viernes, 7 de febrero de 2014

Preparados, listos, ¡ya!

Lo he visto infinidad de veces. Pero no por eso deja de sorprenderme cada vez...

Ayer asistí a un momentazo de estos, pero sé que no fue, ni mucho menos, la última ocasión que mis ojos captarán tan hilarante situación. Aunque no niego que también me estresa. Y si a mi me pone un poquito nerviosa, no quiero ni pensar al resto de los ciudadanos que tenía a mi lado.

Los hechos se desarrollaron así: esperaba junto a mis octogenarios padres uno de los cuatro ascensores de un hospital madrileño. Mis progenitores tienen sus achaques, e incluso mi madre camina con bastón por aquello de sentirse más segura en sus pasos. La congregación que nos rodeaba tenía aproximadamente la misma edad, lustro arriba, lustro abajo. Todos mirábamos con tensión los indicadores de los ascensores para ver cuál vendría primero y cogerlo... raudos y veloces. Sí, sí, bien digo: RAUDOS Y VELOCES. Sé que es redundante, pero es que allí se acumulaba la rapidez. Fue ver que el elevador de la derecha marcaba el piso dos e indicaba que se acercaba a la planta cero y todos los ancianos y ancianas que estaban allí (incluidos mis padres, que minutos antes respiraban trabajosamente al andar por el pasillo) empezaron a tomar posiciones con una agilidad que para mi la querría. La vencedora fue una viejecilla frágil y delgadita que con un acrobático salto y varias zancadas, cortitas pero muy dinámicas, desbancó al resto.

Siempre he pensado que si llevaramos a los viejecitos a Las Olimpiadas y les motivásemos correctamente con la meta (ponerles un autobús con las puertas abiertas y tres asientos vacíos, por ejemplo) seríamos los campeones mundiales sin duda.

1 comentario:

  1. me parto, no serian los ascensores de consultas externas del marañon, no? es que es exactamente como lo cuentas.... jajajajaj

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