viernes, 10 de enero de 2014

Regalar es una historia

Me gusta mucho regalar. Es uno de mis hobbies. Cuando tengo que hacer un regalo lo medito mucho. Intento buscar algo que le haga ilusión al destinatario. Casi nunca son regalos caros. Entiendo que lo importante es el detalle y además, aunque quisiera, no me puedo permitir gastarme grandes cantidades de dinero. Por eso suelo poner a trabajar la imaginación, y a veces, hasta yo misma me pongo manos a la obra a elaborar el regalito.

Afortunadamente tengo amigos de hace muuuuchos años, a los que ya he regalado muchas veces, y eso me va complicando cada vez más la elección del detalle. El año pasado le regalé a un amigo unos gemelos perfectos para él. Eran un piano, y él un gran aficionado a este instrumento. Cuando los vi una gran satisfacción se apoderó de mí, no me pude resistir, había encontrado el obsequio ideal... exactamente igual que un par de años antes, es decir, repetí regalo sin acordarme. Conclusión, detallista soy, pero mi memoria es un desastre...

Dentro de pocos días cumple años un amigo de los tiempos de la Universidad. Es un gran aficionado al cine, y cerca de casa de mis padres hay una librería especializada en libros antiguos y de segunda mano. En el escaparate han anunciado la venta de programas de cine de los años 40, 50 y 60. "¡Genial! Ya tengo el regalo perfecto para él este año", pensé al verlo. Ayer pasé por allí y estaba abierta la tienda. Contenta por poder comprar el regalo con tiempo y sin dejarlo para última hora, abrí la puerta de la vetusta librería con ímpetu, al tiempo que una idea gris pasó por mi mente, "lo mismo son carísimos porque son objeto de coleccionista..."

- Buenos días, he visto que venden ustedes programas de cine de los años 40, 50 y 60- dije a modo de saludo al dependiente de la librería.
- Buenos días, sí pero son 600 - contestó el hombre detrás de su barba y sus gafas redondas de alambre. Una sonrisa socarrona delató su convicción de que yo no era la persona indicada para comprar tan original material.
Sorprendida por su tono y por su contestación, repliqué alarmada: -¿600 Euros?-.
- No, - aclaró el hombre a medio camino entre extrañado, divertido y satisfecho - que son 600 programas-.
- ¿Quiere usted decir que tiene 600 programas para elegir? - dije yo, desconcertada, imaginando que iba a echar un buen rato en seleccionar un par de ellos.
- Nooooo - rió esta vez abiertamente aquella especie de ratoncillo de librería humano - quiero decir que vendo los 600 a la vez.
- ¿Qué tengo que llevarme los 600?, pues me parece que no. Es para un regalo, pero 600 ejemplares me parece excesivo - acerté a articular con una sonrisa.
- Por eso le digo... - concluyó el hombre, orgulloso de que su impresión sobre mi ausencia final de compra se confirmara.
- Buenos días - me despedí al tiempo que pensaba que quién podría ser el cliente final de "los SEISCIENTOS ejemplares de programas de cine de los años 40, 50 y 60".

Mi impresión es que aquel hombre realmente no quería vender este material, porque dudo que se presente un comprador con esas condiciones. Tampoco entiendo el cartel del escaparate. Debería decir "Se vende colección de 600 ejemplares de programas de cine de los años 40, 50 y 60". Presiento que el pintoresco personaje está enamorado de todo el repertorio bibliográfico que alberga su librería y que siempre encuentra un motivo por el que no vender ningún ejemplar.

Toda la escena me pareció digna de una novela tipo "La sombra del viento" o "La historia interminable". Lo mismo hasta no lo viví realmente... Creo que voy a volver a pasar por allí a asegurarme que la tienda existe y los programas no se pueden comprar de uno en uno, antes de buscar otro regalo para mi amigo.

1 comentario:

  1. Ufff que escena, Nuria, jajaja.... De película total, de hecho, mientras lo estaba leyendo estaba pensando en el librero de La Historia Interminable... Me ha encantado!

    ResponderEliminar