Dadas las altas cotas de impopularidad que merecidamente, en mi humilde opinión, ha conseguido el ministro de Educación, José Ignacio Wert, pocos
insultos más hirientes se me ocurren que decirle a alguien "tú eres un
Wert". Creo que casi nadie me contestaría algo así como
"y a mucha honra". Lo más seguro es que me lanzasen algún otro
insulto y/o escupitajo al tiempo que proclamaran mi locura y su más absoluta
sorpresa ante mi acusación.
Bien, pues aún sabiendo que voy a recibir
una avalancha de "piropos" y encendidas defensas allá voy, y además,
en plan comunal y generalizado: "una alarmante mayoría de la sociedad
española sois pequeños Wert no confesos". La educación en España, en
general, y eso no quiere decir que no haya honrosas excepciones, es una mi....
y lo que sigue, como dice mi hija. Y como no se cambie el chip pronto, más que lo
va a ser.
El culpable no solo es Wert; ni los votantes del PP tienen la
exclusividad de ser los responsables del penoso sistema educativo que tenemos.
Ya se sabe que la culpa está soltera porque nadie la quiere. Sin embargo, si observamos
lo que pasa mirando un poquito más allá de los titulares de los periódicos, de
las tertulias de radio y televisión, de las conversaciones de bares y de las
reuniones sociales yo diría que, en este caso, la culpa se reparte entre
instituciones administrativas, colegios, profesores y padres. Y detrás de cada
una de estas patas de la sociedad hay personas de todos los signos políticos.
Vivimos en un país en el que muchos padres
comentan encantados en el parque "lo duros que son los colegios de sus
hijos" y compiten, sacando pecho, por ver cuál de sus hijos tiene más
deberes por la tarde. Los hay incluso que completan las tareas del colegio con
ejercicios que ellos mismos encomiendan. Otros apuntan a sus hijos a clases de
refuerzo escolar para "motivarles" a estudiar. Yo me pregunto cómo
les sentaría a ellos que sus jefes les impusieran tareas extralaborales para su
llegada a casa. O cómo les afecta tener que llevarse al hogar trabajo del día que
no han podido terminar. O que dirían si la pareja les apuntase a un curso
relacionado con su profesión fuera del horario de trabajo para
"motivarles" más en su campo profesional.
Muchos colegios, independientemente de ser
públicos, concertados o privados, centran su actividad docente en sacar buena
nota en las distintas pruebas de evaluación del sistema educativo. Esa es su
función "quedar bien ante la sociedad" y que los niños aprendan o no
y cómo lo hagan o que estén estresados o no, les da igual.
¿Y los profesores? Pues los hay
implicados, vocacionales, creativos y maravillosos... pero hay muchos también
amargados, obsoletos, vagos, quejicas, frustrados... Este último grupo disculpa
sus grandes carencias en echar las culpas a los demás: a la desidia de los
alumnos, a la falta de recursos, a la escasez de tiempo, a los bajos sueldos, a
la falta de respaldo de los padres... Digo yo que los mismos problemas a los
que se enfrentan ellos se enfrentan otros colegas de profesión como el profesor
de mi hija, que es un docente absolutamente comprometido con los niños y la
enseñanza o César Bona, un profesor del colegio público Puerta de Sancho de
Zaragoza, que es uno de los 50 candidatos del mundo, y el único español, al
Global Teacher Prize, una especie de premio Nobel de los profesores. Su
historia y su método está muy bien explicado en varios reportajes, el último
que he leído es uno de El Mundo que recoge un día de trabajo en su
cole http://www.elmundo.es/espana/2015/02/02/54ce67d3e2704e3f168b457e.html
De todas las partes implicadas en la
educación, la que más me altera, lo reconozco, es la de los maestros, porque es
la que recae más directamente sobre los niños. Pasan la mayor parte del día en
el colegio y lógicamente es la pieza más extensa y más partícipe en la
enseñanza. Hace poco comentaba con una amiga profesora la magnífica iniciativa
que había tenido el colegio de mi hija al convertir el cole en el mundo. Cada
clase era un país e hicieron un pasaporte a cada niño. Durante una semana cada
clase trabajó en distintos aspectos de la cultura de ese país. La clase de mi
hija fue Grecia y la convirtieron en una ciudad griega con su templo y todo.
Aprendieron de Mitología, historia, arte... Grabaron un vídeo haciendo un
resumen de los conocimientos adquiridos en el que cada niño de la clase tenía
"su minuto de gloria". El día que les tocaba exponer su país ante el
resto del cole, que clase por clase, iba visitando su aula, los niños iban
disfrazados de habitante de su país y el profesor pasaba el vídeo a los
visitantes al tiempo que sellaba el pasaporte de cada alumno llegado a la
clase/país. Sobra decir cómo se lo pasaron y lo que aprendieron todos y cada
uno de los niños del colegio sobre distintos países del mundo. Esos días, las
clases de matemáticas, lengua, conocimiento de medio... se vieron muy mermadas,
pero ¿realmente importa? ¿perdieron conocimiento reglado o ganaron conocimiento real, capacidad reflexiva, educación, respeto y, sobre todo, ganas de
seguir aprendiendo? Pues bien, cuando le dije a mi amiga profesora que lo mismo
era una buena idea para implantarla en su cole, me contestó con mucho pesar en
sus ojos, que a ella le parecía genial la idea, pero imposible de llevarla a la
práctica porque muchos de sus colegas se iban a negar porque implicaba trabajo
extra que no estaban dispuestos a asumir porque no estaba entre sus funciones
ni acorde a sus retribuciones. Conclusión: el profesor de mi hija y César Bona
son o unos tontos o unos vendidos al sistema por implantar fórmulas educativas atractivas
y diferentes en sus aulas, porque otra cosa... mucho me temo que las
condiciones laborales de estos dos docentes no difieren mucho de las del resto
de profesores. Y aquí también entra el tema de los deberes y el doble rasero de
medición. Claro está que la mayoría de los profesores que argumentan la falta
de tiempo laboral para implantar formas sugestivas de enseñanza y que ni por
asomo consideran la opción de hacer algo al respecto desde su casa, sepultan a
los niños con deberes para el hogar. Como decíamos cuando éramos pequeños,
"chúpate esa".
Por favor, vamos a intentar cambiar esta
situación, pero de verdad. Empecemos por no temera a discutir con los papás petardos que
alardean sobre la excesiva y necesaria disciplina escolar. Combatamos con la
palabra y los argumentos. Exijamos a colegios y profesores los cambios necesarios para una buena
educación de nuestros hijos y no nos quedemos solamente en añorar y envidiar
los sistemas nórdicos, en echar la culpa a Wert y los recortes. Empecemos
por nosotros mismos, mirando qué podemos cambiar no-so-tros para que los niños aprendan con gusto
y qué armas reales tenemos para luchar contra las injusticias de la educación.
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