martes, 12 de junio de 2018

La trastienda del freelance

La vida privada siempre afecta al trabajo. Y en mi caso vaya si me ha afectado... Hace mucho tiempo que mi blog no tenía una entrada. ¿El motivo? Mis mudanzas en los últimos años. La última vez que escribí en este blog vivía en Madrid. Desde entonces he vivido en Estocolmo, Dallas y ahora New Jersey. He seguido escribiendo, pero mis compromisos laborales y mi frenética actividad como ama de casa que se tiene que adaptar a culturas, ciudades y casas distintas ha pasado factura a mi amado blog.

Pero hoy, por fin, he encontrado el tiempo para escribir una entrada sobre algunas de las “miserias” cotidianas de la trastienda a las que nos enfrentamos los aguerridos trabajadores independientes. La libertad que ofrece no estar en un entorno laboral tradicional implica una mezcla indisoluble de las dos facetas de la persona: la laboral y la personal.

Como dicen en teatro, ocurra lo que ocurra, la función debe continuar, aunque entre bastidores se esté produciendo cualquier tipo de imprevisto o catástrofe.

Si además de ser freelance se es ciudadano del mundo, como es mi caso, la fórmula trabajo-vida pasa a ser un batiburrillo difícilmente predecible. Vivir fuera de tu país es enriquecedor y toda una experiencia, no lo niego. Y sí, soy una afortunada. Lo sé. Pero no es una tarea sencilla.

Hasta que comencé a mudarme a otros países y ciudades, las cosas que me ocurrían tras las bambalinas eran relativamente sencillas de “torear”. La niña se ponía malita, el piso se inundaba por una rotura de tubería, la wifi dejaba de funcionar sin motivo y los operadores pasaban de mi, una crisis de piojos obligaba a poner en estado de excepción la casa y lavar concienzudamente hasta el último peluche… Pero cuando empezamos a movernos fuera de las fronteras españolas ya no fue tan fácil.

Las experiencias suecas tuvieron sus puntos, pero fueron una versión light si las comparo con lo que está siendo la aventura americana. Afortunadamente, suelo trabajar con antelación para minimizar los riesgos de no llegar a una entrega por alguna eventualidad. Y, además, cuento con jefes comprensivos que me facilitan todo lo que pueden mi doble tarea vital. ¡Menos mal! Si no llega a ser por mi sentido de la planificación (clave en esto de ser profesional independiente, creedme) y por la empatía de mis superiores, seguramente no habría superado laboralmente estos meses.

¿Pero qué le ha pasado a esta mujer?, os estaréis preguntando a estas alturas del post. Pues al aterrizar en USA, casi todo. Hay una serie de anuncios de una compañía de seguros muy famosos en Estados Unidos y que están protagonizados por un Alberto Mateo, un actor español que pasó un casting mundial para encarnar el malvado personaje de “La Mala Suerte”. Son unos comerciales muy divertidos que recomiendo ver a través de YouTube (https://www.youtube.com/watch?v=1U3eXSMsGcI). Mi marido y yo hemos llegado a la conclusión de que podríamos completar el elenco hispano de estos anuncios y ser junto con nuestro compatriota los protagonistas de la siguiente serie. La productora se ahorraría dinero, sin duda, porque los guionistas rebajarían muchísimo su tiempo de trabajo ya que sólo tendrían que adaptar nuestras historias, nada de dedicar tiempo a buscar nuevos argumentos. Y además, a la compañía de seguros le aportarían un valor añadido al dotar de veracidad las historias que cuentan porque podrían poner en subtítulos aquello de “basado en hechos reales”.


Nuestro paso por Dallas se puede calificar de inolvidable. La primera de nuestras calamidades fue el golpe número uno que tuvimos con el coche. Un susto a la salida de una gasolinera del que no tuvimos consecuencias físicas aunque el auto quedó con una puerta incrustada hacia dentro. La culpa no fue realmente de ninguno de los dos conductores, fue la falta de iluminación y la mala visibilidad del punto en cuestión, algo muy habitual en las carreteras de la zona.

Las peripecias con el coche no terminaron ahí. Unas semanas después, cuando nos encontrábamos iniciando unas pequeñas vacaciones para conocer el área de Austin y San Antonio, empezamos el viaje de forma nuevamente accidentada. Esta vez fue un golpe por detrás en un momento de atasco acordeón. La conductora del coche que nos embistió iba mandando mensajes de texto por el móvil y no frenó a tiempo. Unos minutos antes nos libramos de otro golpe similar, yo lo pude ver por el espejo retrovisor, el conductor iba hablando por el móvil. Pero a la segunda, fue la vencida. Y es que las autoridades tejanas no deben haber procesado aún que no es buena idea permitir hablar y mensajear por el móvil mientras se conduce. Nuevamente no tuvimos que lamentar daños físicos y nuestro coche no sufrió mucho daño, el suyo quedó siniestro, por lo que pudimos continuar viaje.

Pocas semanas después nos alcanzó en la carretera una tormenta con granizos del tamaño de huevos cuando estábamos a punto de llegar a nuestra casa. Las piedras de hielo que cayeron rompieron el techo solar de mi coche y marcaron toda la chapa. Menos mal que los cristales aguantaron lo suficiente para no desplomarse sobre nuestra cabeza y permitir que alguna de aquellas piedras heladas nos hubieran golpeado, porque no había lugar en el que parar y refugiarse hasta no llegar a la seguridad del hogar.


El clima de Dallas es muy particular. La gran llanura en la que se encuentra hace que el viento corra mucho y arrastre partículas de polen desde muchísimos kilómetros a la redonda. Además llueve mucho y las temperaturas fluctúan con facilidad. Todas estas circunstancias hacen que éste área esté catalogada por los expertos como la peor para las alergias de todo Estados Unidos. Y doy fe, es totalmente cierto. En casa hemos tenido una explosión de alergias medioambientales. En mi caso además se complicó con una implicación de los alimentos que hizo que me brotara una especie de alergia alimenticia falsa y que me llevó a un presunto shock anafiláctico. Al ponerme la adrenalina, pensando que me estaba muriendo, se desencadenó todo el protocolo de salvamento que implica la llegada del punto en el que estés de los servicios de bomberos, emergencias y policía. Cuando mi marido entró en casa se la encontró invadida por un ejército de musculosos agentes de distintos cuerpos. Mi hija mayor aún no ha superado el trauma de ver aquel espectáculo de luces y sirenas que deduzco que, durante días, fue la comidilla del barrio residencial en el que vivo. Supongo que, al igual que en las películas, los vecinos presupondrían que lo que ocurrió en la casa de “los nuevos” fue algo relacionado con malos tratos o drogas. Lo positivo de aquel día es que descubrí por fin dónde se encuentran los “tíos buenos” americanos que equivocadamente pensamos que son los habitantes medios de Estados Unidos. Mi conclusión es que deben estar todos en los servicios de emergencias, bomberos y policía. Y es que, por muy mal que me encontrara en aquel momento, el sentido de la vista no lo perdí en ningún segundo.

Otra gran situación que vivi en tierras tejanas fue una colonoscopia de revisión y una endoscopia relacionada con el tema de las alergias que tuve que hacerme. El médico que me las realizó es un encantador galeno mexicano que tuvo la deferencia de ponerme boleros, concretamente el acertado tema “Reloj no marques las horas”, mientras la anestesia hacía efecto y me dormía plácidamente. Qué no cunda el pánico, la colonoscopia salió perfecta, y en la endoscopia me quitaron tres pólipos que resultaron ser benignos. Pero confieso que pasé unos días agobiadilla hasta que me dieron todos los resultados.

Mientras todo ésto sucedía, unas cuantas plagas bíblicas de arañas, bichos voladores nocturnos no identificados, hormigas e insectos varios acudieron a nuestro nuevo hogar. Una amiga americana me recomendo a su “bug guy's” de confianza, Greg, y allí que rápidamente contacté con él para que eliminara cuanto antes de nuestra vida aquel ejército de bichos que nos invadían. Greg, “el tipo los de bichos” es un americano simpático y de aspecto bonachón. Es alérgico a las avispas aunque no duda en cazarlas al vuelo con un alicate y darles así matarile mientras sonríe y te cuenta que siempre lleva la adrenalina en el coche por si la necesita. Hace su trabajo a la perfección porque fui recogiendo diariamente cadáveres por la casa de todo bicho ex-viviente. Su secreto no lo conozco, yo lo único que sé es lo que vi el día que nos visitó. Al más puro estilo exorcista esparcidor de agua bendita, fue diseminando un líquido por dentro y por fuera de la casa.

El traslado a New Jersey fue mucho más tranquilo, pero no por eso falto de aventuras. De momento pongo un “To be continued...” porque si no este post va a ser más largo que el 'Ulises' de James Joyce.


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