viernes, 27 de febrero de 2015

De vacunas, Doulas, partos y lactancia

Llevo toda la mañana intentando documentarme correctamente para poner cifras al sentido común. Termino de tirar la toalla. No soy buena con los números ni las estadísticas. Nunca lo he sido. Además, son muy engañosas porque se pueden mal interpretar erróneamente o con intención. Desde luego mi caso sería erróneamente, ya lo he dicho, soy de letras, no de números.

Esta semana he leído varias noticias y comentarios por Facebook que me han preocupado e indignado bastante. Creo que soy muy afortunada por vivir en un país del Primer Mundo, con sus luces y sus sombras, que las hay. Pero honradamente no me gustaría ser una mamá de un país del Tercer Mundo, ni de uno en vías de desarrollo. Repito me considero UNA AFORTUNADA y no sé a quién tengo que darle las gracias, si a mi Karma o a un Dios de las alturas, pero se las doy de forma impersonal  a quién o qué les corresponda.

El dicho ese de "cualquier tiempo pasado fue mejor" no va conmigo. Si tuviera que elegir uno anterior o quedarme con el que vivo, con mi aquí y mi ahora, no lo dudaría, me quedaría con mi ahora. Ese es mi caso, que no digo yo que sea el de todo el mundo. Como dice sabiamente mi amiga María "cada uno es cada uno, y tiene sus caunás".

Uno de los temas que han soliviantado mi ánimo ha sido el de la controversia de la vacunación. Estos días ha saltado nuevamente por la muerte en Alemania de un niño de año y medio por sarampión. Una corriente en contra de la vacunación argumenta que las vacunas sirven de poco y su única función es enriquecer a la industria farmacéutica. No creo que esta teoría convenza a los padres que han visto a sus hijos morir o con graves secuelas por enfermedades que más tarde han podido ser combatidas gracias al desarrollo de una vacuna.

Otro de los temas es el de las Doulas. El Consejo General de Enfermería ha publicado el "Informe Doulas" en el que denuncia su intrusismo profesional hacia la profesión de las matronas y los riesgos que pueden derivarse. Una de las consecuencias inmediatas ha sido reavivar la polémica sobre la instrumentalización de los partos y las bondades de dar a luz en casa. Y no puedo con ésto. Me revelo. Posiblemente muchos van a pensar que soy una reaccionaria. Pero yo me considero una moderna.

He parido en España y en Suecia. Sí, en Suecia también. En el país soñado para ser madre. En los dos países parí en la sanidad pública. Y he de decir que... tachán... se pare prácticamente igual aquí que allí. Volvería a parir en cualquiera de los dos lugares. En uno se hacen mejor unas cosas, y en el otro otras. No voy a entrar en detalles que esto se alargaría como La Odisea o como una historia de mili y no es plan. Sin embargo, diré que si tuviera que elegir me quedaría con España. ¿Sorprendidos, no? ¿Qué por qué? Pues porque aunque los dos fueron partos instrumentalizados, sí el sueco también, el español fue un poquito más instrumentalizado aún. Vamos, que yo me sentí más segura y algunos detallitos como que mi hija sueca se cagó literalmente en mi torso desnudo mientras disfrutábamos de nuestro primer piel contra piel y nadie me limpió a excepción de mi marido con unas toallitas húmedas que habíamos llevado casualmente nosotros, pues hacen que me gustase más el nacimiento de mi hija española.

El parto español fue largo y duro. Treinta y dos horas porque me lo provocaron por mi seguridad y por la de mi hija. Sí, fue así. No lo dudo ni por un momento porque confío en la profesionalidad del personal sanitario que llevó mi embarazo y mi parto. No digo que no haya algún garbanzo negro, que en todas las profesiones los hay. Pero no son la mayoría. La mayoría son personas que se forman durante años para asistir a mamás y bebés de la mejor forma posible en cada caso. En 32 horas de parto pasaron varios turnos de matronas, enfermeras, auxiliares y tocólogos. Solo dos de estas personas fueron poco atentas a mis necesidades y temores. ¿Qué se le va a hacer?, un mal menor si tengo en cuenta todo el amor y la atención que me brindaron el resto. 

Uno de los mejores aliados que tuve en aquel parto fue la tecnología. Y no me refiero a los SMS, que por entonces el WhatsApp no existía. Fueron los monitores que controlaban que mi hija no estaba experimentando sufrimiento fetal aunque yo me estaba retorciendo de dolor con las contracciones por un problema que tuve con la epidural. ¡Ojala hubiese funcionado la epidural en mi caso y no hubiese tenido que parir con tanto dolor! Comadronas y tocólogos estuvieron aguardando para ver si podían evitar la cesárea que parecía casi la solución final. Pero no, pudieron evitarla. Mi hija nació de parto natural. Grandes profesionales, gran seguridad.

Siempre me acordaré de la matrona que me dio el curso de preparación al parto. Era una mujer bastante desagradable de trato. De esas que nos causan miedo a todas las embarazadas y de las que dan fama terrible a su profesión. Era mayor y con mucha experiencia. Había estado años en un gran hospital madrileño. Ya digo que invitarla a casa a tomar un café no se me habría ocurrido en la vida. No teníamos nada en común. Y sin embargo, he de reconocer que nos dio un curso fantástico. Nos enseñó como cuidar a los bebés sin ñoñerías, pero correctamente y con cariño. Nos dio muchos y buenos consejos. Sabía de lo que hablaba. Su experiencia estaba ahí, aunque no su empatía. Recuerdo especialmente dos frases. Una fue: "una madre nunca sabe la fuerza que tiene hasta que no tiene que sacarla. Y es infinita." Y la otra: "Que no os coman el tarro. Más vale una cesárea de más, que una de menos. Los partos no son una ciencia exacta, y hay que tomar decisiones rápidas. La vida va en ello".

Mis abuelas parieron en casa todos sus hijos. Y fueron unos cuantos. Una de mis tías literalmente se crio entre algodones. Fue prematura y no existían las incubadoras. Estoy segura que mi abuela habría preferido una incubadora de las de enchufe y lucecitas que los algodones. Mi bisabuela vió morir a varios de sus hijos por enfermedades que hoy tienen vacunas. No puedo preguntarlas, pero mi instinto de nieta y las historias que he oído contar a mis padres me dicen que ellas habrían preferido, como yo, partos instrumentalizados.

Mi madre es una mujer de transición. Su primer hijo nació en casa. Su Doula fue su abuela, mi bisabuela. Sus comadronas las vecinas y su suegra, mi abuela. Y el tocólogo y neonatólogo el médico del pueblo. Mi hermano llegó a este mundo en casa. Mi hermana y yo en hospital. Mi madre, al igual que yo, prefiere el hospital. Se sentía más segura e igualmente bien tratada y querida. 

Como decía al principio me hubiese gustado escribir este post con datos numéricos exactos, pero no he podido. Perdón por incompatibilidad con las matemáticas. Lo que es incuestionable aunque no dé el dato exacto, es que la mortalidad infantil, perinatal y la de las madres en el parto ha descendido muchísimo en el último siglo. Por eso... como gráficamente expresaba otra buena amiga, Pilar, durante su parto... "viva el señor Epidural". A lo que yo añado, ¡viva el parto instrumentalizado! y ¡vivan las vacunas!.

¡Ah!, por cierto, esto lo digo bajito, que me da un poco más de miedo aún que toda la reflexión que acabo de soltar, pero es que también va al caso de lo mismo y si no lo digo, reviento... yo he dado lactancia materna a mis hijas hasta los 6 y los 10 meses, momento en el que por consenso madre hija decidimos dejarlo, ellas porque estaban ya cansadas y no hacían más que jugar con los pezones y yo porque estaba dolorida de sus mordisquillos. Pero si no hubiera podido, y digo bien "po-di-do" les habría dado biberón sin sentirme culpable ni mala madre. Y tampoco juzgo a las madres que optan por no seguir la lactancia materna porque como dice María...."cada uno es cada uno, y tiene sus caunás"

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo contigo, me parece de lo más sensato que he leído últimamente.

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  2. ¡Menos mal que aún quedan personas con cabeza en este mundo!

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