miércoles, 11 de diciembre de 2013

Los dictadores de la belleza

¿Quién dijo que la vida de culto al cuerpo es fácil? A mi el paso por los estilistas de belleza me estresa muchísimo. Y menos mal que mi autoestima es alta, porque de lo contrario empalmaría directamente sesión de belleza con sesión de psicólogo.

Es entrar en una cabina de belleza y el pulso se me acelera. Me empiezo a hacer pequeñita y como si fueran sombras chinescas de malvados monstruos veo reflejados sobre las paredes mis complejos estéticos. El esteticista siempre es graaaaaaaande y habla con tal autoridad y mando que no me atrevo a chistar.

No todos son iguales, claro. Unos son más dulces, otros son más rudos y los hay que bien podrían ser el mismisimo Führer de la estética.

Me considero normalmente agraciada. Me encantaría ser como Audrey Hepburn, pero estoy contenta con no parecerme a Camilla Parker. Aunque lo mismo no soy objetiva del todo si tengo en cuenta los comentarios que me hizo hace unos años una profesional de la estética. Si hago caso de sus observaciones debo ser el doble de Rosi de Palma o una de las señoritas de Avignon que se escapó del cuadro y se materializó como humano. No sé si aquella pobre mujer ha podido volver a dormir después de verme a mi, la mismisima encarnación del asimetrismo facial, pero desde luego yo aún tengo escalofríos cuando recuerdo cómo estaba situada a mi espalda y las dos nos veíamos reflejadas en el espejo. No he podido olvidar sus aspavientos con las manos y sus grititos agudos indicándome lo escandalosamente asimétrica que era mi cara.

En otra ocasión el motivo de alarma estética fueron mis cejas. Al esteticista no le gustaba la forma en que me las depilaba. Temí que sacara una regla de madera y me palmoteara los dedos a modo de castigo. No lo hizo, pero intuyo que me libré por poco.

Hay un par de cuestiones que me tienen inquieta porque no encuentro la respuesta. La primera es: ¿si tan claro tienen cuáles son los códigos de belleza correctos, por qué muchos de ellos no se los aplican?. Y la segunda es: ¿por qué no comprenden que no todo el mundo tiene que coincidir con sus gustos y que no existe un único patrón estético? Yo quiero que me aconsejen, no que me torturen.

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