miércoles, 28 de mayo de 2014

Tres pasajeros en un taxi

No me gusta admitirlo, pero la suerte existe, la buena y la mala. Hoy he viajado en taxi con las dos.

Al principio estaba convencida que a mi lado se había instalado la mala suerte. No podía dejar de pensar en la campaña publicitaria de una empresa de seguros que personifica este concepto. El personaje dice: "soy La Mala Suerte. Me gusta jugarle bromas pesadas al destino. Puedo causar accidentes con tan sólo un suspiro. Desafortunadamente para ti, me encanta lo que hago. Así que prepárate, porque en cualquier momento podría cruzarme en tu camino"

"Pues ya está"- he dicho para mis adentros mientras recordaba la burlona cara del actor encargado de dar vida a La Mala Suerte -  "Me ha tocado".

Nada más entrar en el coche mis alarmas internas han saltado. El conductor del taxi era seguidor de música reggaeton. Cuándo le he indicado la dirección a la que quería ir se ha dado la vuelta en una difícil contorsión y bajando las gafas de sol de espejo con un movimiento de nariz me ha preguntado "¿dónde está eso?". Actuando de forma rápida, le he dado una dirección más sencilla que quedaba cerca de mi destino final. El trayecto era corto, pero hemos tenido dos percances. En el primero casi atropella a un anciano que cruzaba correctamente por el disco en verde. El pobre hombre se ha llevado un buen golpe con el capó. Obviamente mi taxista se ha oído una buena tanda de improperios, a los que simplemente ha respondido con un lo siento. Dos minutos después, y tras una carrera desenfrenada por las calles de Madrid cogiendo el volante con una sola mano, un coche dirigido por un conductor que ha decidido no dejar escapar, aunque lo ha divisado en el último minuto, ha atizado un golpecillo al morro del taxi. Indignadísimo, el taxista ha salido del auto y ha revisado la chapa del vehículo con un mimo que para sí habría querido el ancianito atropellado tres minutos antes.

En algún momento del que no soy consciente, debió apearse La Mala Suerte, y subirse La Buena Suerte, porque finalmente he llegado sana y salva a la calle en la que le dije que me dejara. 


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