Con frecuencia se me olvidan los años que
tengo. Me descubro pensando que tengo una
edad indefinida entre los 15 y los 20. ¡Soy una chavala!. Pero
cuando me miro en el espejo o acuden a mi mente preocupaciones
laborales o maternales reparo en mi edad real, casi 40. La
vida pasa muy rápido. Qué cierta es esta popular afirmación. Durante
la niñez y la adolescencia no se es consciente. El reloj empieza a
acelerarse en la madurez.
Recuperar algunos instantes de cuándo
éramos adolescentes es uno de los más valiosos regalos que podemos
recibir. Yo he sido una de las afortunadas que este fin de semana ha
podido dar un paseo por el pasado y volver a respirar la energía de
los 17 años.
A través de Facebook un compañero de
colegio convocó una quedada de la promoción de nuestro curso. La
respuesta no fue muy masiva. Se intentó contactar con todos los
alumnos, pero fue difícil. Muchos no tenían perfil en esta red, de
otros no se logró encontrar teléfono o mail y varios no pudieron o
no quisieron acudir.
A la cita acudimos un pequeño grupo,
pero fue una tarde muy divertida y agradable. Recordamos anécdotas,
nos pusimos al día de nuestras vidas y retomamos viejas amistades.
El buen rollo nos acompañó toda la velada. Nada de alardeos o
cotilleos malsanos. Sólo amistad y camaradería.
Han transcurrido 22 años desde que
salimos del colegio. En este tiempo nos hemos hecho mayores, en toda
la extensión de la palabra, tanto física como mentalmente. Pero
todos conservamos nuestra esencia. Fue divertido ver cómo seguíamos
fieles a un estilo. Influidos por la moda y actuales, sí, pero cada
uno seguidor de su propia forma de vestir. En cierto modo fue como si
hubiéramos crecido dentro de nuestra ropa.
El reencuentro me sirvió también para
darme cuenta de la diferencia fundamental entre los 17 años y los
39. No es el aspecto físico, que puede ser el más chocante de
entrada. Es el mental, y no por la forma de pensar, que creo que
aunque se haya matizado no ha sufrido un cambio radical. Me di cuenta
que en lo que verdaderamente somos distintos es en la confianza en
nosotros mismos. Por primera vez fui realmente consciente de lo
vulnerables, tímidos y tiernos que éramos en la década de los 90.
Y noté cómo los años y las experiencias forjan la personalidad y
nos dan aplomo y serenidad.
¡Chin-chin!, un brindis conjunto por los 17 y por los 39.
¡Precioso artículo, Nuria! Me ha encantado :-)
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