viernes, 27 de diciembre de 2013

Pequeños seres animados

Me encanta recordar cosas de mi infancia. Son muchas las sensaciones que acuden a mi mente cuando pienso en los años del colegio. Una de las que más me gusta es cuando pienso en las papelerías en las que solíamos comprar. Algunas ya no existen, otras permanecen pero muy transformadas, y una de ellas está intacta, casi como si el tiempo no hubiese pasado por allí. En su escaparate, entre gomas de borrar, libretas, muñequitos Disney de plástico duro, rotuladores Roca y carpetas de anillas marrones destaca una cuidada selección de cuentos infantiles que casi son ya de coleccionistas. Celia y Cuchifritín miran desde detrás del escaparate, alegres, invitándome a comprarles.

Pero... ¡espera!, debo estar soñando... Celia y Cuchifritín han tomado vida. ¿El hada de Pinocho también les habrá concedido ser niños de carne y hueso?, porque justo a mi lado hay unos hermanitos vestidos como ellos.

Sorprendida y con la impresión de estar viviendo una situación onírica ante la evidente transmutación de personajes de cuento en seres reales, sigo andando por la calle. A los pocos minutos me encuentro a una niña que bien podría ser Mariquita Pérez, con su gorrito de capota y todo, dentro de un moderno carricoche de la marca Stokke que empuja una abuela enfundada en un llamativo abrigo de piel.

Un tanto angustiada por si no distingo realidad de ficción, miro un termómetro callejero, y constato que mi sensación de frío es real, 5ºC. Entonces... si no estoy soñando... ¿por qué el niño del escaparate llevaba pantaloncito corto y calcetín y su hermana medias hasta la rodilla?

Vuelvo a mirar a la niña-Mariquita Pérez y a su abuela, que esperan junto a mi para cruzar, y confirmo que el atuendo de la pequeña es estéticamente incompatible con el hiper-actual cochecito. En mi mente la imagen se asemeja a un cochinillo de Navidad con gorrito servido en bandeja por una engalanada camarera.

Noto que empiezo a hiperventilar agobiada por mi segura locura, que se manifiesta en transformación de la realidad... miro hacia arriba en busca de aire y... ¡qué alegría!, ¡no estoy loca!. Ya sé lo que ocurre. No son visiones. Lo que estoy contemplando esta mañana no son protagonistas de cuento vivos. Ahora sé que son reales al 100%. Termino de leer la placa de la calle en la que estoy "Príncipe de Vergara". Acude a mi un rayo de claridad sobre el misterio que me rodeaba. ¡Es Navidad en el Barrio de Salamanca! Ahora lo veo todo con nitidez. Los niños de las familias acomodadas están de paseo. Los vestiditos y pantaloncitos de cuadros tipo Príncipe de Gales, las medias con borlas y los calcetines son prendas obligadas estos días... aunque vayan transportados en un funcional Stokke o las criaturas rechinen los dientes de frío porque sus piernecitas vayan desnudas. La tradición, es la tradición, y ¿el buen gusto? es... ¿el buen gusto?. Lo digo porque Cuchifritín y Celia iban muy bien vestidos para 1930, pero para el 2013... a lo mejor, estarían ya un poco pasados de moda... pero, oye, que sobre gustos no hay nada escrito.

Aliviada por saber que no he perdido la cordura, y preocupada por los resfriados que es más que posible que pillen los pequeñines que van sin leotardos o pantalones largos, retomo el paso y empiezo a fijarme que, afortunadamente, la mayoría de los niños que diviso van equipados con ropa y conjuntos adecuados para el frío. Una tanda de preguntas vienen a mi, también como un recuerdo persistente de mi infancia, adolescencia y madurez, porque es algo casi metafísico que me ha perseguido a lo largo de mi vida: ¿los padres de los niños tipo Mariquita Pérez, Celia y Cuchifritín, serían capaces de ir por el mundo con pantalón corto o falda y con las pantorrillas al aire? ¿llevan sus progenitores capas o miriñaque? Entonces... ¿por qué disfrazan así a sus hijos y les hacen pasar frío?

Queda aquí toda mi solidaridad con los pequeños Pinochitos.



1 comentario:

  1. :) a mí siempre me ha dado cosa cuando veo a los peques así vestidos

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