viernes, 31 de enero de 2014

Viernes noche, ¡ya llegó!

¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!

Esta frase, esta sensación... es como la peli "Atrapado en el tiempo" que protagonizó Bill Murray y que hizo famosa la expresión  "el día de la marmota" para describir que las cosas ocurren siempre igual y una y otra vez.

Pero no. No es exactamente así...

Nuria. Año 1983. 9 años de edad. Viernes tarde: "¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!". Pensamiento: "Esta noche ver 1, 2, 3... tapadita con una manta. Cenando en el salón rodeada del mimo de la familia. Ummm, ¡qué gustito!".

Nuria. Año 1993. 19 años de edad. Viernes tarde: "¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!". Pensamiento: "Esta noche de marcha con los amigos. ¡Minis y bailoteo!"

Nuria. Año 2003. 29 años de edad. Viernes tarde: "¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!". Pensamiento: "Esta noche de cena con los amigos. Copita de vino, charla agradable. Descanso y desconexión del curro. ¡Cuánto lo necesito!"

Nuria. Año 2013. 39 años de edad. Viernes tarde: "¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!". Pensamiento: "Esta noche pizza. Las niñas prontito a la cama, que están cansadas. Peli en el sofá y ¡a dormir para intentar sacar el atraso de toda la semana!."

Nuria. Año 2023. 49 años de edad. Viernes tarde: ¿? Pero posiblemente será: "¡Por fin es viernes! ¡Yuhuuuuu!". Pensamiento: "Cena sencilla. Libro y manta. ¡Espero que Abril no llegue muy tarde!"

jueves, 30 de enero de 2014

El paso del tiempo educativo

Termino de pasar por el que fuera mi colegio de EGB (para los más jóvenes aclaro que las siglas significaban Educación General Básica, el equivalente a la actual primaria y parte de secundaria). Es decir, que estuve allí entre los 5 y los 13 años, más o menos. Es un colegio público ubicado en una zona bastante pija de madrid.

Como cada hijo de vecino, guardo buenos y malos recuerdos. De todo un poco. Pero el post de hoy no es para relatar ninguna anécdota infantil. No. El motivo de que hoy dedique estas líneas a mi antiguo cole es que me ha hecho mucha gracia darme cuenta al pasar por sus verjas que el edificio y el patio son una fotografía de la evolución de la sociedad española en los últimos 40 años.

Cuando yo llegué al cole, allá por el año 79, la construcción aún conservaba la nomenclatura de una década anterior. Me explico. El colegio estaba dividido por un imaginario meridiano. A las dos partes resultantes se las diferenciaba llamándolas "parte de chicos" y "parte de chicas". Sí, efectivamente, en los albores del centro los niños estudiaban en un lateral del centro y las niñas en otro, pero eso sí, era el colmo de la modernidad que en la misma escuela se educaran los dos sexos. Educación mixta...

En mi época ya se había superado ese escalón hacia la igualdad. Niños y niñas aprendíamos juntos y revueltos. Sin embargo, el pasado seguía allí, con su huella impresa en los nombres popularmente conocidos y utilizados por alumnos y profesores para describir el área derecha y área izquierda de la edificación.

Hoy al mirar hacia el patio, automáticamente ha venido a mi el tarareo de "parte de chicas", "parte de chicos". Y después he recordado las vigas de hierro que sujetaban varios de los tejadillos del patio. Eran asesinas, y más de un amigo se dejó allí la ceja o la barbilla. Instintivamente ha venido a mi mente la imagen de las gotas rojas de sangre sobre el suelo de mi amiga Lola... ¡pobre, que piñazo se metió jugando al pilla-pilla!. Al mirar hacia las vigas una sonrisa se ha dibujado en mi cara porque, afortunadamente, han cubierto los postes asesinos con una estructura de gomaespuma. Seguridad infantil... muy en boga en la actualidad,  pero en los 70 ni Dios había oído hablar de semejante idea.

Y por último, al final de la verja, cuando ya iba a dejar atrás el cole, he reparado que en uno de los jardincillos que rodean el centro y que en mis años de cole estaba prohibidísimos para los alumnos. Allí han preparado un magnífico huerto ecológico para que los niños del siglo XXI conozcan lo que es un ajo, un tomate y una lechuga. Huelga decir que es agricultura ecológica, sin ningún tipo de pesticidas, claro está. Cuando yo cursaba EGB, era en los pueblos donde se aprendían estas cosas. Pero ahora, los pueblos se han convertido en reservas naturales y en destinos decorativos de turismo rural, y claro, no es lo mismo. Los niños del 2000 o van a una granja escuela o plantan en el patio o piensan que la fruta crece en el supermercado. Educación ambiental...

lunes, 27 de enero de 2014

Internetdependientes

Hace no muchos años vivíamos sin internet. ¡Sí!, éramos capaces. Ahora, no.

Si llegamos a un lugar en el que no hay conexión todo nuestro mundo se viene abajo. Casi, casi, hiperventilamos, y lo que es seguro es que nos pillamos un buen mosqueo.

No te digo nada la desazón que te entra en el cuerpo si te alojas en un bonito hotel y la conexión va a pedales o no va. Todo tu plan de fin de semana al traste, ¿por qué cómo vas a conocer las rutas más atrayentes y los restaurantes con más encanto de la zona? Ya nadie se acuerda de preguntar al recepcionista y seguir sus consejos de lugareño...

Pero es que la Red de redes ha desplazado a nuestras madres de nuestro foco de adicción. ¡Hasta ese punto hemos llegado! Antes, si no sabías hacer lentejas llamabas a mamá. Pero en la nueva era cibernética pones en Google "receta de lentejas" y de la progenitora ni te acuerdas.

En fin, voy a ver si llamo al técnico de Telefónica, que la conexión hoy no va nada fina y me he tenido que buscar la vida para poder escribir este post.

viernes, 24 de enero de 2014

¿Casualidades de la vida o castigo divino?

Cuando somos pequeños, casi todos, tenemos grandes amigos y grandes enemigos. Bueno, y ahora que lo pienso, cuando somos mayores, también. Pero en mi post de hoy voy a centrarme sólo en las pasiones infantiles.

En el cole yo tenía una archienemiga (como diría ahora uno de mis sobrinos). Su nombre vamos a dejarlo en Maripetarda. Supongo que yo para ella sería algo así como Maritonta.

Siempre he tenido genio y mucha personalidad. Nunca he sido líder, ni lo he pretendido, pero tampoco soporto a los cabecillas avasalladores. Con aquella niña me llevaba fatal porque cumplía estas características. Además, estaba respaldada por una madre a la que se parecía mucho. Evidentemente, mi madre y mi hermana (con la que me llevo varios años y es una especie de segunda madre) me entendían perfectamente y estaban de acuerdo conmigo. Por lo tanto, aquello venía a ser una especie de lucha de gatas, es decir, que éramos Las Maritontas VS Las Maripetardosas.

En los años escolares lloré varias veces a causa de mi archienemiga, pero cuando cambié el cole y fui creciendo y madurando, su recuerdo cayó en el más absoluto de los olvidos.

Muchos años después, cuando yo ya trabajaba y hacía años que había terminado la Universidad, quedé un día a comer con mi hermana. Decidimos entrar en un local de comida rápida y mientras hacíamos cola para esperar a pedir un bocadillo de tortilla española con jamón, sin saber por qué, empezamos a recordar a Maripetarda y sus petardadas. Entre risas hicimos comentarios un "pelín" malévolos sobre aquella niña y su madre, y además, dando nombres. ¿Qué sería de su vida?, nos preguntamos. En ese momento, la señora de delante se dio la vuelta, justo, justo a la vez que una chica de mi edad avanzaba hacia ella con la bandeja del almuerzo recién recogida del mostrador de pedidos.  La cara de la madre era un poema, la de la hija no, porque no había oído nada.

A estas alturas del relato ya imagina todo el mundo lo que ocurrió. Eran las Maripetardosas, sí. Como se dice popularmente "nos mudó la coló". Mi hermana y yo bajamos la vista, nos apresuramos a adelantar un paso para seguir en la cola de pedido e hicimos verdaderos esfuerzos por contener la risa nerviosa que nos entró, a la vez que sentíamos arder nuestra cara e intuíamos que nos estábamos poniendo rojas como tomates. Afortunadamente, la madre Maripetardosa no se atrevió a decir nada, y con mucha dignidad se alejó de allí con su hija. No sé si nos habría reconocido físicamente si no hubiésemos hecho el comentario. Mi ex-compañera de clase no pareció conocernos, o quizás es que no reparó en nosotras ya que estaba concentrada en coger y pagar las bebidas y los bocatas.

Todavía hoy me pregunto si fueron casualidades de la vida o un castigo divino digno de nuestras afiladas lenguas.

Anoche recordé esta anécdota porque mi hija me contó un par de historias de su archienemiga de clase que me recordaron mucho a las que yo había vivido.

¿Volverá a funcionar la casualidad? ¿Leerá Maripetardosa o su madre este post?

jueves, 23 de enero de 2014

Identidad wasapiana

Me encantan las diferencias generacionales. Son muy divertidas. Y las tecnológicas más aún. Me hace muchísima gracia leer los whatsapp de mis contactos. Sin ver el emisor sería capaz de identificar el autor del mensaje simplemente por el tono y la extensión. Y no digo ya nada por la escritura y las expresiones.

Mis contactos más jóvenes, es decir, mis sobrinos, te pueden contar su día por minutos con todo tipo de detalles y con expresiones como "okay" "selfie" "valeeepp"...

Sin embargo, mis amigos más mayores son escuetos hasta límites propios de la crisis que estamos viviendo. Por ahorrar que no quede, y en las palabras también. Olé. Ya les puedes wasapear una detallada pregunta que es más que posible que te contesten simplemente: sí, no, perfecto, ahora...

Otro efecto que me resulta muy curioso es cómo mucha gente adulta se suelta la melena vía whatsapp. En persona son comedidos, prudentes, serenos, centrados... pero cuando utilizan el sistema de mensajería instantánea de móviles toman una personalidad diferente y allá que te envían imágenes, mensajes y vídeos subiditos de tono, escatológicos o soeces.

¿Será a ésto a lo que se refieren los gurús del 2.0 cuando hablan de la personalidad digital?

martes, 21 de enero de 2014

Amiga, hermana

Hay personas que forman parte de tu vida y que son casi familia. Hoy una de esas personas está sufriendo. Y yo con ella. La quiero mucho. Es una especie de hermana mayor para mi. Es un día muy triste porque su padre ha muerto.

Mi corazón está encogido y mis ojos llenos de lágrimas. Mi mente está ocupada en recuerdos de mi niñez. Recuerdo a mi amiga cuidándome en el hospital, dándome mucho amor, tranquilizándome... Ella es enfermera y sabe cómo curar el cuerpo y el alma. También me acuerdo de ella en las aburridas tardes del pueblo en verano jugando conmigo, riendo conmigo... aguantándome, porque como toda niña pequeña, yo podía llegar a ser "muy plasta". Revivo el día que murió su madre. Lo sentí tanto...

No puedo olvidar cuándo se convirtió en mamá. Me impresionó mucho verla con su pequeñín. Observar su cara de preocupación porque el niño lloraba y no sabían cómo consolarle. Creo que fue en ese momento cuando empecé a vislumbrar lo que significa ser madre.

Los quehaceres diarios y el ritmo de la vida son culpables de que no nos veamos todo lo que queremos. Nuestras vidas están más distanciadas de lo que nos gustaría, pero siempre estamos ahí. Cuando hablamos, cuando quedamos es como si nos hubiésemos visto el día anterior, aunque haga meses o incluso años, desde la última vez. Y eso es porque el cariño está por encima de las medidas espacio-temporales.

Hoy lloraré con ella. Intentaré transmitirle todo mi amor y mi cariño, y reconfortarle aunque sea solo un poquito. Las palabras no son sólo palabras. Para mi son una forma de conseguir que los sentimientos cobren vida. Por eso he querido dedicarle este pequeño post en un día como hoy.

Hermana, te quiero, y hoy, más que nunca, quiero que lo sepas.


lunes, 20 de enero de 2014

Superhéroes urbanos

Hay pequeños detalles cotidianos que casi pasan desapercibidos, pero que forman parte de nuestra vida diaria. Algunos nos transmiten información de forma casi subliminal, pero no son invasivos, al contrario, inconscientemente, los agradecemos.

Uno de esos elementos son los cartelitos dobles volados que ponen en las farolas de muchos pueblos y ciudades para anunciar exposiciones o eventos. Si no fuera por ellos, yo, muchas veces, no me enteraría de cosas que verdaderamente me interesan, y me habría perdido más de una cita atractiva para mi.

Nunca me había planteado cómo, ni cuándo cambiaban estos carteles. Simplemente ahí estaban, siempre al día, siempre meciéndose elegantemente con el aire.

Anoche fui testigo de su cambio. Y me hizo mucha gracia. Eran sobre las once y media de la noche. Mientras estábamos en el coche esperando que el disco cambiara a verde mi marido me dijo: "Anda, mira, están cambiando los carteles de las farolas, ¡qué curioso!". Al girar la cabeza hacia la ventanilla vi un chaval joven provisto de una escalera. A la velocidad del rayo subió con una increíble agilidad hasta el cartel, y con un único y preciso movimiento descolgó el cartón doble. Casi a la misma vez descendió, cogió otra vez la escalera y, alegremente, se encaminó a la siguiente. Supongo que otro compañero suyo pasaría más tarde poniendo los nuevos con una técnica similar

El chico me recordó a Spiderman. Me impresionó mucho la actitud que tenía. A mi, en principio, me parece un trabajo aburrido. Ir solo por el mundo, descolgando carteles, no parece una profesión especialmente apasionante. Pero su lenguaje corporal y la forma en que ascendió y descendió la escalera indicaban todo lo contrario. Aquel hombre, verdaderamente, disfrutaba de lo que estaba haciendo. Me arrancó una sonrisa y mentalmente le di la enhorabuena por haber encontrado un curro que le gustase. Todos sabemos que eso no es fácil, y cuando ocurre hay que saber aprovecharlo.

jueves, 16 de enero de 2014

Mi primer Nenuco... pero de verdad

Sorpresa. Incredulidad. Ternura. Lástima. Miedo. Creo que esa fue la cadena de sentimientos que despertó en mi el otro día una pareja en la sala de espera de citaciones de un hospital infantil. No sabría decir si fue exactamente así porque fue tan intenso e impactacte que me quedé en estado de shock unos instantes.

Yo estaba allí, con mi revoltosilla hija de casi dos años, esperando que nos tocara el turno para pedir cita para una revisión rutinaria a la que tenemos que asistir cada mes. Noté que a nuestro lado se sentaba una pareja con un bebé. No presté mucha atención, sólo vi por el rabillo del ojo, mientras controlaba a mi terremoto, un pantalón vaquero de chico y otro de chica a los que hice hueco para que pudieran pasar con carricoche incluido. Todo normal dentro de una sala de espera así.

Cuando mi niña se tranquilizó un poco desvié la mirada distraída y aburrida. Entonces me di cuenta. Ahí fue el momento en el que desconcertada parpadeé dos veces para asegurarme que mi vista no me estaba jugando una mala pasada. La familia que se había sentado a mi lado era una familia de niños. Todos. Los tres. Los padres de aquella lindísima bebé no creo que hubieran cumplido aún los 15 años. Calculo que ella tendría unos trece y él, unos catorce. La chiquitina no tenía más de cuatro mesecitos.

Es una realidad que sabes que existe. Que además estos días, con la polémica reforma del aborto, está en boca de todos. Escuchas datos y estadísticas, y lees que unas 700 niñas menores de 16 años son madres cada año en España. Pero cuando tienes a una pareja real sentada a tu lado, el corazón te da un vuelco.

Mi impresión fue ver a una niña y a un niño jugando con una muñeca. Pero esa muñeca era de carne y hueso... No sé que me conmovió más, si la juventud de los padres o el grado de madurez impuesta que habían alcanzado. Estaban solos, sin ningún mayor de edad cerca. Era como si alguien hubiese sacado de una peli de ciencia ficción una pistola de reducción de edad y la hubiese empleado en una pareja de cuarentones. Adultos metidos en cuerpos de niños. Así eran.

Como decía, sentí mucha ternura. Pero también mucha lástima. Soy madre y sé lo duro y, a veces, estresante que es criar un niño. Incluso con todas las facilidades que yo tengo. Estoy segura que para ellos esta tarea va a ser aún más complicada porque ellos mismos están terminando de crecer. Están empezando la "edad del pavo" y ya son padres...

Y miedo... igualmente me dio miedo su futuro. ¿De qué van a trabajar? ¿Cómo, cuándo...? Si a los mayores nos cuesta lo indecible eso de conciliar la vida familiar y laboral, en su caso, ¿qué empleos van a conseguir si ya parten de un handicap así? Seguramente sus familias les ayudarán muchísimo, pero la responsabilidad que tienen a sus espaldas les va a condicionar toda su vida.

Cuando era pequeña vi una película de Summers que me impactó mucho. "Adiós, cigüeña, adiós". Es la historia de dos adolescentes que van a ser padres. Lo ocultan a sus familias y los amigos les ayudan encubriéndoles. Como no conozco la aventura de mis vecinos de sala no puedo saber si su realidad supera la ficción inventada por el director andaluz, pero no pude evitar acordarme de la cinta y pensar que los protagonistas habían tomado vida.

viernes, 10 de enero de 2014

Regalar es una historia

Me gusta mucho regalar. Es uno de mis hobbies. Cuando tengo que hacer un regalo lo medito mucho. Intento buscar algo que le haga ilusión al destinatario. Casi nunca son regalos caros. Entiendo que lo importante es el detalle y además, aunque quisiera, no me puedo permitir gastarme grandes cantidades de dinero. Por eso suelo poner a trabajar la imaginación, y a veces, hasta yo misma me pongo manos a la obra a elaborar el regalito.

Afortunadamente tengo amigos de hace muuuuchos años, a los que ya he regalado muchas veces, y eso me va complicando cada vez más la elección del detalle. El año pasado le regalé a un amigo unos gemelos perfectos para él. Eran un piano, y él un gran aficionado a este instrumento. Cuando los vi una gran satisfacción se apoderó de mí, no me pude resistir, había encontrado el obsequio ideal... exactamente igual que un par de años antes, es decir, repetí regalo sin acordarme. Conclusión, detallista soy, pero mi memoria es un desastre...

Dentro de pocos días cumple años un amigo de los tiempos de la Universidad. Es un gran aficionado al cine, y cerca de casa de mis padres hay una librería especializada en libros antiguos y de segunda mano. En el escaparate han anunciado la venta de programas de cine de los años 40, 50 y 60. "¡Genial! Ya tengo el regalo perfecto para él este año", pensé al verlo. Ayer pasé por allí y estaba abierta la tienda. Contenta por poder comprar el regalo con tiempo y sin dejarlo para última hora, abrí la puerta de la vetusta librería con ímpetu, al tiempo que una idea gris pasó por mi mente, "lo mismo son carísimos porque son objeto de coleccionista..."

- Buenos días, he visto que venden ustedes programas de cine de los años 40, 50 y 60- dije a modo de saludo al dependiente de la librería.
- Buenos días, sí pero son 600 - contestó el hombre detrás de su barba y sus gafas redondas de alambre. Una sonrisa socarrona delató su convicción de que yo no era la persona indicada para comprar tan original material.
Sorprendida por su tono y por su contestación, repliqué alarmada: -¿600 Euros?-.
- No, - aclaró el hombre a medio camino entre extrañado, divertido y satisfecho - que son 600 programas-.
- ¿Quiere usted decir que tiene 600 programas para elegir? - dije yo, desconcertada, imaginando que iba a echar un buen rato en seleccionar un par de ellos.
- Nooooo - rió esta vez abiertamente aquella especie de ratoncillo de librería humano - quiero decir que vendo los 600 a la vez.
- ¿Qué tengo que llevarme los 600?, pues me parece que no. Es para un regalo, pero 600 ejemplares me parece excesivo - acerté a articular con una sonrisa.
- Por eso le digo... - concluyó el hombre, orgulloso de que su impresión sobre mi ausencia final de compra se confirmara.
- Buenos días - me despedí al tiempo que pensaba que quién podría ser el cliente final de "los SEISCIENTOS ejemplares de programas de cine de los años 40, 50 y 60".

Mi impresión es que aquel hombre realmente no quería vender este material, porque dudo que se presente un comprador con esas condiciones. Tampoco entiendo el cartel del escaparate. Debería decir "Se vende colección de 600 ejemplares de programas de cine de los años 40, 50 y 60". Presiento que el pintoresco personaje está enamorado de todo el repertorio bibliográfico que alberga su librería y que siempre encuentra un motivo por el que no vender ningún ejemplar.

Toda la escena me pareció digna de una novela tipo "La sombra del viento" o "La historia interminable". Lo mismo hasta no lo viví realmente... Creo que voy a volver a pasar por allí a asegurarme que la tienda existe y los programas no se pueden comprar de uno en uno, antes de buscar otro regalo para mi amigo.

miércoles, 8 de enero de 2014

O bicis o coches

Empiezo el año cañera. Sé que este post va a generar polémica y que me va a caer más de un palo. Pero me da igual. Voy a hacer uso de mi libertad de expresión y espero que también haya alguna que otra palmadita en la espalda.

Durante tres años he vivido en Suecia, uno de los países en los que más se utiliza la bicicleta como medio de transporte. Yo diría que los niños aprenden casi antes a montar en bici que a andar. Es como su extensión natural. Allí la bicicleta es como una vaca sagrada, intocable.

La ciudad en la que yo vivía, Gotemburgo, es pequeña y estaba dotada de un extenso carril bici.  La gente convive con las bicicletas de forma natural y cotidiana.

Ésto expuesto así, de manera objetiva (que lo es, lo juro), es idílico y seguro que todos a estas alturas del post envidian esta estampa "tan civilizada y ecológica". Seguramente están pensando que no entienden muy bien el inicio de mi post y que ahora voy a hacer una encendida defensa por el uso de la bicicleta en Madrid. Pues no, todo lo contrario.

Durante tres años he sentido miedo al andar por las calles de Gotemburgo porque más de una vez un ciclista despistado o demasiado pagado de sí mismo y su  dominio de la bici ha estado a punto de llevarme por delante, a mi o mi hija. Otras veces la situación ha sido que yo he sido la despistada y no me he dado cuenta que venía una bici a mi derecha, a mi izquierda o por la espalda.

Pero cuando cogía el coche era aún peor. Los ciclistas siempre gozaban de preferencia y casi nunca obraban con prudencia. Yo distinguiría dos modelos. En uno se puede incluir a la mayoría, los que tenían gran pericia y pedaleaban a gran velocidad, haciendo gala de aquello de "hacerse el sueco" para imponerse a la hora de convivir con los coches. El otro grupo era el del pelotón de los torpes. Verles pedalear a 1km/hora por las empinadas cuestas de la ciudad moviendo de un lado a otro las cachetas del culo y sudando la gota gorda aunque estuviéramos a 3ºC no tenía precio. En el primer caso yo solía rezar a todos los seres divinos y mitológicos que se me ocurrieran para saber reaccionar a tiempo y no llevarme a ninguno por delante. En el segundo supuesto juraba hasta en arameo porque me obligaban a ir a mi también a 1km/hora y hacer verdaderos malabares para que el coche no se me calara y para no fastidiar el motor.

Todo este precioso cuadro terminaba de estar aderezado con la oscuridad propia de la ciudad en los meses de invierno. La mayoría de los ciclistas solían llevar ropa o dispositivos reflectantes pero... no todos. Más de una vez apareció como por arte de magia uno vestido de negro y a toda velocidad cruzando la calle por la que iba o girando a gran velocidad en mi misma esquina. Aún no sé que poderosa fuerza acudió a mi para alertarme de su presencia y no dejarle espachurrado en la calzada. En esos momentos me quedaba temblando y pensando en todas las desgracias que podían haber ocurrido si llego a no verle a la vez que me sentía culpable al cuestionarme cómo no le había distinguido antes. Ahora, con el paso del tiempo, felicito muy sinceramente a mi poder de concentración en la carretera, más si se tiene en cuenta que junto a mi solían ir dos pasajeras de 1 año y 6 años, que como cualquier niño, muchas veces lloraban, hablaban o reclamaban impacientemente mi atención sobre cualquier cosa.

Dicho todo esto y con la autoridad que me da mi experiencia, afirmo que mis vivencias me hicieron llegar a la conclusión de que en la ciudad, o bicicletas o coches, pero no las dos cosas. Yo acepto lo que quiera la mayoría, y si son bicis, pues bicis, aunque a mi, personalmente, me parezca más útil y operativa la opción coche (sí, pese a ser un instrumento del diablo). Así pues propondría un referéndum sobre el tema en cada ciudad.

Ahora que vivo en Madrid aún estoy más espeluznada con el tema. Vivo muy cerca de El Retiro y cada día observo, (y en muchas ocasiones "padezco") a los ciclistas que se acercan hasta allí para disfrutar de su afición.

Si en Gotemburgo ya estaba chunga la historia,  aquí ni te cuento. Para empezar no hay carril bici. Acera o calzada son los lugares por los que obligatoriamente tienen que circular. Mi calle es una de las principales y tiene una gran pendiente. No es necesario que describa mucho la velocidad que se puede alcanzar, ¿verdad? Sería para ir con muuuucho cuidado, y frenando, ¿no? Pues no. Hace unos meses, mi hija casi es atropellada por un ciclista al salir del portal, y puedo asegurar que no es un hecho aislado.

Aquí, además, hay poca cultura de la vestimenta del ciclista. Pocos llevan casco y menos aún ropa reflectante.

Estoy segura que todo el que lea mi post y sea ciclista asegurará que su caso no es ese porque es 100% cuidadoso y pedalea por la ciudad con muchísima atención. Y yo estoy segura que una gran mayoría así es, pero también sé que hay varios que, aunque quieran engañarse a ellos mismos, no lo son. También intuyo que si no utilizaba casco o ropa reflectante posiblemente ahora lo hará.

Mi post de hoy no es políticamente correcto, y mi opinión tampoco. No es moderna, ni ecológica. Es retrógrada y reaccionaria, pero me he quedado muy a gusto "soltando" la adrenalina que me genera este tema, porque para mi, como el título de la obra de teatro de Fernando Fernán Gómez, "Las bicicletas son para el verano" y yo añadiría... "y para fuera de las ciudades".

viernes, 3 de enero de 2014

Ya vienen los Reyes...

... por el arenal.

Pues por el arenal, como dice el villancico que tengo metido en mi cabeza estos dos últimos días, no sé si vienen o no. Pero que vienen ya mismo sí lo sé, sí. Además de las inequívocas señales de concentraciones humanas en centros y zonas comerciales, el estrés que genera su llegada se respira en el ambiente. Los establecimientos son una bomba de relojería que en cualquier momento puede estallar como dos clientes se fijen a la vez en un mismo objeto y quiera el destino que sea la última pieza; se observan verdaderas ansias por llegar a las tiendas; los peatones aprietan el paso cargados de bolsas y paquetes que transportan haciendo un verdadero ejercicio de equilibrio y malabarismo...

Yo soy una más. Me gustaría no serlo. Cada año me hago el propósito de realizar las compras navideñas en el mes de Noviembre y evitar los últimos días. Ni un solo año lo he conseguido. Es más, la mayoría hasta soy de las que cierra las tiendas porque algo se me olvidó o no había encontrado antes tiempo para ir a comprar lo que quiera que fuese.

Otro detalle que hace que tenga muy presente en mi cabeza la llegada de los Reyes es que sé que voy a asistir a su aterrizaje en Madrid. La cabalgata es cita obligada en mi casa. A mi marido y a mi nos gustan los desafíos, por eso nos exponemos a este sarao aún sabiendo que no nos libraremos de complejas preguntas de nuestra hija mayor sobre mil detalles de la parada navideña.

Como Sus Majestades son omnipresentes y pueden participar en varios desfiles a la vez elegimos uno tranquilito y cortito en el que podamos ver bien sus lujosos vestuarios y apreciar la calidad del betún y del maquillador de Baltasar. Además, así tenemos más posibilidades de estar en primera fila y que nadie nos reste visibilidad para que podamos distinguir las calvas de los camellos o dromedarios, que siempre los confundo.

Sin embargo, lo que realmente me hace sentir que estoy que de verdad en la antesala de la llegada de los Reyes Magos a mi hogar es lo que podríamos denominar "el fenómeno del caramelo". La secuencia de la escena se repite año tras año y en tooooooodas las cabalgatas del mundo. Es la siguiente: comienza el desfile, los participantes van tirando generosamente caramelos y los asistentes los recogen. ¡Qué bonito, qué idílico... qué peligroso! Este gesto, que en principio es una acción de agasajo hacia los niños es en realidad una especie de batalla campal.

Los encargados de repartir los dulces suelen ser poco delicados y tiran los caramelos como si jugaran una partida en la que van acumulando puntuación según saquen un ojo o hagan un chichón en la cabeza a los espectadores. Cuentan además con una buena munición, porque las golosinas que lanzan son de las peores y más duras que se pueden encontrar en el mercado. Sin embargo, este detalle no parece importarle a nadie, ni a niños, ni a mayores. Todos matan por conseguirlos. Empujones, pisotones, manotazos... todo vale.

 Últimamente una herramienta mortífera está completando el kit de herramientas de los más avezados. A las inofensivas bolsas de plástico se han unido los paraguas. Abiertos y puestos al revés, a modo de recipiente, son auténticas armas de caza. Los usuarios las mueven diestramente haciéndolos volar y salir al encuentro de los proyectiles-caramelos, sin tener en cuenta eso sí, si en el camino las varillas se encuentran con algún inoportuno ojo del vecino.

Llevaba años preguntándome si la gente se comía luego el disputado botín con tanto gusto como les había proporcionado su caza. Me producía incredulidad que saborearan tan poco refinadas golosinas. Este año por fin conocí la respuesta al misterio.

Efectivamente estaba en lo cierto al pensar que ni de coña se comían aquellos caramelos duros como piedras y de sabores poco atractivos. Lo que hacen con ellos es reciclarlos para largáselos a los pobres niños que participan en el "Truco o Trato de Halloween". Esto no es una leyenda urbana, lo sé porque a mi hija le tocaron unos cuantos "cortesía del Ayuntamiento para la Cabalgata de Reyes 2012".

A modo de consejo yo diría que no merece la pena jugarse la vida en la Cabalgata por un puñado de caramelos malos. Es mejor añadir una línea más en la carta y pedir una bolsita de jugosas gominolas surtidas. Seguro que SS.MM. los Reyes Magos de Oriente están encantados de incluirla en el pedido.

jueves, 2 de enero de 2014

Al rico Roscón de Reyes, para el niño, la niña y... los adultos

Los olores despiertan los sentidos. Muchas veces acuden a mi cabeza recuerdos a través del olor. Son como pequeñas chispas que me trasladan a otras épocas de mi vida, a momentos concretos y, generalmente, felices.

Supongo que la mente es bidireccional, porque también he experimentado el recorrido inverso, es decir, acordarme de algo y echar de menos el olor real de la escena.

Siempre me ha gustado muchísimo el Roscón de Reyes. Primero por su sabor, pero también por lo que significa en mi vida: reunirme con personas a las que quiero mucho, la familia. El primer recuerdo que tengo asociado a esta delicia pastelera es de cuando era muy pequeña. Veo como en una película en tecnicolor a una pandilla de niños felices correteando por un largo pasillo de parquet que cruje con sus impulsivos movimientos. Allí estoy yo, radiante con un cochecito azul de muñecas. Mis primos comparten sus juguetes conmigo y al fondo se oye la conversación de los mayores. Toda la casa huele a Roscón.

Años más tarde la reunión es en casa de mis padres. Mis sobrinos son pequeños y después de los nervios y la locura desatada al desenvolver los regalos de Reyes que los magos familiares han concentrado en el hogar de los abuelos, todos reponemos fuerzas en torno a un par de roscones, uno con nata y otro sin ella.

En mi barrio, cuando se acerca el 6 de enero, el olor a Roscón va en aumento. Las pastelerías funcionan a tope, y el día 5 salir al balcón y respirar su dulzor no tiene precio.

En las Navidades que pasé en Suecia embarazada de mi segunda hija tuve un antojo muy intenso. Tenía que comer y oler el Roscón. No podía ser de otra forma. En Suecia no cocinan este dulce. A grandes males, grandes remedios. Internet fue mi salvación. Después de mucho buscar y tras ver que la elaboración parecía bastante complicada (al menos para mí, que soy cocinillas pero de platos sencillos) llegué a una receta simplificada. La autora es una enamorada de la cocina y tiene un blog muy recomendable. El resultado fue un éxito. Mi hermana, a través de unos amigos, me hizo llegar el Agua de Azahar y mi pequeña se libró del antojo en forma de Roscón. Aunque estaba a muchos kilómetros de mi familia y de estar sentada en la mesa de mis padres con mis hermanos y mis sobrinos, me sentí un poquito más cerca de ellos. Siempre estaré agradecida a Nieves por compartir con sus lectores una receta tan rica y tan fácil. Si alguien quiere hacer un Roscón casero que acuda a Cocina con Nieves.

¡Feliz año, buen provecho y que los Reyes traigan muchas cosas!