viernes, 14 de marzo de 2014

Devotos incondicionales

¿Cuándo tenías veinte años, qué es lo primero que hacías cuando entrabas en casa?, me preguntó una vez, no hace mucho, una observadora amiga mientras tomábamos café. Yo, desconcertada, la miré y la dije: "No sé, ¿a qué te refieres?". "¿Tú, cuando llegabas a casa, no preguntabas nada más pasar el umbral de la puerta me ha llamado alguien?". "¡Anda!, pues es verdad", contesté divertida recordándome a mi misma preguntando con ansiedad cada vez que pisaba el hogar paterno.

Al mirar a mi alrededor en la cafetería en la que estábamos y ver a todo el mundo con el móvil cerca o enfrascado en leer y enviar Whatsapps, comprendí las razones que le habían llevado a mi amiga a plantearme la cuestión. "Cómo nos ha cambiado la vida internet y el móvil ¿eh?", apostilló mi compañera de desayuno.

Sí, las relaciones sociales ya no son lo que eran. Me hace muchísima gracia ver como en un bar se reúnen un grupo de amigos y todos tienen el móvil entre las manos. Unos consultan Facebook, otros actualizan su estado en sus distintas redes sociales, otros mandan Whatsapps... De vez en cuando, se miran y comentan sobre sus actividades con el móvil. "Bueno", pienso, "al menos, han hecho el esfuerzo por salir a la calle, vestirse y estar un rato con los amigos, aunque sea así". El problema gordo surgirá, supongo, el día que no seamos capaces de vencer siquiera la pereza de salir.

El otro día quedé con unos amigos y pasamos varias horas sin consultar los móviles. Fue genial, ¡qué libertad!. Creo que deben añadir un día más al calendario mundial de los días festejados: el Día sin móvil.

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