jueves, 31 de octubre de 2013

Una especie para tratar con cuidado

Están por todas partes. En la parada del autobús, en la cola del pan, en la carnicería, en el centro de salud... Son los ancianos impacientes. Una especie que lejos de estar en extinción va en aumento gracias al envejecimiento de la población. Según datos del Instituto Nacional de Estadística los mayores de 65 años es el grupo de edad que más está creciendo en España. En 2012 el porcentaje de población mayor de 64 años respecto a los menores de 16 alcanzó un 108 por ciento. Escalofríos me entran al pensar lo que puede ser de nosotros como sea proporcional el incremento del número de abueletes nerviosos.

Conste que me siento con autoridad moral para criticar y chotearme un poquito de ellos porque he de confesar que mi padre, al que adoro, es uno de estos individuos. Por eso también sé lo que es sentir bochorno público cuando le da por hacer una demostración y voy con él. Es decir, que vivo esta problemática desde los dos ángulos, y no sé cuál es peor.

Esta tarde he asistido a una hilarante demostración de ansiedad senil. He ido a la carnicería y había tres personas por delante de mi: un chico joven que ha sido la alegría del carnicero porque se ha llevado media tienda; una señora mayor, muy asentada ella; y una estirada dama de unas setenta castañas que ha estado a punto de hiperventilar y sufrir un infarto. Mientras que repetía insistentemente "esa pechuga que queda es mía" se movía cual Chiquito de la Calzada pegada al mostrador y señalando el ansiado manjar de pollo. La pobre lo ha pasado fatal porque era la tercera en el orden de atención y pensaba que o bien el forzudo muchacho o bien la apacible señora se iban a arrepentir en el último momento e iban a añadir una pechuga más a su lista de la compra. Para más emoción he llegado yo, que iba detrás de ella, pero su cerebro ni lo ha procesado. Lo único que ha visto es a una madre con una niña pequeña con pinta de comepechugasdepollo. Y eso ya ha podido con ella. Debía estar imaginando un complot con el carnicero según el cual me iba a quedar con la pechuga. Las miradas de odio hacia nosotras y los grititos informando que la pechuga era para ella han sido toda una lección de vehemencia histérica. Los presentes en el local hemos tenido que hacer verdaderos esfuerzos por aguantarnos la carcajada, y los carniceros han dado una gran lección de paciencia y profesionalidad.

Por si fuera poco, la buena mujer estaba tan alterada que ha pedido dos filetes de ternera gallega. El carnicero le ha informado que esa no era la que ella solía llevar. "¿Está usted segura que quiere de ésta? La que lleva usted habitualmente tiene un corte muy bueno", le ha dicho muy educadamente. "¿Qué pasa, no puedo llevar de ésta?", ha contestado ella muy soberbia. "Sí, claro que puede. Pero es gallega", replicó él. "¿Y? ¿Qué pasa?", insistió ella. "Nada, no pasa nada. Pero es que tiene otro sabor diferente al que usted suele llevar", le explicó. "Bueno, pónganla y ya está", zanjó ella. Después de pagar y a punto de salir, la anciana se ha quedado mirando la pieza de ternera que habitualmente compraba y le ha dicho al carnicero: "Este corte es muy bueno. Creo que es mejor que el que me llevo". El carnicero con mucho temple le ha respondido: "Sí, eso es lo que le quería decir, pero usted ni me ha escuchado". "Vaya, creo que me he equivocado en la elección", ha dicho a modo de despedida, y se ha ido. El pobre hombre ha meneado la cabeza de un lado a otro mientras decía con tristeza: "ya verás como mañana me llama para decirme que no le ha gustado nada la ternera gallega". En ese instante, el auditorio por fin ha dado rienda suelta a la risa y como buenos marujos que somos todos hemos comentado los mejores instantes de la actuación. "¡Ay!, ¿qué sería de nosotros sin estos buenos momentos?", ha dicho alguien. Y es verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario