había pasado un lendrera súpermoderna de la muerte por si en alguna ocasión la necesitábamos, peinamos a la nena para quitarle otros posibles miembros del grupo. Localizamos dos más, aunque de menor envergadura que también fueron ejecutados (en nuestra casa y referido en exclusividad al ámbito de los insectos, la pena de muerte está permitida).

Después de aquella experiencia hemos pasado alguna más, y he de decir que ninguna de ellas gratificante. Los piojos son un rollo. Alguien debería animarse a sacar un temita musical con ese estribillo. El género tendría que ser algo duro, tipo Punk o Heavy Metal, nada de cancioncillas ñoñas y edulcoradas. O quizás algún cantautor podría animarse a versionar de forma cruelmente real este desgarrador asunto que tanto afecta al desarrollo diario de vida de la comunidad humana.

lunes, 28 de octubre de 2013

¿Para qué vivir? ¿Para matar?

No voy a dar aquí mi opinión sobre la anulación de la doctrina Parot porque creo que éste no es exactamente un tema a tratar en este blog. Pero sí quiero dedicar este post a Inés del Río, la etarra que ahora goza de libertad gracias a la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.
 
Un comentario que escuché en la radio hizo que una vez más sintiera un escalofrío en mi cuerpo al oír algo relacionado con estos asesinos. El tertuliano dijo que esta mujer en la actualidad tenía 53 años y que lo único que había hecho en la vida era matar y estar en la cárcel. Terrible. Con 26 años ingresó en el Comando Madrid. Con 29 años fue encarcelada. Ha pasado 26 años en la cárcel condenada por haber participado en los asesinatos de 24 personas.
 
Soy madre y no lo puedo evitar, le doy consejos a mis hijas, aunque una sólo tenga 6 años y la otra 1. En casa hablamos mucho, somos así, charlatanas por vía materna. Y hablando de mil cosas han salido algunas de mis sugerencias, como "sed buenas personas y disfrutad de la vida". Estas recomendaciones forman parte de los valores que intentamos inculcarles. Espero que me hagan caso.
 
Por eso el otro día me llamó tanto la atención la frase de mi colega periodista. Inés del Río, a sus 53 años ni ha sido buena persona, ni creo que haya disfrutado mucho la vida.

viernes, 25 de octubre de 2013

Vivo en la carretera, dentro de un autobús.

Será porque el día está lluvioso, pero hoy no paro de tararear la canción de Miguel Ríos, "El Blues del Autobús". ¡Ajá!, seguro que más de uno está ya pensando, "no, guapa, llueve porque tú estás cantando". Pues no. Hoy no es por eso. Otros días no me atrevería a decirlo tan categóricamente, pero hoy no, que ya llovía antes de que yo me levantara.

Además de la lluvia y el aire melancólico y tristón del día, creo que el motivo de mi obsesión musical ha sido el viaje en autobús de la mañana. ¡La de historias y anécdotas que hay dentro de un bus! La primera, la mía. Una vez más, me ha puesto de los nervios la famosa frasecita coreada por varias voces diferentes que dice "si es que no se puede entrar, claro, la gente no se mueve, se queda delante... hay que pasar atrás... anda guapa déjame pasar un poquito". Por supuesto, toda esta retahíla iba acompañada de varios empujones e incrustaciones de bolso en las costillas. Es cierto que en muchas ocasiones la gente se queda apiñada al principio del auto y al final hay sitio de sobra. Peeeero en días como hoy, que todo el mundo coge el autobús para no mojarse, no suele ser el caso. Mientras me estrujaban me acordaba del fallecimiento de los seres queridos de los pasajeros quejicas (lo digo muy finamente, que para eso estamos en la Red). A la vez que trataba de sujetar bolso, maletín de ordenador y paraguas pensaba que si tan avispados viajeros no tenían ojos en la cara para calcular que, a lo mejor, no entraba todo el mundo. Amigos, que las paredes del autobús no son elásticas y que los metros cuadrados no se pueden transformar en metros abombados.

Como iba aburrida porque no podía sacar mi libro, me ha dado por pensar que ¡qué cosas!, antes había gente que leía el periódico en el autobús y los de al lado lo leían de reojillo. Ahora se chatea por whatsapp y de refilón te enteras si la chica que está a tu lado lleva los pies mojados o llega quince minutos tarde a su cita. Fijo que dentro de poco este fenómeno se conoce como digital gossip, o lo que es lo mismo, cotilleo digital.

Un encantador abuelito que iba en animada charla con otra venerable anciana me ha enternecido muchísimo. Su cara reflejaba experiencia y bondad. Con una entrañable sonrisa le estaba comentando a su compañera de viaje el cambio de los tiempos. "Antes yo cogía el autobús varias veces al día y a toda prisa para llegar a los dos trabajos que tenía. Y así todo el mundo, ¡¿eh?! Y ahora fíjate en la juventud... todos en paro, sin ningún trabajo".

Vivo en la carretera 
dentro de un autobús 
vivo en la carretera 
aparcado en un blues 
vivo en la carretera 
siempre miro hacia el sur 
vivo en la carretera 
el blues del autobús... 

jueves, 24 de octubre de 2013

Cómo cocer niños

La receta es fácil. Mírense varios termómetros en la calle. Si la temperatura oscila entre los 18 y los 20 grados y está nublado, proceda a continuar. Coja a su hijo de menos de tres años (los mayores de esta edad no valen porque saldrán corriendo y no podrá hacerse con ellos a la fuerza). Póngale camiseta y un chándal abrigadito o prendas similares. Después enfúndele en un abrigo plumas bien gordo y no haga caso de sus llantos y gritos, no es para tanto. Por último, siéntelo en el carrito y ponga los plásticos de la lluvia, no se vaya a resfriar la criatura con este fresco. Et voilà! niño cocido como una gamba.

Esta sencilla receta forma parte de la más ancestral cultura de nuestro país, Y parece, según he podido observar en los últimos días, que pasa de generación en generación. Yo la verdad es que me declaro más seguidora de la cuisine moderne y prefiero "niños en su salsa". La receta es aún más simple: camiseta de manga corta y chaquetita fina, por si acaso, y a correr.

De toda la vida

Las tiendas modernas son atractivas y llaman poderosamente nuestra atención. La posibilidad de comprar a través de internet deja de ser muchas veces una tentación para convertirse casi en una necesidad. ¿Pero qué decir de esas tiendas de toda la vida? Esas que cuando entras en ellas respiras el polvo de sus estantes y te trasladan a épocas anteriores. Confieso que me chiflan.

Esta mañana he disfrutado de una de esas visitas. Al bajarme del autobús me he encontrado frente a la Ferretería Venecia de la calle Conde de Peñalver. He recordado que llevo semanas buscando unas gomas para sustituir unas de un par de botellas. Al ver la tienda, con su escaparate lleno de cacharros variopintos, no he dudado en entrar, y tampoco he dudado que allí iba a encontrar las preciadas gomitas. Estaba segura, este emblemático establecimiento no me iba a fallar.

¡Sííííí! ¡Las tenían! ¡Prueba superada! Pero es que además de las gomitas tenían mil utensilios que clamaban por ser comprados. Algunos eran casi de obligada adquisición, yo diría que imprescindibles. Otros eran tontunas, pero tan interesantes... Un mini-termo, un cortador de queso, un tapón para las latas de cerveza... En fin, que mis ojos hacían chiribitas. Me he resistido. Sólo he comprado las gomitas, que estamos en crisis. Pero me ha costado lo mío no sucumbir a la tentación.

"¡Cuántas cosas tenéis aquí!", le he dicho al dependiente."Demasiadas", me ha contestado él con una sonrisa socarrona. "Nunca son demasiadas", le he contestado yo muy sentida.

martes, 22 de octubre de 2013

Yo también quiero poner el off

Pero no puedo. ¿Qué a qué me refiero? A que me gustaría ser capaz de desconectar de vez en cuando de mi faceta de “mamá”. No quiero malas interpretaciones. Me encanta ser madre. Disfruto de mis dos hijas muchísimo, y no lo cambiaría por nada en el mundo. Sin embargo, confieso que unas cuantas veces al día pagaría dinero por poder dar a un botocinto y “desconectarme” un rato. Yo sé que es posible. Mi marido lo hace. Y por lo que dicen, cuentan y comentan las mamás, sus parejas también lo hacen. Entonces, ¿por qué yo no puedo? ¿por qué ellas no pueden? Ahhhh, misterios de la sabia Naturaleza, que a estas alturas yo no sé si es sabia o es puñetera como ella sola, la verdad.

Anoche mismo, sin ir más lejos. Una de la madrugada. Mi hija pequeña llora como una descosida. La oigo perfectamente. Me levanto, la pongo el chupe… y pa’ la cama dándome trastazos con las paredes. Dos de la madrugada. Oigo otro llanto inconsolable. Me vuelvo a levantar, le vuelvo a poner el chupe y vuelvo pa’ la cama dándome nuevamente trastazos contra la pared. Me tiro en plancha sobre el colchón y a la que caigo le mascullo a mi cónyuge –que todo el mundo ha adivinado ya que no se había enterado de nada, pero literal, sin teatro ni nada, que yo lo sé, que me consta, que le veo- “la próxima te levantas tú”. Y mientras le digo la frase, esta vez sin acritud –sí, en otras ocasiones sí lo he verbalizado con muy mala leche, pero anoche, no, palabra-  pienso: “si la nena vuelve a llorar, fijo que me toca darle un codazo en las costillas para que se entere”. Y encima, me siento mal.

Conste que no tengo quejas del padre de mis hijas. Públicamente digo que es el mejor padre y pareja del mundo, pero es hombre. Queridas feministas, no con esto quiero defenderlo, ni renegar de nuestra lucha por la igualdad. Sin embargo, a la vista de las pruebas y considerando que es un hombre más que implicado en el cuidado y educación de las niñas, y en el devenir de la vida familiar, sólo encuentro esa explicación. Definitivamente debe ser cosa de la biología. Los hombres pueden desconectar y las mujeres no. Por si el detalle de la desconexión nocturna no es suficiente, sólo hay que pensar en otro gesto. Me refiero a esos momentos en los que llegas a casa y encuentras al padre de las criaturas absorto en el ordenador y a la prole danzando a sus anchas por la casa. En esos instantes además de darme ganas de estrangularle pienso: “joooo, yo también quiero”… pero no puedo.

lunes, 21 de octubre de 2013

Si culo veo... culo quiero

Esta mañana pasé por casualidad por el departamento de juguetes de unos grandes almacenes y la conversación de unos dependientes atrajo mi atención. Congregados alrededor de una mesa donde había varios muñecos, una sorprendida empleada llamaba la atención al resto de sus compañeros mientras señalaba una de las cajas. "¡Mira éste, si hasta tiene los mocos verdes!¡Qué asco!". El resto de presentes asentían entre risas y con la misma cara de asco que la chica.

He de confesar que yo he pensado exactamente lo mismo que ellos, “¡qué asco!”. Pero acto seguido, he recordado una conversación que tuve hace años con mi hija mayor y que me ha hecho darme cuenta una vez más la distinta perspectiva de niños y adultos. Por aquel entonces ella debía tener menos de tres años. Afortunadamente nunca fue una niña muy “mocosa”, más bien nada mocosa. Un día al salir de la guardería me dijo: “jooooo, mamá, yo quiero tener mocos de colores”, “¿cómo que quieres tener mocos de colores? ¿a qué te refieres?”, le contesté con cara de horror. “Pues eso, mamá, a tener mocos de colores. En el cole todos los niños tienen mocos de colores. Los hay verdes, amarillos, blancos… y yo no tengo”.

Pues eso, una vez más se demuestra aquello de que los niños “si culo veo… culo quiero”. Y también se demuestra lo avispados que son algunos empresarios del sector del juguete, que detectan los gustos y necesidades de los pequeños. Aunque los mayores no logremos entenderlo, seguro que muchos no nos resistimos a comprarlos. Y por cierto, me quedo mucho más tranquila al pensar que mi hija no es la única que quiere “mocos de colores”.

viernes, 18 de octubre de 2013

Pequeños gestos, grandes apoyos

No soy yo nada aficionada a seguir cadenas, ni consignas. No va conmigo. No creo en ellas.
Sin embargo, hoy he hecho una excepción. He puesto el lazo rosa que simboliza la lucha y la solidaridad en el cáncer de mama en mi perfil de WhatsApp. Mañana, 19 de octubre, es el Día Mundial elegido para informar y recordar esta enfermedad. Anoche y esta mañana me ha llegado la imagen a través de distintos contactos. La insistencia de los mensajes me ha hecho reflexionar.
Todas las emisoras eran mujeres. Todas han tenido algún caso muy cercano.
En mi mente se ha recreado la sensación que se debe sentir cuando el médico que tienes frente a ti confirma que tienes cáncer. Y sé que sólo es una aproximación. Sentí un tornado en el que se fundieron todos mis sentimientos, todos mis sueños, todas mis ilusiones, todos mis planes... toda mi vida. Y miedo, mucho miedo.
Esta vez sí he puesto el chiquito, pero no insignificante icono. Quiero expresar así mi admiración y mi cariño a todas las mujeres que han sufrido o están sufriendo esta enfermedad. Son unas valientes. Y hay que decirlo bien alto y que todo el mundo tome conciencia. No se nos puede olvidar que los pequeños gestos son muchas veces grandes apoyos que ayudan a superar amargos tragos que trae la vida.

jueves, 17 de octubre de 2013

Un momento mágico

Anoche viví un momento mágico. Noooo, no penséis en nada sexual, que no va por ahí el asunto.
Como casi todas las noches me había enrollado a terminar algunas cosas de esas que voy sacando de la lista de "pendientes". Cuando por fin terminé, pasé por el baño para coger la crema de manos y finalizar el día con ese pequeño ritual relajante de darme un masaje en mis cansadas manos mientras comprobaba que mis hijas estaban arropadas y dormían cómodamente. Al traspasar la puerta de mi habitación y ver que mi marido dormía plácidamente y con una gran sonrisa en los labios, sentí una profunda felicidad. Mi mundo estaba en armonía.
Por un momento fui capaz de observar toda mi casa desde fuera, y fue como si viera un catálogo de Ikea, (cosa fácil por otro lado porque la mayoría de nuestros enseres son de allí). Era idílico, una familia feliz, pensé. Respiré tranquilidad y frescura. Y sentí, incluso casi diría que toqué, la inmensa suerte que tengo.
Fueron unos instantes que creo que siempre quedarán en mis recuerdos. Espero que el Alzheimer no me los borre nunca, porque los buenos recuerdos son nuestro mejor patrimonio y, muchas veces, nuestro motor.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Las hemorroides ya no se sufren en silencio

Si no recuerdo mal, hace unos años había un anuncio de televisión que publicitaba una pomada para aliviar las terribles hemorroides, conocidas más popularmente como "almorranas", palabra mucho contundente y exclamativa para designarlas, ¡ande va a parar!. Y es que incluso la Real Academia de la Lengua da cuenta de la baja condición de la palabra almorrana (y no sólo en sentido literal, que también). Al parecer este vocablo proviene del "bajo latín", vamos que glamour, glamour, glamour, lo que se dice glamour, no tiene ni una pizca.
Pues bien, como decía, aquel anuncio tenía un eslogan que se hizo famoso porque llamaba la atención sobre el hecho de que las hemorroides se sufren en silencio. Y hasta hace nada debía ser así, pero como los tiempos están cambiando y ahora lo que se lleva es contar al minuto nuestras vidas, este tema no debe ser una excepción. Ahora ya no se sufren las almorranas en silencio. Ahora se cuentan todos los detalles, que para eso "compartir es vivir".
El otro día cuando fui a llevar a mi hija pequeña a la guardería y mientras esperaba pacientemente el turno para que la profe la cogiera/arrancara de mis brazos y se la llevara para clase, fui testigo de la conversación de los padres de delante. Que conste que no es que quisiera cotillear, ni que pusiera la oreja, es que el recibidor es pequeño ;)
El niño tenía estreñimiento desde hacía varios días. La profesora le aconsejaba a los padres, muy modernos ellos y con un aspecto fashion a más no poder, que le dieran fibra a la criatura, que no pasaba nada. La madre, blandiendo su fabulosa melena rubia, argumentaba que ella era más partidaria de una dieta rica en verdura y fruta y esperar que el cuerpecito hiciera el resto. Sin embargo, el padre, enfundado en unos vaqueros hiperajustados y con las Ray-Ban sujetándole su ensortijado cabello moreno, defendía que sí, que lo mejor era empezar a tratar a la criaturita con fibra para que no desarrollara unas hemorroides como las suyas. "Yo es que tengo unas A L M O R R A N A S    E N O R M E S, y claro, no quiero que a él le pase lo mismo. Llevo años de dolor, son molestísimas, tan grrrandes..."
En fin, creo que huelga decir que ya no puedo mirar a ese hombre de la misma manera. Ahora cada vez que le veo no pienso, "anda mira, el padre de Pepito". No. Ahora pienso, "anda mira, el de las almorranas grrrandes, enormes, descomunales...". Para mi ha perdido todo el glamour que tenía. No digo yo que haya que sufrir las hemorroides en silencio, pero de ahí a proclamarlo a los cuatro vientos e ir contando la experiencia de forma tan profunda, sincera y explícita hay un paso. ¿O no?

martes, 15 de octubre de 2013

Contrastes térmicos

Yo flipo. Debo ser yo. Mi térmica intrínseca debe ser rara.
No sé. Yo, si el termómetro marca 10ºC tengo frío y agradezco un abrigo, incluso un pañuelito al cuello. Y si veo en las calles que los termómetros indican 22ºC y no hace aire puñetero, pues como que tengo calorcillo y voy bien con una manga corta, incluso con una manga larga fina...
Pero mira tú por dónde, que no, que ésto no debe ser así. Y debe depender del país en el que vivas.
En Suecia, con 10ªC muuuucha gente va con pantalón corto, camiseta e incluso tirantes. Y en España, con 22ºC muuuucha gente va con abrigo, gabardina y bufanda.
Palabrita.
No exagero.
Pero yo, por más que busco una explicación, no la encuentro. La única que se me ocurre es que la sensación térmica de la población la marca el país en el que se vive...
¿Alguien puede aportar otra teoría?

lunes, 14 de octubre de 2013

Contar, compartir, hablar...

Soy periodista por vocación. Quería hacer reportajes interesantes, contar lo que ocurría a mi alrededor. Debo mi profesión a Lou Grant y su gente. Y a Informe Semanal. Yo quería ser ese tipo de periodista, intrépido, aguerrido, consagrado a su profesión...
Siempre me vi a misma más como reportera que como plumilla.
Yo, al contrario que la mayoría de mis amigos periodistas, no sentía la necesidad de "escribir", sentía la necesidad de "informar", que es diferente. Pero fui creciendo, y mi vida profesional y mi vida personal se fueron dando la mano y un día tomé conciencia de que me estaba empezando a gustar mucho escribir.
Pasó un poquito más de tiempo y, cuando en un momento en que mi vida personal me llevó a vivir en Gotemburgo (Suecia), sentí la necesidad de escribir. Aquello no era un acto voluntario, era involuntario. Tenía que escribir y contar a mis amigos y familiares españoles las pequeñas cosas que me ocurrían y que me sorprendían.
En aquella época mucha gente me pedía que escribiera un blog, pero no me apetecía. No era mi medio.
Sin embargo, ahora me lo pide el cuerpo. He regresado a Madrid y me he dado cuenta que todos los días hay algo que llama mi atención y que me apetece contar y escribir. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no utilizar este diario moderno llamado blog? Allá voy. Aquí queda mi primer post.