martes, 20 de mayo de 2014

Cambio y corto o... no corto

Creo que ya he comentado otras veces que para mi ir en el autobús es una lección sociológica. Observar a mis compañeros de viaje es un hobbie y durante los repetitivos y tediosos trayectos entretengo mi mente en desarrollar sesudas teorías sobre el comportamiento humano. Debo ser algo así como una Kant-amañanas busoniana, porque estoy segura que si Kant hubiese vivido en nuestros días habría sido usuario del bus y gran parte de su famosa teoría se habría generado en este medio de transporte. Sólo me comparo con él en eso, que quede claro. Soy consciente de que mis teorías tratan asuntos menos profundos y espirituales, y desde luego no influyen nada en las corrientes filosóficas mundiales. Pero me gusta dar el rollo con mis hipótesis, digo... compartir mis observaciones.

Hoy he advertido que hay dos tipos de conversadores de móvil en el autobús.

Están los que parecen mafiosos dando órdenes por teléfono: "Sí, ya voy. En diez minutos estoy ahí. Ten preparado todo". Conversaciones cortas y en clave, para que las personas que oyen el monólogo no obtengan información valiosa de su vida.

El otro modelo es el que habla largo, tendido y... muy alto, dando toda clase de detalles sobre mil cosas distintas como la última quedada con sus amigas, las malas relaciones que mantiene con su jefe o la planificación del partido de fútbol con los amiguetes.

Yo confieso que pertenezco más bien a este último supuesto. Es por falta de tiempo. Intento no hablar en el bus porque no me gusta ir retransmitiendo mi vida, pero muchas veces, si no hablo en el bus, no puedo charlar un ratito con mi hermana o con alguna amiga. Sopesando si prefiero mantener el contacto con los míos y de paso entretener a algún pasajero o cortar la comunicación con mis seres queridos, suelo escoger la primera opción, pese a la vergüenza que reconozco que siento. Para compensar miro al suelo o al infinito por la ventana mientras intento concentrarme en la conversación.

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