martes, 25 de marzo de 2014

R.I.P, Suárez

Dicen que "Dios nos libre del día de las alabanzas" y estos días he constatado la verdad que encierra esta frase. Suárez ha muerto. Paradójicamente su muerte ha servido para "revivirle".

Realmente siento su fallecimiento. He llorado por él. Me da mucha pena porque era de la familia. Mi padre es como Antonio Alcántara, un incondicional de Suárez. Yo, al igual que María, la hija pequeña de los Alcántara, crecí viendo a Suárez a través de los ojos de mi padre. Cuando tuve edad de ser crítica y tener mis propias ideas políticas seguí apreciando la labor del abulense en la democracia española.

No tuvo una tarea fácil. Era un hombre de centro y estaba en el medio de todo. Mal lugar para vivir con tranquilidad. Estar en el centro es casi como estar en el limbo. Se recibe caña por todas partes y más en un momento histórico como el que le toco lidiar: llevar a España a la democracia, ahí es nada.

Sacar a un país de una dictadura es una tarea colosal, una odisea. La exaltación de los sentimientos y los recuerdos de vivencias pasadas no hacen fácil el mirar al futuro aparcando rencores y practicar el perdón. Todo lo contrario. Por eso creo que tuvo tanto mérito.

Le admiro profundamente. Yo, que ante un pequeño incidente doméstico puedo pasarme la noche sin dormir, no alcanzo a comprender qué haría este hombre para conciliar el sueño y mantener la sonrisa con todos los Miuras que tuvo que torear. ¿Cómo era capaz de asumir las críticas, unas constructivas y otras no, y no perder el entusiasmo ni su ruta de trabajo?

Suárez es una figura de ciencia ficción. Me refiero a que realmente no le conocemos. Salía en la tele, hablaba por la radio y se leía sobre él en periódicos y revistas, pero eso no significa que le conozcas. Sin embargo, a muchos nos caía bien. Nos daba buenas vibraciones.

Yo, que a veces pienso que soy un poco Forrest Gump (no mentalmente, pero sí en cuanto a que por casualidades de la vida me he visto envuelta en situaciones de película y es como si me hubieran metido allí con una técnica digital) conocí personalmente a Suárez. Sí, puedo unirme al grupo de los pedorros que estos días presumen de haber estrechado la mano del presidente.

Fue un encuentro breve y no diré que fortuito porque fui a por él. Yo era una entusiasta estudiante de periodismo y él daba una conferencia en la facultad. Al término de la charla los catedráticos le escoltaban y yo, siguiendo las enseñanzas de uno de mis profesores me dirigí a mi presa haciendo caso omiso a las manos que trataban de frenarme. Mi objetivo era claro: transmitirle la admiración y el apoyo de mi padre.

Con un poco de timidez provocada por la vergüenza que me realmente me daba mi actuación, pero con bastante energía propiciada por las ganas que tenía de conocerle y hablar unos segundos con un personaje histórico, le toqué en el brazo. Fue un instante que ha quedado grabado en mi memoria para siempre.

Lo primero que sentí fue el tacto de la chaqueta. Era áspero. Me pilló por sorpresa, me esperaba un género suave correspondiente a un traje caro "digno" de un expresidente. Pues no. Al fijarme más en detalle me di cuenta que era modesto y austero, casi diría que de la época de la Transición, como los que aún se ponía mi padre, en buen uso pero con unos años. "Carácter castellano y herencia de posguerra hasta en los detalles de la vestimenta, igual que papá", pensé.

Al sentir mi mano, se dio la vuelta para ver quién detenía su marcha. Me encontré con una mirada limpia, profunda, inteligente y curiosa. No estaba enfadado, ni fastidiado por mi atrevimiento. Me obsequió con una amplísima sonrisa y terminó de conquistarme. Se paró haciendo caso omiso a los docentes que le instaban a seguir. Me dio la mano y dos besos y pude darle mi mensaje, que agradeció con un asentimiento de cabeza justo antes de que un enjambre de periodistas en ejercicio me apartaran y casi me fulminaran para brearle a preguntas sobre la reciente victoria de José María Aznar en las urnas.

Separada ya de él, vi como amablemente capeó el temporal y respondió educada y comedidamente todas las cuestiones que le plantearon.

Allí quedó, congelado en mi memoria. Y así me gusta pensar en él. Puedo prometer y prometo que es uno de los momentos de mi vida que recuerdo con más orgullo.

Sé que no le conozco. Pocos le conocieron realmente, como a todos. Solo nuestro entorno cercano sabe cómo somos realmente. Me gusta tenerle idealizado. Como mucha gente, estoy tremendamente desencantada con políticos y figuras públicas. Por eso necesito "creer" en alguien, por eso estoy feliz de haberle conocido sólo de pasada, lo justo para confirmar mis impresiones subjetivas y no llevarme una decepción... aunque mi corazón me dice que Suárez no era de los que defraudaban.


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