martes, 25 de febrero de 2014

Señorita

Llevo un par de días acordándome de una de mis profesoras de la infancia. La señorita Adela.

Era muy mayor. El último curso al que dio clase fue al mío. Se hizo profesora durante la República, y encarnaba perfectamente la figura y los ideales educativos de aquella época. La quería con locura, porque ella nos quería con locura a todos sus alumnos. Vocación y cariño son las dos palabras que acuden a mi mente cuando pienso en ella. La estoy viendo. Bajita, ni gorda, ni delgada. Delicada. Frágil y fuerte. Unos ojos inteligentes y con chispa tras unas grandes pero sencillas y elegantes gafas de pasta. Pelo siempre bien peinado de peluquería de señoras. Sus manos llenas de arrugas, pero con movimientos llenos de experiencia. Me enseñó y me quiso. Eso es ser profesor.

No es nostalgia. Y no pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ahora hay grandes "señoritas" y "profes". Conozco varios que bien podrían ser descendientes directos de mi señorita Adela.

Bárbara fue profe de guarde de mi hija mayor. Ella, aunque joven, es otra gran señorita. Verla trabajar con los niños era un placer. Parecía mamá gallina con sus polluelos. Cada uno de los pequeños era "su" pequeño. ¡Ah, qué suerte encontrarnos por el camino con ella!.

Son muchos los profes maravillosos que se han cruzado en mi vida o en la de mi familia. Pero también hemos tenido la mala fortuna de encontrar algunos que en el último lugar donde deberían estar es en la educación de los niños. Un mal profesor es un mal para la sociedad que puede provocar terribles consecuencias. Por el bien de todos, tolerancia cero hacia las malas prácticas educativas.

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