lunes, 18 de noviembre de 2013

Dos décadas después...

Con frecuencia se me olvidan los años que tengo. Me descubro pensando que tengo una edad indefinida entre los 15 y los 20. ¡Soy una chavala!. Pero cuando me miro en el espejo o acuden a mi mente preocupaciones laborales o maternales reparo en mi edad real, casi 40. La vida pasa muy rápido. Qué cierta es esta popular afirmación. Durante la niñez y la adolescencia no se es consciente. El reloj empieza a acelerarse en la madurez.

Recuperar algunos instantes de cuándo éramos adolescentes es uno de los más valiosos regalos que podemos recibir. Yo he sido una de las afortunadas que este fin de semana ha podido dar un paseo por el pasado y volver a respirar la energía de los 17 años.

A través de Facebook un compañero de colegio convocó una quedada de la promoción de nuestro curso. La respuesta no fue muy masiva. Se intentó contactar con todos los alumnos, pero fue difícil. Muchos no tenían perfil en esta red, de otros no se logró encontrar teléfono o mail y varios no pudieron o no quisieron acudir.

A la cita acudimos un pequeño grupo, pero fue una tarde muy divertida y agradable. Recordamos anécdotas, nos pusimos al día de nuestras vidas y retomamos viejas amistades. El buen rollo nos acompañó toda la velada. Nada de alardeos o cotilleos malsanos. Sólo amistad y camaradería.

Han transcurrido 22 años desde que salimos del colegio. En este tiempo nos hemos hecho mayores, en toda la extensión de la palabra, tanto física como mentalmente. Pero todos conservamos nuestra esencia. Fue divertido ver cómo seguíamos fieles a un estilo. Influidos por la moda y actuales, sí, pero cada uno seguidor de su propia forma de vestir. En cierto modo fue como si hubiéramos crecido dentro de nuestra ropa.

El reencuentro me sirvió también para darme cuenta de la diferencia fundamental entre los 17 años y los 39. No es el aspecto físico, que puede ser el más chocante de entrada. Es el mental, y no por la forma de pensar, que creo que aunque se haya matizado no ha sufrido un cambio radical. Me di cuenta que en lo que verdaderamente somos distintos es en la confianza en nosotros mismos. Por primera vez fui realmente consciente de lo vulnerables, tímidos y tiernos que éramos en la década de los 90. Y noté cómo los años y las experiencias forjan la personalidad y nos dan aplomo y serenidad.

¡Chin-chin!, un brindis conjunto por los 17 y por los 39.



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